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DRAGONES Y MAZMORRAS

Resistencia y resistentes

Uno de los numerosos lectores (gracias a todos) que están suscribiendo al manifiesto que incluí la semana pasada en mi crónica (ver Sobre la libertad de expresión: Dos manifiestos), me dice que lo que estamos haciendo —ellos y nosotros— y lo que aún nos queda por hacer en las circunstancias actuales, es una labor de Resistencia.

 
 
Tengo que confesar que mi pretensión inicial al publicar dicho manifiesto no era otro que el de dar la vuelta a los argumentos del manifiesto original, de signo radicalmente opuesto —ejercicio de primer curso de Retórica—  para demostrar su inconsistencia y poco fundamento. Al ver que el resultado era bastante satisfactorio, se me ocurrió ofrecer a los lectores la posibilidad de adherirse. A tenor de la respuesta conseguida con tan febles medios, entiendo a lo que se puede llegar cuando iniciativas como estas son respaldadas por poderes fácticos, fácilmente reconocibles o no. Para terminar ahora con este asunto (que todavía no se ha acabado, pues aún se están recogiendo muchas firmas) diré que me he llevado una grata sorpresa al encontrar la de algunas personas que, al menos para mí, salen por primera vez del “armario”. Ya va siendo hora de que nos vayamos liberando de la presión psicológica que ha ejercido siempre la izquierda, apropiándose de cosas de las que está demostrando constantemente carecer, como cultura, educación, ironía e inteligencia y amparándose en sentimientos, muy humanos, como el idealismo o la cobardía.
 
Una prueba de lo que digo son esos carteles azules que penden del edificio de la FNAC en la que, sin más explicación, hay escritas palabras que representan alguna facultad de la inteligencia y del espíritu, y debajo el nombre de un escritor de izquierdas o sencillamente “progre”; por ejemplo una es “Dignidad”, otra “Comprensión”; en la de “Memoria”, el nombre pintado es el Rosa Regás. “Para cualquiera que lea los signos —me dice la amiga que me lo refiere— es dantesco”. Es un chantaje que no se debe tolerar, pues ser de derechas o, sencillamente, no ser de izquierdas no es un delito, que yo sepa, o al menos todavía no lo es. Aún recordaré con los pelos de punta el requerimiento que me hizo uno de esos progres delirantes, excelente escritor por otra parte, de que me “definiera políticamente”, después de condenar al fuego eterno a quien compartiera las ideas del gobierno, o sea del PP. O lo que contaba ayer mismo Juan Pedro Quiñonero, en la presentación de su libro autobiográfico Retrato del artista en el destierro (cena en La Ancha con unos doce periodistas), sobre la de veces que ha tenido que aguantar que unos señoritos de izquierdas (procedentes además de familias adineradas de derechas, cuando no simplemente fachas) le reprocharan escribir en ABC siendo que él, Quiñonero, además de proceder de una familia humilde de vencidos de la Guerra Civil, ha tenido siempre una trayectoria política y literaria transparente y coherente con los tiempos en los que le ha tocado vivir. No pueden decir lo mismos algunos de los que escriben ahora editoriales en El País. Lo gracioso del caso es que al comentar yo los persistentes y obsoletos prejuicios políticos de la izquierda respecto al ABC, cierto colaborador del periódico me dijo que eso estaba cambiando  Será el periódico, porque los prejuicios seguirán, por tanto más vale que se quedaran como estaban.
 
Según tengo entendido, Quiñonero, a pesar de ser un periodista de “larga fecha” que dirían los franceses, veterano en muchas lides mediáticas y corresponsal de ABC en París desde hace mucho tiempo, ha tenido problemas para publicar este libro y si lo leen entenderán por qué. El caso es que “Quiño” se ha refugiado en una editorial periférica, concretamente de Palma de Mallorca, llamada Edicions Cort, que se inicia con este título y con un libro de Llorenç Villalongatraducido por Jaume Pomar, titulado El ángel rebelde (prólogo de Baltasar Porcel). No deja de ser extraño este patronazgo, aunque en muchos sentidos (entre otros el estético) salga ganando, pero mi opinión es que a ciertos editores, más adecuados para publicarlo, les ha debido de asustar algunos pasajes en los que se da un sólido y bien fundamentado rapapolvo a determinados santones de la cultura, en particular a Jorge Semprún, aunque no sólo. Los presentadores del libro  fueron Juan Manuel Bonet y Fernando Rodríguez Lafuente y ambos destacaron la excelente construcción literaria del libro, en el que autobiografía y memoria (géneros afines pero no iguales) consiguen trazar un excelente retrato generacional del autor y de su época, amén de otros encendidos y merecidos elogios. A pesar del amplio espectro político que cubre este libro, a pesar de los personajes que en él se mencionan y de sus implicaciones generacionales y culturales con la prensa, incluida la que ahora está integrada en el grupo PRISA, no había en esa cena ningún representante del mismo, una prueba más de su recalcitrante intolerancia. Y eso que el ABC está cambiando.
 
 
 
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