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José García Domínguez

El franquismo y Cataluña

Hay tanto que hablar del franquismo en Cataluña que daría para cien entrevistas presidenciales. O mejor para doscientas.

Hay tanto que hablar del franquismo en Cataluña que daría para cien entrevistas presidenciales. O mejor para doscientas.
Francisco Franco, leyendo 'La Vanguardia Española' I Archivo

Leo en la Prensa del Movimiento, en concreto en el diario Ara, mantenido como es fama por la familia propietaria de Gallina Blanca, que el carcelero Torra desea que su primera entrevista con el presidente del Gobierno gire en torno a una cuestión de la máxima actualidad: la memoria de la dictadura del general Franco en Cataluña. Una agenda prioritaria, esa del carcelero Torra, que tal vez sirva para que el joven Pedro Sánchez sea informado de primera mano por su invitado de los muchos servicios que el bando llamado "nacional" obtuvo merced al rendido colaboracionismo entusiasta de los catalanistas de la Lliga en la carnicería de 1936-39. Sin ir más lejos, el muy leído Torra podría explicarle a Sánchez que la organización y financiación de la célebre red de espionaje franquista conocida por Sifne (Servicio de Información de la Frontera Noroeste de España) corrió al exclusivo cargo de su tan admirado Francesc Cambó.

Y lo mismo procedería recordar de la emisora de radio clandestina que, en un correctísimo catalán normativo y absolutamente fiel a los dictados de Pompeu Fabra, transmitía a diario las consignas facciosas de los golpistas de Burgos al interior de la Cataluña republicana. Labor de apoyo al Caudillo que los viejos catalanistas de la Lliga compaginaron con la creación de una Oficina de Propaganda de París, organismo de nombre inequívoco en el que prestaron sus valiosísimos servicios al militante modo durante los tres años que duró la guerra los apellidos más ilustres del catalanismo ortodoxo, desde los Bertrán i Musitu, los Estelrrich, los Ventosa i Calvell y los Ribó (sí, el papá del camarada Rafael Ribó) hasta los Vergés, los Pla, los Sentís, los Mateu o los Marés, entre varias docenas más. Por lo demás, el presidente de la Generalitat no debería circunscribir sus enseñanzas a la súbita historia de amor entre los catalanistas de su propia cuerda y el franquismo germinal durante los prolegómenos de la dictadura.

Porque aquella historia de amor recíproco duraría algo más de cuarenta años. Al punto de que, muerto y enterrado el general, el cariño mutuo entre los franquistas catalanes de toda la vida y los pujolistas recién estrenados en el poder llevó a que CDC, el partido del que proceden los de Torra, tuviera el honor de integrar en sus listas electorales a casi la mitad de todos los alcaldes de Franco en Cataluña. En concreto, de los 219 alcaldes nombrados por el Régimen que se presentaron a las primeras elecciones democráticas, 95 (el 43,3%) lo hicieron en las candidaturas de CDC, el partido del carcelero Torra. En sus antípodas, la Alianza Popular de Fraga solo fue capaz de captar a diez de ellos (un escaso 4,5%). Pero si el president quiere ir para nota, que le cuente a los postres a su bisoño interlocutor madrileño que ellos, los convergentes, incluso ficharon para sus listas a franquistas fervorosos que ni tan siquiera habían sido cargos públicos en vida de Franco. Como un tal Primitivo Forastero, alcalde de CiU en Camarles y voluntario de la División Azul además de histórico dirigente de la Falange en Tortosa, amén de frustrado aspirante a un escaño en el Senado por Tarragona encabezando la candidatura de los Círculos José Antonio Primo de Rivera. Hay tanto que hablar del franquismo en Cataluña que daría para cien entrevistas presidenciales. O mejor para doscientas.

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