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REVOLUCIÓN MORAL

Cuando Zapatero descongeló la revolución del 68

En estas primeras vísperas de las justas y necesarias vacaciones, debemos pensar que, quizá más que nunca, este verano sea para el invierno. Nos han mandado una ley al parlamento, la de enseñanza, que bien se merece otra masiva manifestación para otoño. Distraídos como andamos preparando lecturas, viajes, encuentros, no perdemos lo que Julien Brenda, en su memoria de intelectual, nos recordaba: “Esta necesidad de estar distraído es lo que explica que los hombres no vayan a prescindir jamás de la lectura de los periódicos, incluso si están convencidos de que éstos no son más que mentira”.

En estas primeras vísperas de las justas y necesarias vacaciones, debemos pensar que, quizá más que nunca, este verano sea para el invierno. Nos han mandado una ley al parlamento, la de enseñanza, que bien se merece otra masiva manifestación para otoño. Distraídos como andamos preparando lecturas, viajes, encuentros, no perdemos lo que Julien Brenda, en su memoria de intelectual, nos recordaba: “Esta necesidad de estar distraído es lo que explica que los hombres no vayan a prescindir jamás de la lectura de los periódicos, incluso si están convencidos de que éstos no son más que mentira”.
Zapatero y su vieja revolución
El diario gubernamental El País ha publicado el domingo una larga y oportunísima entrevista con el ministro de Justicia, Juan Fernando López Aguilar, ventrílocuo de la nueva filosofía entre cínica y sofista, portavoz de todo lo que se refiera a las relaciones con la Iglesia del Ejecutivo que poco y mal ejecuta. El ministro isleño tiene siempre la virtud de la pertinencia para llevar las aguas a su cauce: el socialismo del Consejo de Ministros para los socialistas y el mensaje de tranquilidad para la Iglesia. Después de una semana agitada en la que la Fundación Alternativa, sin alternativas, presentara un estatuto de laicidad y se lanzara a recordar que hay que cambiar los Acuerdos entre la Iglesia y el Estado, y de que los cachorros socialistas dieran un paso más y pidieran al Gobierno que “ponga a la Iglesia en su sitio”, nos sale el señor López Aguilar con un mensaje para navegantes en el que dice que este Gobierno es, si cabe, el más generoso de la democracia española con la Iglesia en su interpretación de los Acuerdos y, para más señas, avanza la teoría de que mientras la Iglesia reciba dinero, pan para hoy y leña para mañana. Es muy probable que el ministro no haya leído lo que Pío Moa nos recuerda en su libro sobre el año 1934 –una muy recomendable lectura para este tiempo- citando a Ortega: “Los muertos matan a los vivos”.
 
El Gobierno socialista es no sólo un gobierno express –capaz, en un año, de poner en marcha un paquete de medidas que atentan contra la visión cristiana de la vida- sino que es el Gobierno más ideologizado desde la transición en la medida en que falsea la realidad social de España y la proyecta hacia una modificación del tejido de las relaciones personales y sociales basado en una antropología que elimina toda referencia a la trascendencia. Además, basa su poder en la ley y en el régimen de la opinión, en la doxa, en la ausencia de verdad, en la apariencia, en el talante. Si algo fue característica del cristianismo en los tiempos en los que fecundaba la degenerada cultura griega y romana fue su lucha contra el régimen de la sola opinión, de la ausencia de certeza y del modo arbitrario de los tiranos que ejercían su imperio con su sola voluntad. El gobierno de la opinión es siempre el gobierno de la arbitrariedad, de la ingeniería social y de la hipnosis colectiva.
 
Protestas de mayo de 1968Ahora el ministro de Justicia viene a distraernos con su pulcra y profusa palabra. En España, no pasa nada, ha venido decir. Pasa lo que tenía que pasar. Existía un programa del Partido Socialista, con el que se presentó a las elecciones; ganamos las elecciones, y tenemos la obligación de llevar el programa a la práctica. No habla el ministro, sospechosamente, de la prisa que les ha entrado de llevar adelante todas las medidas legislativas que pretenden la desvinculación del hombre con su realidad y con su naturaleza relacional: matrimonio, familia, vida, educación. La izquierda siempre se ha ocupado de la educación y de la cultura. La izquierda es la que ha mantenido los principios del mayo de 68 y de la revolución y, ahora, en España, los ha sacado del congelador de las ideas para hacerlos realidad. Los socialistas españoles han descongelado lo que quedaba de las revoluciones de izquierda para hacer, en nuestro país, una gran revolución moral, con la ideología de la realización del hombre como máximo hiperbien, del pan-sexualismo, de las nuevas identidades de género, de la educación libre y sin esfuerzos, del placer y el deseo como principio de la voluntad, de la homo-sociedad, del utilitarismo moral y del relativismo ético.
 
A Zapatero ya se le han olvidado aquellas otras promesas de su programa: el drama de la vivienda, las ayudas a las familias –no digamos nada a las numerosas-, las consecuencias del envejecimiento de la población, la crisis del sistema público de pensiones, el trabajo precario, la legislación laboral con las jubilaciones obligatorias, la saturación de la sanidad pública, el consumo de drogas.
 
Lo que no se le ha olvidado a Zapatero es la Iglesia, y lo católico. Por algo será...
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