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SÍNODO DE LOS OPISPOS

¿Es Benedicto XVI un Papa pesimista?

Un buen amigo, con el que suelo conversar sobre la actualidad de la vida de la Iglesia, me comentaba estos días que si un ciudadano medio leyera sólo las informaciones de El País sobre religión no tardaría más de un año en perder la fe. El pasado lunes, la noticia referida a la inauguración de la XII Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos era de un dirigismo laico que echaba para atrás.

Un buen amigo, con el que suelo conversar sobre la actualidad de la vida de la Iglesia, me comentaba estos días que si un ciudadano medio leyera sólo las informaciones de El País sobre religión no tardaría más de un año en perder la fe. El pasado lunes, la noticia referida a la inauguración de la XII Asamblea ordinaria del Sínodo de los obispos era de un dirigismo laico que echaba para atrás.
Grupo Prisa

Ya sabemos de las tesis de fondo, y de forma, que los medios laicistas repiten a tiempo y a destiempo: la religión, además de ser fuente de violencia y de conflictos, representa el atavismo social que frena el indiscutible progreso de la sociedad.

No hace falta leer el último e interesante libro de John Gray, “Misa negra”, para darnos cuenta de que la ilustración volteriana habita hoy en las páginas de los periódicos y en la conciencia de no pocos mediadores sociales que, sin las distinciones propias de la ciencia y de la conciencia, no cejan en su empeño de propalar que la Iglesia católica, la de los jerarcas –como les gusta tanto decir–, es el ejemplo de una institución asentada sobre principios que están en las antípodas de la razón y del consenso social. Una atenta lectura de las líneas y de las entrelíneas de los textos del pasado lunes (incluida esa foto de Benedicto XVI en la sede de la Catedral de San Pablo Extramuros) parecía mostrar un rotundo mensaje de pesimismo, entre latines y ceremonieros, acompañado por un comentario sobre el contenido y los continentes del actual Sínodo de los obispos que era para echarse a llorar.

La realidad es la contraria. Si hay un intelectual optimista declarado es Joseph Ratzinger. Siempre lo ha sido y siempre lo será. Optimismo y esperanzado porque mira a la realidad como la realidad debe ser mirada. No debemos olvidar que cuando Benedicto XVI afirma la primacía del ser sobre el pensar, lo que está haciendo es abrir la razón del hombre a la trascendencia de la realidad, al sentido. “Es la palabra la que forma la historia, la realidad”, ha dicho esta semana. La Revelación cristiana, la Palabra de Dios en la historia y hecha historia, no es más que una llamada al sentido de la realidad, a que pensemos que siempre hay algo más grande que nosotros mismos que nos ayuda a descubrir el secreto de la razón y del corazón del hombre. La realidad es siempre una invitación a entrar en ella y a descubrir sus ilimitadas posibilidades. Así, la primera realidad del hombre es la vida. Y la vida debe ser digna de ser vivida como vocación, como respuesta a una llamada. A nadie se le ha preguntado si quiere vivir, si quiere nacer. Precisamente la vida se nos da, como se nos da la realidad, para que, caminando junto a ella, descubramos el sentido de nuestra existencia y nos dejemos llevar por las huellas de plenitud que habitan en el mundo.

La realidad, para el Papa, es la fuente de los conocimientos y la medida de su verdad. Mientras se sustituye la certeza por la verdad, Benedicto XVI reivindica los horizontes amplios de la vida y afirma, como hizo en su intervención del primer día del Sínodo, que la Palabra de Dios y la palabra del cristiano, es la llave del sentido de lo que acontece. Con su habitual finura para escrutar los signos de los tiempos y para dialogar con la modernidad, el Papa sabe muy bien que, si bien el pensamiento de la ilustración pretendió que el hombre legitimara su forma de actuar sin la referencia a Dios, lo que al final consiguió no fue que su autonomía se centrara en el mundo terreno. Se encerró en sí mismo, en su yo, en un soliloquio inaguantable.

Benedicto XVI está empeñado (bendito empeño) en deslegitimar a quienes en la actualidad siguen obligándonos a tomar una decisión: o Dios o el hombre. La afirmación del Papa (y de la historia) es Dios y el hombre. O acaso no es cierto lo que dijo el domingo:

Cuando el hombre elimina a Dios de su horizonte, cuando declara que Dios ha muerto, ¿es verdaderamente feliz? ¿Se hace verdaderamente más libre? Cuando los hombres se proclaman propietarios absolutos de sí mismos y únicos dueños de la creación, ¿pueden verdaderamente construir una sociedad en la que reinen la libertad, la justicia y al paz? ¿O no sucede más bien –como lo demuestran cotidianamente las crónicas– que se generalizan el poder arbitrario, los intereses egoístas, la injusticia, el abuso y la violencia en todas sus expresiones? Al final el hombre se encuentra más solo y la sociedad más dividida y confundida.

El Papa no es pesimista: es un optimista convencido y declarado.

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