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Isaac Katz

Mercado de órganos humanos

Todos pierden con la prohibición: el pobre sigue siendo pobre y la gente que requiera de un órgano, rica o pobre, seguiría muriendo por falta de órganos para transplantes.

Es un hecho que la cantidad de riñones e hígados que se donan de manera altruista no son suficientes para cubrir las necesidades de transplantes. De acuerdo con el Centro Nacional de Transplantes de México, 4.822 individuos estuvieron en espera de un riñón durante el año 2006, pero sólo se realizaron 1.916 transplantes. En transplantes de hígado se hubiesen necesitado 242 donantes más. Si el altruismo cubriera las necesidades no habría necesidad de cambiar el sistema actual que restringe los transplantes a órganos donados, tanto en vida como los provenientes de cadáveres.

La restricción impuesta de que los órganos para transplantes sólo pueden provenir de actos altruistas, en vida o después de la muerte, implica que el precio efectivo de órganos es cero, lo que en consecuencia genera un exceso de demanda: las donaciones no llegan y mucha gente muere esperando un órgano que nunca llega. Ante esta situación, ¿debe permitirse la venta de órganos humanos? En el caso de riñones, un individuo puede, con los cuidados médicos adecuados, vivir una existencia prácticamente normal con solo un riñón, mientras que en el caso del hígado sólo se toma una parte del órgano del donante que, al ser transplantado, crece dentro del cuerpo del receptor, mientras que en el donante su órgano se regenera.

La principal objeción a que haya un mercado de órganos es que sería un incentivo para que los pobres vendieran sus órganos y que sólo los ricos podrían pagar por ellos. Es indudable que legalizar un mercado de órganos incrementaría la disponibilidad de estos para quienes los necesitan para sobrevivir y que el precio de mercado eliminaría el exceso de demanda que existe. Claramente no tiene por qué haber ningún problema si la venta del órgano se pacta previamente y se traspasa cuando el individuo muera y el pago se hace a los herederos. Ambas partes del intercambio saldrían beneficiados sin que haya imposición alguna.

Pero ¿qué sucede si el pobre vende en vida uno de sus riñones o parte de su hígado? Obviamente al venderlo incrementa su bienestar personal; prohibirle que venda sus órganos no mejora su posición en nada. Todos pierden con la prohibición: el pobre sigue siendo pobre y la gente que requiera de un órgano, rica o pobre, seguiría muriendo por falta de órganos para transplantes. Es el momento de evaluar esta posibilidad.

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