El PSOE nació durante el régimen liberal de la Restauración. Éste no era en principio una democracia, pero se fue democratizando, debido a sus amplias libertades políticas. Aunque no ha parado de acusársele de vivir sobre una ficción y de desvirtuar las elecciones mediante el caciquismo, los partidos contrarios al régimen pudieron desenvolverse, hacer su propaganda y presentarse a las elecciones, logrando a veces resultados muy lucidos, en las Cortes y en los municipios. Había, pues, un grado, y creciente, de democracia. Y quienes acusaban al sistema de estar “muerto” descubrirían que el llamado caciquismo era fácil de eliminar, pero muy difícil de sustituir por un sistema más razonable y eficiente, como descubrió Cambó.
Esa dificultad provenía, ante todo, del carácter mesiánico, violento y revolucionario de los enemigos de la Restauración, que hacía prácticamente imposible integrarlos en un medio democrático, como ocurre hoy con Batasuna-ETA. El PSOE, lamentablemente, era uno de esos partidos energuménicos, y, contra lo que imagina Zapatero, llegó a justificar el terrorismo en las Cortes y aspiraba a un socialismo totalitario. Por ello se alió con los no menos violentos republicanos (“una República impuesta por la fuerza, sangrienta, dura y justiciera”, predicaba, por ejemplo, Nakens, y cosas casi exactamente iguales Ferrer Guardia, Lerroux y tantos otros), con los anarquistas, autores de innumerables y mortíferos atentados, para intentar derrocar el régimen liberal en la intentona revolucionaria de 1917, por lo demás abundante en actos terroristas.
Finalmente, aquellos partidos llevaron al régimen al hundimiento, por medio de un largo y despiadado hostigamiento terrorista, y por oleadas de demagogia como la montada en torno a la catástrofe de Annual, etc. Y entonces descubrieron lo dicho por Cambó: podían destruirlo, pero no sustituirlo. Vino la dictadura de Primo de Rivera, y el PSOE, muy lejos de luchar contra ella, como han informado al ingenuo Zapatero, colaboró, y fue premiado con importantes cargos y privilegios. Largo Caballero, por ejemplo, fue consejero de estado, y el trato de favor dispensado a la UGT permitió a los socialistas consolidarse como una verdadera organización de masas. Gracias a todo lo cual, el PSOE emergió de la dictadura, en 1930, como el único partido realmente organizado, disciplinado y con verdadera influencia popular. La colaboración con el dictador reportó al PSOE pingües beneficios políticos, aunque debe señalarse, en su descargo, que se trató de una dictadura extraordinariamente suave, bajo la cual España prosperó mucho, cosas ambas en las que pudo haber pesado la actitud socialista, tan lejana, en todo caso, de la impresión transmitida por Zapatero.
Con la II República, los partidos que habían arruinado la Restauración tuvieron la oportunidad de poner en práctica sus remedios. El PSOE, único partido potente en la izquierda no anarquista —pues el republicanismo izquierdista se dividía en pequeños grupos indisciplinados, peleados entre sí y bastante alocados, como reconocía con pena el mismo Prieto, y con amargura Azaña— se convirtió en la columna vertebral del régimen en sus dos primeros años. La labor del PSOE, en colaboración con Azaña, fue democrática sólo hasta cierto punto, y no fructificó en una etapa de progreso y paz, sino al contrario: menudearon las huelgas violentas, los atentados, la delincuencia común, los choques entre las mismas izquierdas (de los cerca de 300 muertos del bienio, sólo fueron causados por las derechas los diez de la sanjurjada y pocos más), y el hambre aumentó con rapidez. El declive económico reflejó en buena parte la depresión mundial de la época, pero tampoco debe olvidarse que las inadecuadas políticas aplicadas desde el poder, y las violencias consiguientes, empeoraron la crisis.
Antes incluso de terminar oficialmente su alianza con Azaña, y contra lo que quizá le han contado a Zapatero, el PSOE se inclinó definitivamente por la destrucción de la república y la creación de un régimen socialista de dictadura “proletaria”, según denunciaba Besteiro, desesperada y vanamente. Contra lo que parece creer Zapatero, el PSOE impulsó entonces, deliberada y textualmente, la guerra civil. Contra lo que se ha dicho a menudo, fueron las juventudes socialistas, y no las de la Falange, quienes iniciaron el duelo terrorista de 1934, antes de la insurrección socialista de octubre contra un gobierno democrático. Insurrección acompañada, en Cataluña, de un peligroso movimiento en buena parte secesionista. Hay una tradición en el PSOE (no única, pues también existen otras más sanas) de buscar alianza con quienes buscan la desarticulación de España.
Cuando, tras el fracaso de la insurrección, las izquierdas volvieron al poder en unas elecciones no del todo claras, en febrero de 1936 (el propio Azaña advierte cómo apenas empezaron las movilizaciones en las calles, desertaron las autoridades que debían velar por la pureza del escrutinio), el PSOE se encontró ásperamente dividido entre el sector de Prieto y el de Largo, quedando totalmente marginado, una vez más, el moderado y democrático Besteiro. El de Largo inició, en competencia con los anarquistas y los comunistas, una campaña de violencias, de organización y armamento de milicias, de imposición de la ley desde la calle, que prácticamente anularon la muy relativamente democrática Constitución republicana. Las relaciones entre dichos dos sectores se tornaron violentas, hasta el grado de que Prieto estuvo cerca de ser linchado por socialistas rivales en el famoso mitin de Écija. Pero también Prieto, aunque más moderado, sometió a la provincia de Cuenca a un verdadero terrorismo al repetirse en ella las elecciones, y no debe olvidarse que fue gente suya la autora del asesinato de Calvo Sotelo y del intento contra el otro líder de la oposición, Gil-Robles.
No me extenderé aquí sobre la conducta del PSOE durante la guerra. Baste recordar que, como reconocería Prieto, fueron socialistas quienes entregaron a Stalin el grueso de las reservas republicanas, poniendo al Frente Popular totalmente en manos del genocida soviético.
Tampoco bajo la dictadura de Franco puede decirse que el PSOE “luchara”. Lucharon los comunistas, pero los socialistas poco y ocasionalmente. Ni puede nadie afirmar, en puridad, que atacaran al terrorismo cuando éste resurgió con la ETA. En el mejor de los casos no se opusieron a él, y en el peor lo apoyaron moralmente de muchas formas, y no sólo mientras vivió Franco, sino una buena temporada después. Aún ahora, y tras haber sufrido ellos mismos numerosos zarpazos del terrorismo nacionalista vasco, buscan por todos los medios aliarse con el nacionalismo no abiertamente terrorista, pero sí cómplice, como saben perfectamente sus sufridos militantes en Vasconia, dando un espectáculo de servilismo y bajeza muy poco edificante.
Podría seguir muy largamente, pero este breve resumen, cuya veracidad puede comprobar cualquiera en innumerables textos y documentos, debe demostrarle a Zapatero que le han informado muy mal cuando le han hecho creer que su partido llevaba cien años de honrosa lucha contra dictaduras y terrorismos. Casi podríamos decir que la historia real ha sido justo la contraria. El actual líder del PSOE podría tal vez cambiar esa trayectoria, pero no estoy muy seguro de que no invoque una bella historia imaginaria para encubrir la práctica continuada de la real.
DIGRESIONES HISTÓRICAS
Zapatero y la historia
Ha dicho Zapatero en el Congreso que el PSOE lleva cien años luchando contra el terrorismo y las dictaduras dentro y fuera de España. Y así debiera ser, pero, por desgracia, no lo es. Zapatero, o no ha estudiado la historia de su partido, o se la han explicado mal; en cualquier caso le vendrán bien unas puntualizaciones.
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