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ENTREVISTA EN EL PAÍS

Los silencios del embajador en el Vaticano

Querido señor Embajador, no puedo por menos que aprovechar estas letras de felicitación de Navidad para manifestarle, en son de la paz que anuncia el nacimiento del Redentor, mi perplejidad por sus recientes declaraciones a María Antonia Iglesias, publicadas, cómo no, en el diario El País. No salgo de mi asombro cuando leo y releo algunas de sus respuestas, más propias de José Blanco en sus mejores momentos que de un embajador acreditado en la sede de la diplomacia más antigua del mundo.

Querido señor Embajador, no puedo por menos que aprovechar estas letras de felicitación de Navidad para manifestarle, en son de la paz que anuncia el nacimiento del Redentor, mi perplejidad por sus recientes declaraciones a María Antonia Iglesias, publicadas, cómo no, en el diario El País. No salgo de mi asombro cuando leo y releo algunas de sus respuestas, más propias de José Blanco en sus mejores momentos que de un embajador acreditado en la sede de la diplomacia más antigua del mundo.
Francisco Vázquez

Entiendo que lo que usted dice ahora no es lo mismo que lo repite su predecesor, Gonzalo Puente Ojea, sobre la fe de los españoles. Ahí, tengo que reconocerle, Felipe González y Alfonso Guerra no estuvieron muy acertados. El señor Puente Ojea ha calificado a la sociedad española de "gentes alienadas" e "intolerantes" por influjo de la religión católica. Lo que yo le pregunto es si esa invectiva no será, en verdad, lo que piensen muchos de sus correligionarios. O ya no nos acordamos cuando la vicepresidenta, hoy adalid de las relaciones con la Iglesia, llamó casposos a los obispos; o de aquel manifiesto del PSOE en favor de un laicismo trasnochado. Señor embajador, ya sabemos que las elecciones del mes de marzo bien valen un misa y una mesa con eclesiásticos, aunque sea en el Vaticano. Pero, por favor, no nos haga comulgar con ruedas de molino. El precio del voto de muchos católicos a costa de la verdad es un precio demasiado alto para el futuro de los españoles.

Lo primero que se me ocurre pensar es que ustedes, los socialistas cristianos de antaño, son unos románticos al querer conquistar el voto católico por un plato de lentejas, algo así como la primogenitura. Estará conmigo en que la mayor de las mentiras es una media verdad. Estará conmigo en que por más que hayan llegado al acuerdo con la Iglesia sobre la financiación, y a un acuerdo parcial sobre los profesores de religión del que habría mucho que hablar por la inseguridad jurídica que genera, a lo que no han llegado aún es a reconocer que la ley del matrimonio homosexual ha hecho que en el Código civil, en España, ya no exista el matrimonio tal cual –ojo, no lo digo yo, lo dicen los obispos en su documento de noviembre de 2006–. Hay ya silencios sospechosos y silencios de embajadores socialistas ante la Santa Sede.

Zapatero y la educación, uno de tantos ataques a los católicosHablemos de la ley de divorcio exprés que ha convertido al matrimonio en el contrato menos protegido por la ley española; de la ley de investigaciones biomédicas, que deja a los embriones, seres humanos según quienes le reciben a usted en sus despachos, al pie de los caballos de la arbitrariedad de un progreso mal entendido; de la Educación para la ciudadanía, un modus vivendi del adoctrinamiento estatalista y de una razón de Estado que atenta contra el derecho de los padres a educar a su hijos según sus convicciones –ojo, no lo digo yo, lo dice la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal, el 20 de junio pasados–; y de muchas otras afirmaciones de ministros sobre la eutanasia o el aborto, por ejemplo, más allá incluso de la necesaria legalidad. Pero sobre todo, dígame, ¿quién empezó primero? ¿Acaso no han sido los socialistas quienes se lanzaron a esta vorágine de leyes y propuestas de claro tinte laicista? Que ahora dan frenazo, enhorabuena; esperamos la marcha atrás.

Afirma usted en la entrevista que no entiende por qué compañeros suyos solicitan la reforma de los Acuerdos entre la Iglesia y el Estado cuando ésta no es una demanda social. Pero sí dice que esas leyes que le he recordado y que tanto molestan a la Iglesia, "son reflejo del cambio que se ha producido en la España de hoy, que no es la misma de 1977". ¿Está seguro? ¿Cuál es la demanda real para la ley del matrimonio homosexual, para la Educación para la ciudadanía o para la ley de biomedicina? Tiene razón cuando señala que no es necesaria la reforma de los Acuerdos entre la Iglesia y el Estado, a no ser que cambie tanto la Iglesia como el Estado, y en eso están sus compañeros. O que la sociedad mude las tornas y entonces obligue al Estado a otros planteamientos, que en eso están empeñados muchos de sus camaradas.

Pero lo que más me confunde, señor Embajador, es que usted, que teóricamente representa a España, y no sólo al partido que le ha enviado allí, utilice la clásica razón de Estado para acallar una de las únicas voces libres que existen en este país, la COPE. ¿Qué ocurriría si el Nuncio en España dijera lo que usted dice de una hipotética Radio Nacional, emisora propiedad del Estado? Dirá que no es lo mismo, que en ninguna Radio Nacional se dice lo que se oye en la COPE, claro, ¿qué es más letal, el veneno o el garrotazo? Se armaría el cisco diplomático; sería llamado el Nuncio a consultas y se le entregaría una carta solicitando explicaciones.

La mayoría de los obispos y de los cristianos, por aquí, creen de verdad en la libertad y prefieren la verdad a la mentira, la libertad real al engaño. Los que no son mayoría, son matices de otro costal. No me malinterprete, no justifico lo injustificable. El fin nunca justifica los miedos, afirmación, por cierto, que no sé si le ha quitado más de un minuto de su precioso tiempo. Siento recordarle que usted es Embajador de todos los españoles, no de los de su partido, y, por tanto, rotos ya los criterios de discreción y mesura diplomática, por favor, no utilice la razón de Estado para coartar la libertad, tenga ésta un volumen más alto o más bajo.

Perdone que le recuerde una época que usted conoce, por edad, mejor que yo. Cuando la Iglesia era el paraguas de libertad de los comunistas y los socialistas, ¿por qué no protestaban ustedes? Entonces se utilizó a la Iglesia y se manipuló su mensaje a favor de una ideología. Entonces, ustedes, ya quisieron cambiar la sociedad, y la Iglesia. Tan paraguas de libertad fue la Iglesia de los años sesenta y setenta como lo es ahora. No lo dude. Mas ahora la pelota está en otro tejado.

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