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VIAJE DEL PAPA A LOS ESTADOS UNIDOS

La luz y la sal para una Iglesia pujante y herida

El Papa ha cumplido ya los primeros pasos de su ansiada visita a los Estados Unidos, pero quedan aún por pronunciarse el grueso de sus discursos, y faltan aún por desarrollarse los actos centrales de esta visita: los encuentros con los sacerdotes y el mundo de la educación católica, el discurso a la Asamblea de Naciones Unidas y la plegaria en la Zona Cero de Nueva York. Por eso centraremos el análisis sobre las coordenadas eclesiales y culturales de un viaje que Benedicto XVI no ha dudado calificar como una especial experiencia misionera.

El Papa ha cumplido ya los primeros pasos de su ansiada visita a los Estados Unidos, pero quedan aún por pronunciarse el grueso de sus discursos, y faltan aún por desarrollarse los actos centrales de esta visita: los encuentros con los sacerdotes y el mundo de la educación católica, el discurso a la Asamblea de Naciones Unidas y la plegaria en la Zona Cero de Nueva York. Por eso centraremos el análisis sobre las coordenadas eclesiales y culturales de un viaje que Benedicto XVI no ha dudado calificar como una especial experiencia misionera.
Benedicto XVI

El Papa visita, en primer lugar, a una Iglesia enorme con casi setenta millones de fieles, ciento noventa y cinco diócesis, cuarenta y dos mil sacerdotes, siete mil escuelas, quinientos sesenta hospitales y mil setecientas agencias locales de caridad... Son sólo algunas de las cifras que provocan mareo, y que nos hablan de un formidable desarrollo, sobre todo si pensamos que hace doscientos años los católicos eran una pequeña minoría asediada que buscaba hacerse un hueco en las colonias de Nueva Inglaterra. Y efectivamente, durante más de un siglo los católicos fueron mirados con extrema sospecha y en más de una ocasión fueron incluso perseguidos. Sin embargo, al amparo de la nueva libertad que ha regido el desarrollo de aquella gran nación, con la aportación continua de la inmigración llegada de Irlanda, Italia, y del centro y este de Europa, y con la guía fuerte de algunas figuras carismáticas, la comunidad católica se ha ido fortaleciendo y conquistando un reconocimiento social que durante años le fue negada.

Por supuesto, a este proceso apenas esbozado hay que añadir la savia hispana ofrecida por los nuevos territorios del sur y del oeste (California, Texas, Nuevo México) que pasaron a integrarse en la Unión, así como por el flujo continuo de inmigrantes procedente de México y Centroamérica, que plasman hoy el rostro de una Iglesia en la que un cuarenta por ciento de los fieles habla en español. Así pues, una Iglesia en algunos aspectos pionera y pujante, que no se desarrolló en polémica con las libertades democráticas sino a su calor, y que siempre se ha caracterizado por su carácter emprendedor en el campo social.

Ahora bien, la Iglesia que vive hoy en los Estados Unidos lleva también consigo profundas heridas: desde la crisis terrible de los escándalos sexuales atribuidos a sacerdotes al disenso teológico que encuentra albergue en no pocas universidades católicas. Sin olvidar el problema de un creciente dualismo entre los intereses de la vida real y la práctica religiosa (todavía notable) así como la creciente dificultad para evangelizar una cultura sujeta a cambios acelerados, impuestos desde el apabullante dominio de los medios audiovisuales. Es ahí, a ese núcleo candente de problemas, donde Benedicto XVI tratará de llevar su mensaje de clarificación y de estímulo, sin olvidar que sus palabras serán escuchadas también por una sociedad tremendamente compleja y fluida, en la que por un lado las religiones siguen manteniendo un papel protagonista en la vida pública pero en la que se expande una concepción de la persona marcada por el individualismo y por una exaltación de la libertad entendida como ausencia de vínculos.

Catedral de San Patricio en Nueva YorkEl Papa ha dejado ver que alabará el modelo de laicidad desarrollado por la democracia norteamericana, pero no eludirá poner la sal del Evangelio en las llagas sociales y eclesiales de este momento. Sin duda rendirá homenaje a tantas realizaciones apostólicas heroicas que han sembrado de presencias un territorio inmenso desde el Atlántico al Pacífico, y desde los hielos de Alaska a los desiertos de la frontera mexicana. Pero también recordará que la foto fija no existe en la historia de la Iglesia: que sólo la comunión con el Sucesor de Pedro y los obispos es garantía de fecundidad, y que si bien el Evangelio debe dialogar con todas las culturas, debe también purificarlas, y no dejarse arrastrar por la opinión dominante, con la excusa de hacer más aceptable su mensaje.

Antes de salir de Roma, Benedicto XVI ya ha dejado claro cuál será el eje de su visita: el mensaje de que Jesucristo es la esperanza para los hombres y las mujeres de toda raza, lengua y condición social, gracias al cual la vida encuentra su plenitud y podemos formar una familia de personas y de pueblos que viven en fraternidad. Será, por tanto, un viaje para fortalecer a la comunidad católica pero también un viaje misionero, en un país en el que la búsqueda de respuestas a los interrogantes dramáticos de la vida está más viva que en nuestra vieja Europa. No faltarán las resonancias ecuménicas, ahora más fáciles que en otros tiempos, debido entre otras cosas a una coalición de facto con los evangélicos a favor de la vida, y al camino de vuelta de muchas comunidades protestantes, exhaustas de la experiencia de un progresismo salvaje. La poderosa comunidad judía también espera la palabra de Benedicto XVI, que ya ha dado muestras de una amistad sincera hacia el judaísmo, y que por eso mismo no rehúye la discusión franca cuando es precisa.

No hay que despreciar, en fin, la dimensión política del viaje, centrada en los encuentros con el presidente Bush y los candidatos a la Casa Blanca, y el esperadísimo discurso ante la Asamblea de la ONU. No adelantemos acontecimientos, pero probablemente encontraremos en los discursos de Ratisbona y La Sapienza los mimbres para dicha intervención, que por otra parte no será una mera reiteración, sino un paso más en el desarrollo del gran mensaje que el Papa desea desplegar ante los grandes protagonistas de esta encrucijada histórica. Lo veremos en muy poco tiempo.

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