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José García Domínguez

Algo se mueve en Venezuela

Si algo nos enseña la Historia es que ninguna dictadura cae jamás por efecto de la siempre mítica y mitificada presión popular en la calle.

Si algo nos enseña la Historia es que ninguna dictadura cae jamás por efecto de la siempre mítica y mitificada presión popular en la calle.
Henrique Capriles, en una imagen de archivo | EFE

Parece que algo se mueve en Venezuela. El indulto del régimen a esos cien presos políticos es un gesto que convendría no despreciar. Como no lo ha despreciado Henrique Capriles, acaso el líder más lúcido y realista de la oposición. Alguien, Capriles, que, a diferencia de tantos europeos y también de demasiados de sus propios compatriotas, comprende que con las consignas del insurreccionalismo romántico se puede hacer mucha y muy emocionante literatura épica, pero poca, muy poca política práctica. Los europeos, con nuestro muy velado racismo inconsciente, tenemos la fea costumbre de exigir a otros que se embarquen en hazañas colectivas que, sin embargo, jamás hubiésemos emprendido en casa. Por ejemplo, nos parece que la obligación inexcusable de los venezolanos es derrocar a su dictador sin incurrir en ningún tipo de negociación o componenda con el régimen. Nosotros queremos la pureza del todo o nada, eso sí, siempre que la peligrosa partida del todo o nada se juegue bien lejos, en algún lugar remoto de las lindes del Tercer Mundo. Allí, sí, por supuesto; aquí, sin embargo, de ninguna manera.

Nosotros estamos muy orgullosos de una transición pacífica y civilizada en la que antiguos servidores de una dictadura impuesta por las armas tras una guerra civil, gentes como Rodolfo Martín Villa entre otros cientos, ayudaron luego a desmantelar aquel régimen para hacer posible una democracia plena, sin derramamientos de sangre ni grandes traumas civiles. Lo mismo que en toda Europa del Este, donde el comunismo fue desahuciado vía pactos y con la cooperación activa de los antiguos mandatarios comunistas. Pero lo que vale para nosotros, los europeos, no nos sirve para el Nuevo Mundo. Los románticos de aquí y de allí no lo quieren saber, pero si algo nos enseña la Historia es que ninguna dictadura cae jamás por efecto de la siempre mítica y mitificada presión popular en la calle. Ninguna. Nunca. Las dictaduras, contra lo que predica el infantilismo esencialista, solo desaparecen en dos casos. El primero, cuando ellas mismas deciden disolverse, verbigracia la franquista, en España, o la de Pinochet, en Chile. El segundo y último, cuando un agente exterior resulta ser lo suficientemente poderoso y decidido como para arrollarlas. Y nada más. El resto, ya se ha dicho, es literatura, y de la mala. Algo se mueve en Venezuela. Y no, no hay que despreciarlo.

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