Por supuesto todos creen que es mejor este segundo método y por eso el exabrupto, el insulto y la mascarada son la moneda corriente que se prodiga en todos los medios de expresión. Donde más fortuna tiene es en el del espectáculo, histriónico por natural definición. Cuando a Luis García Berlanga y compañía se les ocurrió una vez más imitar a los americanos y crearon una Academia de cinematografía, dejaron muy clara la condición apolítica de la misma. Ellos, que habían vivido y trabajado bajo una dictadura (con bastantes más logros artísticos y profesionales que cuando lo hicieron en democracia, por cierto) sabían que cualquiera que fuera el régimen en un país determinado el espectáculo debe continuar.
No creo que se pueda reprochar a Berlanga su indiferencia política, mucho más comprometida personalmente que la de esas “actoritas” (como las ha llamado despectivamente Umbral) que dependen directamente del Ministerio de Cultura, y sin embargo el veterano cineasta ha reprochado la mascarada del otro día en la entrega de los Goya. Se ha debido sentir desautorizado y traicionado. En cierto modo, era como reprochar a los viejos, que nunca hubieran hecho algo parecido en el pasado, cuando había muchos más motivos que ahora para hacerlo. Por la boca muere el pez. Fernando Savater, ciudadano “libre de toda sospecha” —de momento, pues tengo la impresión de que le va a durar poco— les ha metido el dedo en el ojo, emplazándoles a defender la paz y la libertad en el Festival de Cine de San Sebastián. A ver si ante un enemigo de verdad tienen arrestos para pedir paz y libertad para esa desdichada región y se atreven a manifestar su preocupación y su descontento. A menos que a muchos no les parezca tan mal ETA, que es como para empezar a creerlo.
Pero dejémosles que se cuezan en su propia mediocridad y vayamos a lo que yo les quería contar, que es el homenaje que recibió el otro día en Madrid, en un restaurante madrileño, nuestro compañero Pío Moa. La iniciativa partió de este periódico, y se hizo extensiva a los amigos y admiradores del historiador. La idea era demostrarle, a través de un homenaje de corte decimonónico, nuestro agradecimiento por sus libros, por sus artículos, y en definitiva por su existencia, y también por tener el valor de defender sus convicciones, que a pesar de lo que dijera André Gide, es bastante más difícil que defender sus costumbres, al menos en estos momentos concretos de nuestra historia. Las cosas se desarrollaron de manera muy tradicional. El homenajeado no sabía que iba a serlo, y acudió a la cita convencido de que iba a comer con un amigo. ¡Sorpresa! El comedor estaba lleno de gente, veintisiete personas en total, que aplaudieron a rabiar cuando Moa hizo su entrada, dejándole, fui testigo, totalmente perplejo y quiero creer que emocionado. Pío Moa es un hombre impávido, que generalmente no se inmuta y esta vez tampoco lo hizo, aunque confesó estar satisfecho de cómo se había desarrollado todo. Es cierto que los homenajes son estupendos siempre que no los encargues tú mismo. Como decía cierto diplomático francés (incluso puede que fuera Paul Morand) los homenajes, como las condecoraciones y otros honores, ni se buscan ni se piden, pero no se rechazan.
En cuanto a los asistentes, a poco que conozcan nuestro periódico sabrán que lo dirige Javier Rubio y que nuestro editor es Federico Jiménez Losantos, ahí estaban, como César Vidal, Alicia Delibes, Amando de Miguel, Gabriel Albiac, una servidora, y otros compañeros de la redacción del periódico. También acudieron otros amigos de Moa, periodistas y escritores que habían sido debidamente advertidos de que guardaran silencio sobre la cita. Dejo para el final dos asistentes de excepción, de los que casi se puede decir que, asimismo, recibieron en este acto sendos homenajes. Se trata de Ricardo de la Cierva y del general Jesús Salas Larrazábal, ambos historiadores del período en el que también se ha especializado Pío Moa: la guerra civil española. El encuentro entre los tres fue muy interesante y cuando llegó la hora de los discursos quedó de relieve su concordancia, manifestada por ellos mismos y por quienes les precedieron en el uso de la palabra, así como durante el coloquio. Javier Rubio, al explicar las razones del homenaje, destacó que así como a muchos escritores se les lee porque son amigos, con Pío Moa se llega a la amistad a través de sus libros y aludió con mucha gracia a esa impavidez a la que me refería antes. Sus libros, como destacó Jiménez Losantos, han sido esclarecedores para muchos, también liberadores. Para empezar, para el autor quien —esto lo señaló el general Salas Larrázabal— procediendo de la extrema izquierda se lanzó con el fervor del “heterodoxo” a la búsqueda de la verdad, una vez ésta revelada. Para corroborar el aspecto casi teológico de esto último, César Vidal lo glosó aludiendo no sólo a la Biblia, sino también al Talmud. Ahí es nada.
El homenaje, que salió redondo, recibió a los postres el espaldarazo de la directora de La Esfera de los Libros, Imelda Navajo, quien nos contó la gran sorpresa que se ha llevado al comprobar el éxito de Los mitos de la guerra civil española, el último libro de Pío Moa, no porque no se lo esperara (estaba convencida de que lo sería) sino porque ha batido todos los records: ¡cinco ediciones y veinte mil ejemplares vendidos en quince días!, y esto, tan sólo por el procedimiento que todos llaman “boca a boca”, pero que en puridad debería llamarse “de boca a oído” o a lo sumo de “boca en boca”, y en medio del silencio más absoluto de los historiadores, de los críticos y de los periódicos, excepto en el único lugar donde hoy en día se refugia la libertad, que es, y perdonen lo evidente de la alusión, en la libertad digital.
DRAGONES Y MAZMORRAS
De faranduleros y homenajes
Yo no sé de donde se ha sacado que los españoles tenemos mucho sentido del ridículo. Si así fuera nuestro género favorito no hubiera sido el esperpento, ni Quevedo habría triunfado sobre Cervantes. La ironía, es una manera de soportar la realidad, y la bufonada un medio de exacerbarla.
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