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HABLAR DE DIOS

Dios es una cuestión pública

Espero que no nos ocurra aquello que le pasaba al imaginario profesor, en el Juan de Mairena de Antonio Machado, que pretendía explicar a sus discípulos el argumento ontológico de san Anselmo con el siguiente pórtico: "Permitid, o mejor, perdonad que os lo exponga brevemente. Y digo 'perdonad' porque en nuestro tiempo se puede hablar de la esencia del queso manchego, pero nunca de Dios sin que se nos tache de pedantes".

Espero que no nos ocurra aquello que le pasaba al imaginario profesor, en el Juan de Mairena de Antonio Machado, que pretendía explicar a sus discípulos el argumento ontológico de san Anselmo con el siguiente pórtico: "Permitid, o mejor, perdonad que os lo exponga brevemente. Y digo 'perdonad' porque en nuestro tiempo se puede hablar de la esencia del queso manchego, pero nunca de Dios sin que se nos tache de pedantes".
Detalle de LA CREACIÓN de Miguel Ángel.

No sé si al obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal española, monseñor Ricardo Blázquez, le acaeció lo mismo cuando la pasada semana, en esa aduana pública madrileña que es el Club Siglo XXI, se le ocurrió ofrecer una conferencia sobre Dios, mejor dicho, sobre una pregunta a la Iglesia y de la Iglesia: ¿Qué dices de Dios? ¿De qué Dios? Lo que está claro, y para no salirnos del clásico machadiano, es que vivimos en España aquello de que "los hombres han comprendido siempre que, sin un cambio de dioses, todo continúa aproximadamente como estaba, y que todo cambia, más o menos catastróficamente, cuando cambian los dioses". Sería mucho afirmar que, después de los días del 11-M al 14-M, cambiaron los dioses. Pero no lo es que si no cambiaron los dioses, al menos, cambiaron los hombres, y la suerte de los hombres.

"Dios o el queso manchego", además, es el título de un recordado artículo en la prensa de Olegario González de Cardedal, teólogo español que recientemente ha pronunciado su última lección académica oficial en la Universidad de Salamanca verdadera. Decía allí que la hondura de una sociedad se mide por su capacidad de enfrentarse a los temas esenciales, a las profundidades de lo que ocurre y discurre por entre los titulares del periódico del día. ¿Quién se atreve a hablar hoy de Dios? Podemos llenar de palabras los muros de la incontinencia histórica; podemos gustar y degustar el instante, sin preguntarnos por el antes y el después; podemos vivir casi cien años y no pararnos, ni un segundo, ni un minuto, a pensar la respuesta a aquellas preguntas de Lyovin, en la inmortal obra de Tolstoi, Ana Karenina: "¿Qué soy? ¿Dónde estoy? ¿Por qué estoy aquí?". "Hay hombres que sólo viven para sí mismos, por ejemplo, ese Mityuha, que sólo piensa en llenarse el buche. Pero Fokannych es un viejo honrado. Vive para su alma. Se acuerda de Dios".

No es lo mismo hablar hoy sobre Dios con hondura, con rigor, con anchura, que hacer dictámenes políticamente correctos sobre Dios. Hablar sobre Dios compromete; tiene sus consecuencias. También para la Iglesia. Dios no es sólo un horizonte de satisfacción para la vida privada; Dios es una cuestión civil, una cuestión pública, en la medida en que es la cuestión primordial del hombre. El discurso, la palabra de la Iglesia en la sociedad se legitima si tiene el referente previo de la vida en Dios, del encuentro con el Dios de Jesucristo y con cada uno de los hombres que conforman la historia. Las relaciones entre convicción religiosa, creyente, confesante, y democracia no se pueden establecer sólo sobre la base de una ausencia de conflictos. Deben establecerse a partir de una clara identificación de lo que es el hombre, de lo que contribuye a su felicidad, a su bienestar y a su desarrollo. El creyente, cuando participa en el debate público y colabora en la conformación de una ética civil, no quiere imponer su creencia, ni conquistar posiciones antiguas. Lo que desea es que se produzca un reconocimiento público de las necesidades de las personas y de lo que contribuye al desarrollo de una conciencia moral en beneficio de todos, no sólo de unos pocos con poder, riqueza o inteligencia.

Hay quien afirmó que el siglo XXI sería religioso, o no sería. Lo que sí está claro es que la confesión de Dios está presente en la vida política, social, cultural del ahora con una fuerza inusitada. La confesión en Dios de los musulmanes radicales no es equiparable a la conciencia de la presencia de Dios del profesor de biología que realiza su trabajo profesional con ejemplar dedicación. Dios es siempre el mismo; las formulaciones sobre Dios, las imágenes de Dios, las consecuencias de la percepción de la revelación de Dios, no.

Cada época de la historia vive la cercanía y la distancia de Dios con características singulares. Es posible que ahora vivamos "la entera dureza de la ausencia de Dios". Y también lo es que Dios haya pasado a ser protagonista de una historia en la que sólo es una excusa para legitimar a antítesis de Dios. La prueba de la verdadera presencia de Dios es siempre la paz del hombre y en el hombre. El peor síntoma de nuestro tiempo no es la negación de Dios, la manipulación de Dios, el olvido de Dios, sino la apatía, la indiferencia hacia Dios, como si Dios no existiese... El problema radica en que el olvido de Dios conduce al olvido del hombre. Conviene hablar de Dios, con pertinencia, para poder hablar del hombre.

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