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José García Domínguez

Los que decidirán en Cataluña

Para triunfar, Artur Mas necesita que no le crean cuando promete que declarará la independencia, sí o sí, en caso de ganar el domingo.

Para triunfar, Artur Mas necesita que no le crean cuando promete que declarará la independencia, sí o sí, en caso de ganar el domingo.

Para triunfar, que no significa lo mismo que vencer, Artur Mas necesita que no le crean cuando promete que declarará la independencia, sí o sí, en caso de ganar el domingo. Es la gran paradoja catalana: si los votantes le toman en serio, fracasará; si por el contrario terminan por desconfiar de su palabra y de sus verdaderas intenciones, si la mayoría de los catalanes lo tomase por un gran mentiroso, obtendría en mayor de los éxitos. Parece absurdo, pero es que la política muchas veces resulta absurda. El destino de Cataluña, que hoy es lo mismo que decir el de España, reside ahora mismo en manos de los indiferentes, de los abúlicos, de los que pasan. Y eso forma parte de la misma paradoja. Ocurre que uno de cada cuatro catalanes todavía ignora a estas horas qué hará el domingo con su voto. Y, dentro de ese 25 por ciento, nada menos que siete de cada diez no son nacionalistas. Siete de cada diez. Sabemos perfectamente quiénes son, por lo demás. De hecho, lo sabemos casi todo sobre ellos.

Así, sabemos que son muy jóvenes, entre los 18 y los 35 años de edad; sabemos que dentro del grupo abundan mucho más las mujeres que los hombres; sabemos que tienen un nivel cultural bajo en general, con un nivel de estudios que en promedio no sobrepasa el certificado de la ESO; sabemos que el 75 por ciento de ese segmento crítico, tres de cada cuatro, maneja como lengua de uso familiar el castellano; sabemos dónde viven (en los núcleos urbanos de las provincias de Barcelona y Tarragona); sabemos que se perciben a sí mismo tan catalanes como españoles; y sabemos, en fin, cuál es su ubicación ideológica dentro del espectro tradicional: se identifican con las categorías propias de la izquierda y el centro-izquierda, ese amplio espacio que se reconoce en los valores y los principios de la socialdemocracia, el mayoritario desde siempre entre los electores locales.

Al punto de que unos 650.000 votan –cuando se animan a hacerlo– al PSC, a Iniciativa per Catalunya y, una parte más reducida, a Ciudadanos. Lo que en ningún caso son, desde luego, es independentistas. En consecuencia, si Artur Mas lograse convencerlos de aquí al domingo de que está hablando en serio, se movilizarán para tratar de frenarlo. Pero si finalmente no le creen, si se lo siguen tomando a broma, si piensan que que todo consiste en una escenificación teatral, otra más, orientada en realidad a obtener alguna ventaja tributaria de Madrid tras los comicios, se quedarán en casa. Si tal ocurre, el éxito de Junts el Sí devendrá apoteósico. Y es que la movilización de la Cataluña separatista, que grosso modo representa la mitad del censo, resulta absoluta.

Irán a votar todos. Ya lo han decidido. No fallará ni el gato. La asimetría en ese plano se antoja sencillamente clamorosa. Por lo demás, resulta de sobras sabido que no hay transferencia de voto alguna, ni la más mínima, entre los dos bloques, el de los leales y el de los separatistas. Así las cosas, todo el esfuerzo de Mas y su testaferro Romeva en los próximos cinco días tiene que centrarse en tratar de convencer a los indecisos de que están mintiendo, de que en realidad nunca piensan cumplir lo que prometen a los suyos. Por su parte, los leales deberán concentrar la artillería dialéctica en mostrar su confianza ciega en la integridad intelectual y moral del caudillo separatista y su hombre de paja. Mas necesita que no se fíen de él y viceversa. Sería divertido si no fuese trágico. Pero es que es trágico. Y maldita la gracia.

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