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José García Domínguez

El Señor de las Bestias y los nazis

Entre los nazis de antes y los catalanistas de ahora cabe constatar parentescos espirituales que, por muy vergonzantes que resulten, se antojan incuestionables.

Entre los nazis de antes y los catalanistas de ahora cabe constatar parentescos espirituales que, por muy vergonzantes que resulten, se antojan incuestionables.
El supremacista Quim Torra, en el centro de la imagen | EFE

Quim Torra, el Señor de las Bestias, anda estos días amenazando con querellas ante la Justicia (española) a quienes insistan en equiparar su pensamiento profundo con el de los nazis de antes. Y yo estoy de acuerdo en eso con el Señor de las Bestias, aunque solo fuera porque comparar a Torra con los nazis de antes es injusto con ellos. A fin de cuentas, a los nazis de antes nunca se les hubiera pasado por la cabeza redactar algo parecido a ese célebre manifiesto Koiné que apadrinó entusiasmada la actual consejera de Cultura de la Generalitat. Y es que a los nazis de antes les resultaba indiferente el idioma en el que hablaran o dejaran de hablar las criaturas de las razas inferiores sometidas a su dominio soberano. Por eso los nazis de antes nunca intentaron normalizar ni someter a inmersión a nadie dentro de las fronteras de su vasto imperio oriental. No, los nazis de antes nunca hubieran suscrito un documento donde pudiera leerse que urge denunciar

la profunda anormalidad que significa que en Cataluña (y en todos los demás países [sic] de lengua catalana) la realidad lingüística normal en un país con inmigración aparezca en cierta medida trastocada: la lengua de la inmigración (pero solo la española) adopta a todos los efectos el rol de lengua por defecto, de lengua del país, de lengua nacional, y contrariamente, la lengua del país va deviniendo privativa de una comunidad cerrada, que se va reduciendo y acabará desapareciendo, como suele pasar con las lenguas de inmigración.

De lo cual no cabe precipitarse a inferir, sin embargo, que entre los nazis de antes y el Señor de las Bestias existe una discontinuidad absoluta en el plano digamos ontológico. Bien al contrario, entre los nazis de antes y los catalanistas de ahora cabe constatar parentescos espirituales que, por muy vergonzantes que resulten, se antojan incuestionables. Pues incuestionable es que, a imagen y semejanza de los nazis de antaño, los catalanistas de hogaño tampoco admiten que el solo hecho de haber nacido en un territorio y pertenecer a una comunidad lingüística local abra las puertas a poder ser considerado miembro de pleno derecho de una polis. Así, de nada les sirvió en su día a los judíos alemanes el ser todos ellos germanoparlantes. Como es universalmente sabido, no por haber nacido en Alemania y hablar alemán se les iba a considerar ni mucho menos alemanes.

De idéntico modo, los catalanistas de ahora que tienen por último guía y mentor al Señor de las Bestias tampoco consienten que alguien como por ejemplo el leridano Josep Borrell pueda vindicar el derecho a ser tenido por catalán. Para nada. De él, de Borrell, recuérdese, sentenció Jordi Pujol en su día que únicamente es una persona nacida en Cataluña. Solo una persona nacida en Cataluña. Apenas una persona nacida en Cataluña. O sea, Borrell es un no catalán nacido en Cataluña. Lo dijo el Gran Ladrón y nadie le replicó. Absolutamente nadie. Todos asintieron. Porque en la comunidad moral catalanista se antoja normal y pertinente que el jefe de la tribu, ya sea el Gran Ladrón, el Payés Errante o el Señor de las Bestias, decida quién es y quién no es catalán. ¿En qué se diferencian, pues, de los nazis de antes? En el uniforme: el de los otros era más elegante.

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