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EL REINO DE LOS CIELOS DE RIDLEY SCOTT

Laicismo medieval

Estamos en 1186, en una aldea francesa. La mujer de Balian, nuestro héroe, se ha suicidado y el cura del pueblo decide decapitarla para que vaya directa al infierno; Balian, en un ataque de cólera, asesina al clérigo, y el obispo del lugar ordena su detención. Atormentado por su conciencia, Balian emprende el camino a Jerusalén en busca de perdón. Comienza una versión de las Cruzadas según el cineasta Ridley Scott.

Estamos en 1186, en una aldea francesa. La mujer de Balian, nuestro héroe, se ha suicidado y el cura del pueblo decide decapitarla para que vaya directa al infierno; Balian, en un ataque de cólera, asesina al clérigo, y el obispo del lugar ordena su detención. Atormentado por su conciencia, Balian emprende el camino a Jerusalén en busca de perdón. Comienza una versión de las Cruzadas según el cineasta Ridley Scott.
Fotograma de El reino de los cielos
Se ha puesto de moda acercarse al hecho cristiano con criterios inadecuados. Si yo juzgo una canción de Los Beatles desde los presupuestos musicales del gregoriano, imaginen el resultado; y lo mismo si analizo una obra de Calderón tomando como patrón el teatro del absurdo de Ionesco. Algo similar ocurre si me acerco a un episodio de la vida o historia cristianas desde los presupuestos intelectuales del relativismo y laicismo modernos. Me sale un churro. No puedo comprender nada, y me invento las interpretaciones, suprimo lo que no entiendo y sesgo las cosas a mi avío. Ejemplos de esta incapacidad -ora deliberada ora inocente- de medirse con el cristianismo tal y como es, los tenemos a diario en cierta prensa, en novelillas de moda, en textos académicos, en discursos de políticos (véase a Llamazares hablando de Iglesia con motivo de la nota episcopal sobre los “matrimonios” homosexuales) y, cómo no, en el cine.
 
Este es el caso del último desatino de Ridley Scott, que quiere contarnos las Cruzadas desde la óptica cultural de la decadencia burguesota que vivimos. Y claro, es imposible. Le sale el ya advertido churro. En primer lugar, Scott no entiende las razones por las que un propio cogía el atillo y se iba a Tierra Santa, invirtiendo unos durísimos meses de viaje. Y como la peli va de eso precisamente pues a Scott no le queda más remedio que tirar de razones fáciles: unos cruzados buscan poder, otros consuelo interior, otros no saben lo que buscan... pero desde luego, ninguno se mueve por verdaderas razones religiosas. Y, ¿qué valor tiene Tierra Santa para un cristiano? Pues ninguno: según el film se trata de ruinas, piedras muertas, y desde luego nadie habla de la historicidad de Cristo -único significado del valor de aquellas tierras-. Bueno en realidad a Cristo no se le cita en toda la película más que una vez y para decir -me mondo- que una cosa es lo que diga el Papa y otra lo que diga Cristo. Y es que los malos de la peli son el Papa, el Obispo del lugar y los templarios. Y son los malos porque son intolerantes, desprecian al moro y tienen mano de hierro. Es el mismo criterio que usan hoy los intelectuales a sueldo para referirse al Papa Benedicto y a los nuevos movimientos apostólicos, entendidos como los templarios del momento.
 
Frente a los malos, están los buenos, y el protagonista, que es el cruzado progre, muy new age, que busca la alianza entre religiones –“civilizaciones”, diría Zapatero–, que sigue a Cristo pero no al Papa, que no está atado a los formalismos supersticiosos de la Iglesia, y que pregona una vida de principios y una ética universal de la tolerancia mientras se acuesta con la mujer de otro. Por supuesto, para este cruzado de ONG, Dios no es más que una palabra que se usa según convenga, y siempre desde un indisimulable escepticismo.
 
En ese contexto, nada es creíble en el film, todo es anacrónico, y el conjunto se viene abajo por su falta de seriedad. Sorprenden los juicios vertidos por algunos estudiosos del cine como Hilario J. Rodríguez, de merecido prestigio, que afirma en ABC que la película “se ajusta a los hechos con bastante fidelidad, ofreciendo una visión menos heroica de los cristianos y más humana de los árabes”. También es llamativo lo que dice el jesuita George Dennis: “Es históricamente irreprochable. No hay objeción alguna posible, al menos desde mi punto de vista cristiano”. Pero el que lo tiene muy claro es Ridley Scott: “El protagonista llega a la conclusión de que la religión no es tan importante como si es un buen hombre o no”. En esa misma entrevista, Scott habla “de un hombre muy santo que ha perdido la fe”. Un santo sin fe. A mí que me lo expliquen. En fin, una película al servicio del pensamiento único, una película que suplanta los hechos por su interpretación, una película que busca un justo entendimiento entre moros y cristianos... pero al precio de renunciar a la propia consistencia. Y la gente se lo traga.
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