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COLECTIVISMO

La Teología de la Confusión

Los buenos sentimientos no son suficientes para articular una teoría social; menos aún para sistematizar una propuesta política viable y civilizada. La Teología de la Liberación es un excelente ejemplo de intenciones idealistas que sustituyen la precisión conceptual y la claridad filosófica. Los que la defienden aseveran que la dignidad de los pobres, por el hecho de ser pobres, es sustantiva y posee una espiritualidad superior.

Los buenos sentimientos no son suficientes para articular una teoría social; menos aún para sistematizar una propuesta política viable y civilizada. La Teología de la Liberación es un excelente ejemplo de intenciones idealistas que sustituyen la precisión conceptual y la claridad filosófica. Los que la defienden aseveran que la dignidad de los pobres, por el hecho de ser pobres, es sustantiva y posee una espiritualidad superior.
El sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, padre de la Teología de la Liberación.
Por otro lado, sin embargo, argumentan que los pobres deben liberarse. ¿De qué y para qué, cabría preguntarse? Si ser pobre es digno, ¿para qué, entonces, dejar de serlo?
 
Éste es un dilema fundamental para una teoría que presuntamente desea acabar con la pobreza en América Latina. A fin de cuentas, no sabemos si los teólogos de la liberación quieren ponerle fin a la miseria o más bien pretenden hacerla común eliminando a los ricos y asegurándose de que todos seamos pobres, y por lo tanto dignos.
 
No pocos entre los teólogos de la liberación y sus simpatizantes eran socialistas radicales hasta hace poco, pero los horrores del llamado "socialismo real" los ha moderado, al menos en apariencia. La realidad, no obstante, es que su radicalismo ha perdido todavía mayor contacto con el curso de los eventos luego del fin del comunismo y ha entrado en el plano de un romanticismo político nebuloso. Las críticas al capitalismo se unen ahora al superficial cuestionamiento de las fórmulas socialistas, pero ello no culmina en una propuesta distinta sino apenas en el esbozo de una quijotesca tercera vía, que nadie explica con un mínimo de rigor conceptual.
 
Existen dos maneras de organizar una economía moderna. Por una parte está el capitalismo, que implica la propiedad privada de los medios de producción; por la otra el socialismo, que significa la propiedad estatal y colectivizada de los medios de producción. Ni Suecia, ni Noruega, ni Dinamarca, para citar tres casos de interés, son sociedades socialistas, lo que ocurre es que con sus pequeñas poblaciones y elevada productividad pueden darse el lujo, por ahora, de sostener un Estado de Bienestar (Welfare State) basado en altas tasas impositivas sobre los particulares y la redistribución colectiva de esas cargas.
 
Una calle comercial de Shanghai.La China, un modelo diferente, intenta combinar una extensa área económica socialista empobrecida, ineficaz y a punto de colapso, con un espacio creciente en el que impera un capitalismo salvaje que –ojalá– se civilizará algún día. Veremos allí posiblemente un choque de trenes entre la libertad capitalista y el empeño del liderazgo comunista por preservar su control autocrático.
 
En cuanto a América Latina, es cierto que existen grandes desigualdades sociales en la región, pero no serán minimizadas con buenos deseos y homilías a la pobreza. Los países asiáticos muestran el camino y están procurando sacar de la miseria a las masas mediante el único método conocido capaz de lograrlo: la economía de mercado capitalista en un marco de leyes comunes, con base en derechos firmes de propiedad y seguridades a la inversión. Por fortuna para esas naciones del Asia, la Teología de la Liberación no ha echado raíces en sus latitudes, y tampoco el extravío intelectual generalizado que asfixia a los latinoamericanos en la pobreza.
 
La Teología de la Liberación –en verdad, una Teología de la Confusión– es otra expresión ideológica del mismo ánimo colectivista que impulsa a demagogos de izquierda como Hugo Chávez. Estos supuestos amigos de los pobres, en lugar de orientar sus naciones hacia el capitalismo con democracia, libertad y voluntad de ampliar la riqueza e incorporar a los que aspiran a trabajar y superarse, escogen el socialismo o lo disfrazan de indescifrable tercera vía, hundiendo sus países en la opresión, la ruina y el fracaso. Su socialismo tiene un fin, que no es precisamente sacar a los pobres de su abismo, sino asegurar un férreo control político sobre la sociedad.
 
Sorprende que los defensores de la Teología de la Liberación afirmen que el desarrollo económico y la tecnología han dejado de ser vehículos de oportunidad para los pobres. Me pregunto qué dirán de ello las decenas de millones que en India, Malasia, Singapur, Indonesia, Filipinas, China, Corea del Sur, Taiwán, Pakistán y Bangladesh –por ejemplo– han dejado atrás la pobreza estos pasados años, en medio de altas tasas de crecimiento originadas en la economía de mercado libre.
 
¿Nos dicen que sigue habiendo pobreza en el mundo? Pues sí, desde luego. Con semejante constatación no vamos a ninguna parte. La cuestión es preguntarse cómo crecer económicamente, y de qué forma reducir la pobreza de modo perdurable. No creo que fórmulas colectivistas como la Teología de la Liberación sirvan para otra cosa que afianzar los prejuicios socialistas de costumbre, aparte de atizar resentimientos que a la postre generan las turbulencias revolucionarias que hoy vivimos en Venezuela.
 
 
© AIPE
 
Aníbal Romero, profesor de Ciencia Política en la Universidad Simón Bolívar.
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