Menú
DEBATE SOBRE RELIGIÓN EN LA ESCUELA

El incurable laicismo de Savater

Fernando Savater ha vuelto a la carga con su redomado laicismo, que es algo muy diferente de la defensa de una sana laicidad, terreno en el que todavía se espera en nuestro país la hora del reencuentro entre el catolicismo y el mundo laico, tanto de tradición liberal como socialista. Savater incide en un asunto que le resulta especialmente querido, el de la educación, para decir que con dinero público sólo puede financiarse la enseñanza de la ciencia y de los valores democráticos.

Fernando Savater ha vuelto a la carga con su redomado laicismo, que es algo muy diferente de la defensa de una sana laicidad, terreno en el que todavía se espera en nuestro país la hora del reencuentro entre el catolicismo y el mundo laico, tanto de tradición liberal como socialista. Savater incide en un asunto que le resulta especialmente querido, el de la educación, para decir que con dinero público sólo puede financiarse la enseñanza de la ciencia y de los valores democráticos.
Fernando Savater, autor de otro iracundo artículo en El País contra la enseñanza cristiana

Sorprende esta mezquina tesis en alguien que había reconocido como uno de los síntomas de la crisis educativa, la falta de preocupación por la verdad. En efecto, el escepticismo radical que pretende expulsar la búsqueda de la verdad del ámbito de la educación y la cultura, está en la base de la crisis de la educación humanista, como ha subrayado el filósofo Máximo Borghesi en su libro "El sujeto ausente". Lo curioso es que para explicar su tesis, Borghesi, filósofo católico, cita al laico Savater, porque reconoce en su reflexión un interesante punto de encuentro. Pero Savater no responde con similar apertura, y prefiere revestirse de ese aire de comecuras al que ya nos tiene tristemente acostumbrados un pensador por otro lado tan notable.

La presencia de la dimensión religiosa en la escuela tiene carta de ciudadanía en la inmensa mayoría de los países democráticos, así que ya está bien de utilizar ese recurso tan grato a los Peces Barba y compañía, de acusarla poco menos que de anomalía democrática. Pero aparte de esto, cabe preguntarse qué queda de la auténtica educación si se limita a exponer los alcances de la ciencia y los "valores democráticos"; la educación supone perseguir el significado de la realidad, comprender la vida y el mundo en sus múltiples relaciones, aprender el ejercicio de la razón y de la libertad frente a una realidad que por naturaleza es enigmática. Reducir el ámbito educativo a los resultados de la ciencia empírica, implica transformar la educación en mera instrucción de habilidades, y renunciar a lo más sustancial del acto educativo. Algo parecido podría decirse de la exposición de los que Savater denomina "valores democráticos", si no va acompañada de una indagación sobre su fundamento y raíces.

Por otra parte la afirmación de Savater roza el ridículo, porque la filosofía, la historia y la literatura están traspasadas por la pregunta religiosa (a no ser que se aplique una violenta amputación de sus contenidos), y de ningún modo pueden considerarse "ciencia" en el sentido que él invoca. ¿Significa eso que estas asignaturas tampoco deberían impartirse a cargo del erario público? El ánimo iracundo de expulsar a toda costa la Religión del ámbito escolar, conduce a formulaciones absurdas como la de nuestro filósofo. Una educación que pretenda responder a la crisis existencial de nuestros jóvenes, a la crisis de fundamentos éticos y espirituales que ya a casi nadie se le escapa, no puede permitirse el lujo de echar por la ventana las grandes preguntas del ser humano y las pistas y los esbozos de respuesta que se han presentado en la historia. Por el contrario, la escuela debería albergar con generosidad este drama que es el tejido más profundo del camino humano. Ahí se inserta la plena razón de que las religiones sean convenientemente incluidas en el sistema educativo, máxime si se trata de una religión como la católica, que en España resulta imprescindible para comprender y valorar su historia.

La neutralidad religiosa del Estado, que Savater postula justamente, no implica desentendimiento de la aportación que cada confesión religiosa realiza al bien común, y menos aún hostilidad o rechazo. Esto último no cabe en la fórmula de la verdadera laicidad, sino en los prejuicios invencibles de algunos de nuestros intelectuales.
0
comentarios