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CINE ESPAÑOL

Princesas, un film de controvertida interpretación

La última película de Fernando León de Aranoa, Princesas, que cuenta la amistad entre dos prostitutas, ha provocado reacciones dispares, incluso dentro del ámbito de la crítica católica. El argumento se centra en la amistad entre dos prostitutas de Madrid que se acompañan en la sórdida mentira de sus vidas, y que se ayudan a dejar atrás esa triste etapa de su existencia.

La última película de Fernando León de Aranoa, Princesas, que cuenta la amistad entre dos prostitutas, ha provocado reacciones dispares, incluso dentro del ámbito de la crítica católica. El argumento se centra en la amistad entre dos prostitutas de Madrid que se acompañan en la sórdida mentira de sus vidas, y que se ayudan a dejar atrás esa triste etapa de su existencia.
Fotograma de la película Princesas

Una de ellas, Zulema, es inmigrante ilegal, madre de familia que ha dejado a su hijo de cinco años en Santo Domingo; la otra, Cayetana, es una chica “normal” de familia de clase media, que tiene un importante lío afectivo en su cabeza. La película tiene momentos de mucha crudeza y sordidez como no podía ser menos en una historia de ese tipo.

Pero Princesas no es cine social. Esta es la clave. Algunos críticos la han acusado de ser favorable a la legalización laboral de la prostitución; otros se sorprenden de que se omita la figura del proxeneta; hay quien ve en el film la típica receta “progre”, indolente y falaz, para hacer más “moderna” nuestra sociedad; por último, son muchos los que la señalan como floja, excesivamente tierna y muy artificial.

Creo que todo ello es un error de perspectiva. El tema de la legalización, si está, es como un subtema de fondo que francamente carece de interés. Ni siquiera parece importante para las protagonistas. Lo de los proxenetas interesa menos aún: hay muchas prostitutas que trabajan por cuenta propia. El film no tiene nada que ver con un documental o cine “comprometido”. Fernando León nos habla del corazón de dos mujeres, de sus anhelos más profundos, de sus esperanzas, de su forma de mirar el mundo. Y es inevitable experimentar ante ellas una complicidad. Son putas, pero podían ser catedráticas. El corazón humano es humano aquí y allá. Por eso Fernando León no las juzga como meretrices, sino como seres humanos. A las fulanas del Evangelio les pasa algo parecido. “¿Se puede tener nostalgia de algo que aún no ha sucedido?”, dice Caye. Eso es sentido religioso puro y duro. Una reflexión así hace añicos cualquier interpretación ideológica. Lo mismo ocurre cuando ella declara que desea que un día ocurra algo que “sea la hostia”, y que lleve su vida por un imprevisto y feliz sendero de cumplimiento. ¿Quién puede sustraerse a este deseo? ¿Acaso el cristianismo no es otra cosa que la respuesta a ese deseo? Estas son las motivaciones principales de las protagonistas, y quedarnos en el ejercicio de su prostitución, es hacer que la anécdota nos impida ver el fondo de la cuestión. No debemos reducir a moralina el juicio sobre una película que muestra con tanta verdad el drama humano. ¡Para una vez que ocurre cada diez años en el cine español!

Fernando León tiene una gran virtud: cree que la vida es una cosa muy seria. Quizá por ello es un director serio, es decir, que se toma en serio a sus personajes, al espectador y a sí mismo. Y esto es algo de agradecer. Su anterior película, Los lunes al sol, aunque reunía esas tres “seriedades”, tenía el lastre de un exceso de moldes ideológicos, quizá no deliberados, pero aceptados por ósmosis de la mentalidad dominante. En Princesas no hay asomo de discurso y es tremendamente humana.
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