Tome nota de lo ilógico de mi reacción. Pensaba sobre filosofía como si se tratara de algo relacionado con los gustos personales, como si pudiéramos trazar una raya que delimitara el campo. ¿Qué prefiere, un poquito de Gobierno, una cantidad moderada de Gobierno o un Gobierno grande? Años después me di cuenta de que mi amigo no me estaba diciendo qué cantidad de Gobierno prefería, con independencia de que éste fuese democrático, comunista, una monarquía u otra cosa. Sí creía que algunos gobiernos eran peores que otros, pero insistía en que todos estaban equivocados. Todo Gobierno es un monopolio de la fuerza, inherentemente injustificable; una vez aceptado, escapará, tarde o temprano, de todo control.
Esta es una idea difícil de comprender. Después de todo, tenemos la base de su razón de ser en la Declaración de Independencia, además de un plan práctico para mantenerlo dentro de los límites impuestos por la Constitución y la Carta de Derechos. Pero el Gobierno se ha convertido en una impresionante maraña de leyes, poderes, regulaciones, impuestos, guerras; de deuda pública, degradaciones de la moneda y otros muchos males. ¿Acaso habría curación si se regresara a los principios expuestos en la Constitución?
Solía creer que sí. Y además, ¿con qué se puede reemplazar al Gobierno? ¿Quién nos protegería de los criminales y de los enemigos extranjeros? ¿Quién emitiría el dinero? ¿Quién construiría carreteras y taparía los huecos en las calles? Otros preguntarán: ¿quién se ocuparía de los pobres, los enfermos, los ancianos; quién protegería a las minorías y encararía las múltiples crisis, emergencias y desastres naturales, muchos de los cuales no eran antes responsabilidad del Gobierno? Todos se imaginan algo espantoso, que amerita aguantar el Gobierno que tenemos.
Lea la etiqueta en una lata de sopa y piense cuántas leyes y regulaciones tiene que cumplir el fabricante. La excusa es que hay que proteger al público; pero ¿de qué? Me imagino que de los ingredientes contaminados. Pero ¿estaríamos realmente en peligro si no contáramos con un costosísimo Gobierno que hace cumplir unas muy costosas restricciones? ¿Acaso le interesaría al vendedor envenenar a sus clientes si no hubiese penalizaciones legales? ¿Cuántas veces sucedía eso antes de la promulgación de las actuales regulaciones? Los vendedores de verduras y frutas de las carreteras siguen sin estar sometidos a regulación. ¿Representan un peligro para la sociedad?
Hace poco me pusieron una multa y me requisaron el automóvil, por poco tiempo; un policía se dio cuenta de que tenía el parabrisas roto. Un vándalo me había tirado una piedra. Yo no estaba dañando o amenazando a nadie. El policía fue todo lo cortés que puede ser un hombre armado con un revólver, pero cuando llamó a la grúa le pregunté: "¿A quién está protegiendo de mí?". Su respuesta fue: "A la sociedad en general".
Líbreme Dios de haber tratado de defender mi propiedad. El lenguaje actual distingue el robo de un auto de su decomiso, dependiendo de si lo comete un ladrón o un agente del Gobierno. Esa es la diferencia entre el asesinato a mansalva y la defensa nacional. Entre la extorsión y los impuestos. Entre la falsificación de billetes y la inflación. Etcétera. Al lector astuto se le ocurrirán muchos más ejemplos.
Algo huele mal. Por eso Frederic Bastiat describía al Gobierno como el "saqueo legalizado".
Durante años creí que el orden social dependía del Gobierno. Es decir, creía que la libertad dependía de la fuerza, y que en última instancia el bien mayor dependía del gran mal. Me temo que mucha gente piensa así, y cree que los hombres uniformados son sus benefactores.
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