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ESPAÑA Y LOS NACIONALISMOS

La transición pendiente

Cierta fundación sevillana organizó en enero de 1998 una serie de actos para conmemorar los "veinte años de democracia", y muy en concreto una mesa redonda en la que varios demócratas de pro, desde puntos de vista acaso distintos pero convergentes, coincidirían en felicitarse por vivir en la mejor de las democracias posibles.

Cierta fundación sevillana organizó en enero de 1998 una serie de actos para conmemorar los "veinte años de democracia", y muy en concreto una mesa redonda en la que varios demócratas de pro, desde puntos de vista acaso distintos pero convergentes, coincidirían en felicitarse por vivir en la mejor de las democracias posibles.
El escritor Jon Juaristi.
Esa mesa redonda se tuvo que suspender por fuerza mayor, cual fue la "euskaldunización" de un joven matrimonio, concejal él del Ayuntamiento sevillano. Ese episodio, por desdicha habitual, de nuestra convivencia democrática, anunciado por sus autores e inductores, y los ritos multitudinarios consiguientes, también previstos y aplaudidos por los mismos, ilustraban los "veinte años de democracia" con más contundencia que todas las mesas redondas del mundo.
 
En la abortada mesa redonda iba a participar el excelente poeta vizcaíno Jon Juaristi, que, arrepentido como tantos de muchas de sus aberraciones tribales, arremete sin piedad, en su ensayo El bucle melancólico, contra los santones y figurones de la aberración, y escoria con datos abrasivos su leyenda áurea. Por cierto, ¿aberración viene de aberria o al revés? Nada de lo que en aquella mesa redonda hubiera podido decirse habría tenido la elocuencia del doble asesinato de la víspera, y triste consuelo fue para mí después leer la anatomía del crimen, es decir, la historia del separatismo vasco, en el agridulce libro de Juaristi.
 
Llamo "agridulce" al libro de Juaristi por la dulzura que inevitablemente derrama sobre lo más agrio hoy día de la "agridulce España", que decía Gracián, y que evoca aquella bella y justa glosa de La gaita y la lira. No creo que Juaristi tuviera presente a José Antonio cuando escribió: "Y debo atarme al frágil mastelete de sensatez que he podido salvar a través de los años turbulentos, porque esas voces me hablan de un amor nunca olvidado, del brillo de los helechos empapados en lluvia, de bosques que son un incendio de oro hacia la mañana de la libertad…" Estas bellas palabras no tiene más remedio que hacerlas suyas cualquier español bien nacido, tanto si es vasco como si no lo es. No hace falta ser vasco ni gallego para emocionarse con el chistu o la gaita, y es que a cualquier español que ame a su patria no pueden serle extrañas esas "voces ancestrales" que los vascos creen oír en exclusiva.
 
La historia de ese exclusivismo sería una curiosidad étnico-lingüística más si no fuera por la beligerancia que le concede la actual socialdemocracia permisiva. Siendo la de templar gaitas regionales la principal preocupación del llamado "Estado de las Autonomías", tiene que tener paciencia con los que, por deformación profesional acaso, preferimos pulsar la lira nacional.
 
En todas las regiones españolas han empezado a brotar "padres de la patria" como hongos, y si somos muchos los que no nos tomamos demasiado en serio al "padre de la patria" de la propia región, difícil será que nos tomemos en serio a los que Juaristi retrata al aguafuerte, como los simpáticos hermanos Arana, o al pastel, como el incombustible bonzo Joseba Elósegui, por no hablar de los heroicos gudaris que, al romperse el Cinturón de Hierro y "rectificar a retaguardia" allende el Pirineo, optaron por permanecer en Francia el resto de la contienda. En cuanto a la degeneración de la raza, asunto de gran preocupación en esas entrañables provincias, hay que convenir en que algo debe de haber si se piensa en lo que han ido a parar muchos hijos y nietos de los héroes, que ésos sí que lo fueron, de las Brigadas de Navarra.
 
Miguel de Unamuno.Durante su exilio en Hendaya, don Miguel de Unamuno escribió una elegía a unos vascos franceses caídos en la Primera Guerra Mundial. Cuando yo estaba en Cambridge escribí una elegía al visitar un cementerio de caídos en la Segunda, y el nombre que también me llamó la atención fue el apellido español de un soldado norteamericano. Este soldado desconocido fue mi interlocutor como aquellos soldados franceses de apellido vasco lo fueron de Unamuno. Creo recordar que de un modo oscuro e intuitivo yo veía en ese muerto eso que don Zacarías de Vizcarra llamó la Hispanidad.
 
Es posible que Unamuno pensara también en los mitos vascos, pero lo que sí es cierto es que su elegía los trasciende y es una meditación sobre la transitoriedad de la vida humana, muy en la línea y en la estética de un poeta muy próximo a él: Leopardi. El particularismo consiste en creerse que es privativo de uno lo que es de todos los hombres. Difícilmente podía ser particularista el hombre que escribió que el mundo entero es un Bilbao más grande.
 
Por cierto, los Aranas se lo inventaron todo menos una cosa: la bandera. La actual ikurriña es exactamente la bandera del regimiento del Duque de Berwick, enarbolando la cual tomó al asalto Fuenterrabía por cuenta de Luis XV de Francia.
 
La misma fundación que conmemoraba los "veinte años de democracia" había acogido meses atrás una exposición fotográfica en la que, con el pretencioso título de 'Las fuentes de la memoria', se reducía la época de Franco a unas imágenes siniestras y macabras. Al pasar Franco a mejor vida en 1975, la inmensa mayoría de la juventud española no había nacido o no tenía uso de razón, de suerte que hoy, al ver esas imágenes, ha de tomarlas por su valor nominal y concederles un crédito de artículos de fe.
 
Toda memoria es selectiva, y hay quien al queso sólo le ve los agujeros, pero bueno será que los que estamos en edad de comparar digamos bien alto que la España esperpéntica que esas fotografías manifestaban era la España que Franco heredó, y que Franco hizo lo posible por transformar en una España moderna y algo más presentable. Lo que a Franco no se le perdona es que para esa transformación se aprovechara, como luego se aprovecharía el régimen que lo sucedió, de la coyuntura de creación de riqueza más favorable de la historia de la humanidad. Hay un poema de Valente, Ramblas de julio, muy expresivo al respecto.
 
La inteligencia de la época, que es la misma de ahora, luchaba contra el franquismo no para traer la actual democracia decimonónica, sino por lo mismo que sigue luchando la ETA: para ver si por fin a la tercera triunfaba la revolución fracasada en 1934 y 1936. Al Che se le tomaba algo más en serio que a don Salvador de Madariaga, y en 1968 se atisbaron las posibilidades de una "revolución con pachanga" en la que por lo menos la "pachanga" se hizo realidad, al menos en aquellos países en que fracasó la revolución. Los países en que ésta triunfó se quedaron a la larga sin pachanga y sin participar en la creación de riqueza del último tercio del siglo. Ahí está lo que queda de Cuba, nuestro paradigma de los años 60.
 
No sé qué es lo que ha pasado para que la expresión "democracia" haya sustituido a la de "transición democrática". A mi juicio, la "transición" no terminará hasta que no se complete el "desarrollo de los estatutos de autonomía", y ningún reyezuelo de taifa, sobre todo el vasco y el catalán, deja subsistir la menor duda sobre lo que entiende por ese desarrollo completo de su correspondiente estatuto, algo desde luego incompatible con la letra del artículo 2 de la desdichada Constitución.
 
Si en tiempos se hablaba mucho de "revolución pendiente", en éstos que corren habrá que hablar de "transición pendiente", una "transición" que aceleró la llegada al Poder del llamado centro-derecha y haría vertiginosa el retorno al mismo de la conjunción rojo-separatista. Un síntoma pudo ser el contraste de la blandura o la pasividad con que el Gobierno de turno reaccionaba ante los actos de "euskaldunización" como el de la calle Don Remondo y la energía con que clamaba venganza por las víctimas de las dictaduras sudamericanas.
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