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Jonathan S. Tobin

¿Qué bandera izarán en Naciones Unidas? ¿La de Fatah o la de Hamás?

No es raro que el Vaticano no quisiera tomar parte en semejante charada. Tampoco debería hacerlo ninguna nación que defienda la idea de la paz en Oriente Medio.

No es raro que el Vaticano no quisiera tomar parte en semejante charada. Tampoco debería hacerlo ninguna nación que defienda la idea de la paz en Oriente Medio.
Archivo/EFE

Los palestinos, siempre en busca de maneras de simbolizar su búsqueda de soberanía, han solicitado que se les permita izar su bandera en la Organización de Naciones Unidas en la próxima reunión de la Asamblea General, que se celebrará este mes. El gesto es irrelevante, pero requiere alterar las reglas, ya que se trata de un privilegio reservado por el organismo mundial a sus Estados miembros. Ya que la Autoridad Palestina está presente en la ONU en calidad de "Estado observador no miembro", los aliados de los palestinos solicitan que a todos los observadores se les conceda el honor de que su bandera ondee en Turtle Bay [donde se encuentra la sede de Naciones Unidas en Nueva York]. Pero hay dos problemas con este plan; uno de ellos es que el otro Estado observador, el Vaticano, se ha negado a participar en la farsa. El otro es que cabe preguntarse a cuál de los dos Gobiernos rivales palestinos honrará Naciones Unidas: ¿al corrupto régimen de Fatah que gobierna en la Margen Occidental, o a los terroristas de Hamás que controlan Gaza? ¿Alguien de la ONU puede responder a esta pregunta? O, mejor aún, ¿le va a importar siquiera a alguna de las naciones que, sin duda, lograrán que se apruebe esta solicitud?

Dada la reciente decisión del Vaticano de reconocer la independencia palestina, podría haber resultado natural que la Iglesia se sumara al asunto de las banderas. Pero no parece ser el caso; el Vaticano declaró que, aunque no se oponía a que se izara la bandera palestina, no deseaba respaldar la maniobra ni tomar parte en ella. El diminuto Estado de la Ciudad del Vaticano posee una bandera con el escudo de armas del Papa, pero la Iglesia no encuentra valor alguno en el simbolismo de que ondee junto a las de otros países. Sin embargo, a los palestinos les consuelan los gestos de este tipo y tratan de aprovechar cualquier oportunidad de pasar por Estado soberano.

Pero como todo los intentos de permitir que los palestinos sean tratados como entidad soberana sin que previamente se les exija firmar la paz con Israel, hay un grave problema con esta iniciativa.

Dejemos de lado el hecho de que la Autoridad Palestina se limita a tener autonomía en la Margen Occidental y no actúa como un Estado que controle el territorio, que es el requisito básico para cualquier Estado que aspire a ser reconocido como tal. En cambio, planteemos de nuevo la cuestión de qué Estado palestino creen estar reconociendo los diversos defensores de las propuestas de concederles ese estatus.

Aunque los palestinos actúan como si la Margen Occidental y Gaza fueran una sola entidad, ambas regiones han sido gestionadas por Gobiernos separados desde el violento golpe mediante el que Hamás se hizo con el control de Gaza.

En la Margen Occidental, la corrupta cleptocracia dirigida por Fatah prosigue su desgobierno de los palestinos mientras Israel mantiene la seguridad en un intento de detener el terrorismo y mantener al líder de la AP, Mahmud Abás, a salvo de las amenazas de Hamás y de otros grupos islamistas.

En Gaza, Hamás dirige un Gobierno que es en realidad un Estado palestino independiente en todo salvo en el nombre. Ejerce un poder absoluto y tiránico sobre los más de un millón de habitantes de la Franja, imponiendo su credo islamista a la población, así como empleándola como escudo humano en sus operaciones terroristas. Aunque Israel y Egipto han mantenido un bloqueo poco estricto de la zona desde el golpe de Hamás, a la Franja llegan todos los días, procedentes de Israel, alimentos, medicinas e incluso material de construcción enviado para reconstruir las casas destruidas en la guerra del verano pasado. El movimiento islamista palestino podría emplear esos recursos para mejorar la vida de su pueblo, o al menos para reconstruir uno solo de los hogares perdidos como consecuencia de su aventurismo terrorista, en el que lanzaron sobre las ciudades israelíes una lluvia de miles de misiles. En cambio, con ayuda de Irán, construye más túneles terroristas para facilitar secuestros e incursiones asesinas en Israel, así como fortificaciones destinadas a proteger sus lanzamisiles y a su personal terrorista.

Puede llegar a defenderse que se establezca alguna forma de autodeterminación árabe-palestina en parte del territorio que tanto israelíes como palestinos reclaman como patria. Pero ese reconocimiento es imposible hasta que Fatah, Hamás o ambos estén dispuestos a reconocer la legitimidad de un Estado judío vecino, independientemente de dónde se tracen sus fronteras. Pero ninguno de los dos, ni siquiera los supuestos moderados de Fatah, pueden hacerlo.

El motivo de que no puedan hacerlo es que el nacionalismo palestino está inextricablemente unido a una guerra contra el sionismo que los obliga a luchar por la aniquilación de Israel. Por eso incluso Fatah fomenta el odio y alaba a los terroristas y los atentados contra israelíes y judíos. Hamás no disimula el hecho de que su objetivo es acabar con la ocupación. Pero con ello no se refieren a la Margen Occidental o a Jerusalén, sino a todo Israel.

Por eso la iniciativa por reconocer a Palestina como entidad soberana es tan peligrosa, aunque se manifieste en gestos tan intrascendentes como izar una bandera. Al hacerlo, Naciones Unidas e incluso las naciones Occidentales que extienden ese reconocimiento a la Autoridad Palestina están recompensando tácitamente a los palestinos por preferir una guerra interminable contra los judíos en vez de optar por la paz.

No es raro que el Vaticano no quisiera tomar parte en semejante charada. Tampoco debería hacerlo ninguna nación que defienda la idea de la paz en Oriente Medio.

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