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A PROPÓSITO DE SANCHO III DE NAVARRA

Licencia artística e impostura histórica

Abundan hoy las producciones literarias y cinematográficas de asunto histórico en las que, si conviene a su autor, se fuerza el curso de los acontecimientos más allá de lo que sucedió según los documentos o las leyendas. Podría sacarse a discusión si esto es lícito o desaconsejable.

Pocos se pondrían de acuerdo, aunque todos aportarían fundamentos sólidos y razonables. Lo que resulta inaceptable y escandaloso es que se manipule la historia en interés de una postura o de un partido político. Me refiero al caso del rey Sancho III de Navarra, al que se quiere atribuir una autoridad que a él mismo le habría producido estupor y puede que hasta una explosión de real ira por la insignificancia del título que se le quiere endosar, frente a aquel al que aspiraba: emperador de las Hispanias.

Hace poco adquirí familiaridad con la figura de ese gran y bárbaro monarca. Fue al documentarme para escribir Sancha, Reina de la Hispania, obra que se ha representado en escenarios de España y Portugal. Muy pocos datos constan en las fuentes históricas sobre la protagonista de mi obra, Sancha de León, hija de Alfonso V y esposa de Fernando I, que fue hijo de nuestro manipulado Sancho III. Así que tuve que usar la licencia de la imaginación artística para rellenar los vacíos y dar consistencia dramática a la vida de aquella mujer olvidada, pero que desempeñó un papel capital en la historia medieval de España. Basándome en lo poco que se ha conservado de su memoria, recreé una escena en la que el rey navarro, antes de llegar a ser su suegro, intenta abusar de una Sancha adolescente sin llegar a conseguirlo. Lo que sí consta de Sancha es que fue mujer de armas tomar, literalmente hablando, porque es fama juglaresca que participó en la batalla de Tamarón junto a su marido Fernando, batalla que costó la vida y el reino de León a Bermudo, hermano de Sancha.

La escena de la fallida violación real no fue un capricho gratuito. La relación de Sancha con su futuro suegro estuvo determinada por los intereses en juego en aquella coyuntura histórica, en la que los argumentos eran la fuerza bruta y el botín disputado: territorios y súbditos. La única ambición de Sancha, a cuyo primer prometido García, conde castellano, habían asesinado en los esponsorios, era sobrevivir y quizá vengarse. Lo consiguió, según puede deducirse, después de casarse con Fernando: Sancho el navarro fue asesinado por lo que hoy llamaríamos un agente de su servicio de seguridad cuando visitaba Asturias. Esta sospecha de la participación indirecta de Sancha en la muerte de su suegro flota en mi obra y en la historia que yo recogí, pero no está documentada ni probada. Es una licencia artística.

No lo es hablar del “estado vasco”. Eso es una impostura. Hubo un señorío de Vizcaya, de categoría muy inferior al potente y agresivo condado de Castilla, pero nada más. Los vascos, como los gallegos, prefirieron participar en la Reconquista junto a los castellanos o como castellanos. La topografía española está llena de testimonios vascos y gallegos. Lo que reconquistaban era el antiguo reino visigodo, invadido y ocupado por los musulmanes, y lo hacían en nombre de esa periclitada autoridad goda. La historia está llena de callejones sin salida. Este del falso reino de Vasconia podía haber sido uno, de haber existido la voluntad por parte de alguien, voluntad que no consta en ningún documento.

Como otro pudo haber sido un reino de Valencia castellano antes que catalano-aragonés. Una de las escenas más dramáticas de mi Sancha es la recepción que hace la reina de su marido moribundo. Llegaba Fernando de Valencia con un tifus contraído durante el cerco a la ciudad musulmana, quizá en la actual Albufera, entonces más grande e insalubre. Más lícito que inventar un reino vasco es imaginar una extensión de León y Castilla hacia el Mediterráneo en el siglo XI, una generación antes de que llegara el Cid. No ocurrió, pero la presencia de Fernando en Valencia, al menos, está documentada.

Desde nuestra perspectiva, este escenario resulta imposible, como de hecho fue. Pero desde la perspectiva del siglo XI, el futuro reino de Portugal era inconcebible, y sin embargo ahí están nuestros vecinos con su país y sus fronteras. Y todo gracias a un matrimonio de conveniencia de un hidalgo borgoñón, Henrique, con Teresa, una hija ilegítima de Alfonso VI. Henrique obtuvo el condado de Portugal. Su hijo Afonso Henriques lo convirtió en reino tributario de León. Podríamos escribir novelas o dramaturgias sobre una Castilla que llegó al Mediterráneo o sobre un Portugal que nunca pasó de ser una provincia de León. En ambos casos partiríamos de hechos ciertos. Mas, recrear un reino o estado vasco sólo puede hacerse, en el campo de la literatura, con propósitos de ciencia-ficción o con ganas de marear la perdiz de uno de los nacionalismos más recientes de la historia moderna.

Una cosa son las licencias literarias y otra muy distinta las manipulaciones históricas con intereses espúreos. Pero la historia está ahí, nada ni nadie puede cambiarla. Y todos y cada uno de nosotros tenemos un sagrado derecho: el derecho a la auténtica memoria.


Antonia Bueno es dramaturga y directora, autora de Sancha, Reina de la Hispania.

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