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EL AVIADOR, DE MARTIN SCORSESE

Madura, rica, inteligente y entretenida

Ha llegado la fiebre de las biografías cinematográficas. Por un lado se recrean las historias de grandes personajes remotos como Aquiles, Alejandro Magno o el Rey Arturo, por otro se rescatan grandes hitos de la cultura musical americana como Cole Porter o Ray Charles; y ahora le toca el turno a Howard Hughes, magnate del cine, del petróleo y sobre todo de la aviación civil. El encargado de dar vida a este símbolo de una época es Martin Scorsese, especialista en desvelar el lado oscuro y trágico del sueño americano.

Ha llegado la fiebre de las biografías cinematográficas. Por un lado se recrean las historias de grandes personajes remotos como Aquiles, Alejandro Magno o el Rey Arturo, por otro se rescatan grandes hitos de la cultura musical americana como Cole Porter o Ray Charles; y ahora le toca el turno a Howard Hughes, magnate del cine, del petróleo y sobre todo de la aviación civil. El encargado de dar vida a este símbolo de una época es Martin Scorsese, especialista en desvelar el lado oscuro y trágico del sueño americano.
Leonardo di Caprio encarna a Howard Hughes en el film de Scorsese.
Howard Hughes fue un torbellino humano, que en el film encarna perfectamente Leonardo di Caprio. Fue también un mujeriego impenitente, y entre sus relaciones hay nombres que hoy nos suenan a ángeles, como Katharine Hepburn –antes de su romance con Spencer Tracy–, Ava Gardner, Bette Davis, Ginger Rogers, Lana Turner, Rita Hayworth... Realmente estremecedor.
 
De todo este batiburrillo sentimental, Scorsese se centra en dos historias, las de Katharine Hepburn y Ava Gardner. Cate Blanchett asume el riesgo casi suicida de interpretar a una Hepburn que más de medio planeta conoce al dedillo y ama. Pues bien, lo hace impecablemente. En Blanchett reconocemos los andares, los gestos, la impronta elegante de aquella estrella. Y lo que es más, percibimos ese carácter que nos es tan familiar y su belleza interior. Ava Gardner, que encarna Kate Beckinsale, también está muy lograda, con su voz grave y aterciopelada y su sensualidad insultante. Y Scorsese también la redime y la devuelve intacta al mundo de las estrellas.
 
La verdad es que Scorsese se ha esmerado tanto en no desmitificar la edad de oro de Hollywood, a la que ama profundamente, que ha eliminado de la historia de Hughes sus presuntos episodios homosexuales con Cary Grant, que parece que ha salido del armario después de muerto (los buscadores de gays nunca descansan). Es más, Scorsese nos evita cualquier escena sexual de consumo fácil, y se mantiene fiel a la discreción elegante del cine clásico.
 
Pero seguramente lo más poderoso del film es la relación de Howard con los aviones, y ahí es donde Scorsese nos va a brindar las secuencias más brillantes, como la del baile de aeroplanos de Ángeles del infierno o el impresionante accidente aéreo que dejó maltrecho al magnate. Probablemente la película se centra demasiado en las luchas entre la Panam  y la TWA, propiedad de Hughes, y ello es una de las causas de que la película sea injustificadamente larga. De hecho, su duración es el principal defecto del film.
 
Scorsese no abandona su tendencia a retratar las contradicciones y oscuridades del éxito “a la americana”, el rostro letal del esplendor. Y ahí es donde se revela el Scorsese más difícil de digerir, el más desmedido, como también se confirma en el tramo final de El aviador. Pero en conjunto nos encontramos ante una obra madura, rica, inteligente y entretenida, que lejos de desmitificar afianza los mitos, los únicos en los que cree el cinéfilo compulsivo Scorsese: los de las estrellas, los de Hollywood.
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