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José Luis González Quirós

Un triste trámite

Más allá de la forzada alegría tras la victoria parlamentaria, la vida sigue igual.

Más allá de la forzada alegría tras la victoria parlamentaria, la vida sigue igual.

El debate del Congreso sobre la petición del Parlamento de Cataluña ha sido un trámite triste, por más que los necios papanatas convencidos de que nunca pasa nada se pretendan felicitar por la derrota de las pretensiones separatistas, o por que los discursos parlamentarios reconozcan la vigencia de la ley y la Constitución. Es obvio que se conforman con poco, pues sólo faltaría que el Congreso hubiese puesto en duda su propia legitimidad. Esta clase de victorias no están hechas para muchas celebraciones, porque, más allá de las formas externas, son íntimas derrotas, muestras de un fracaso que no hay valor para reconocer.

¿De qué sirve que se nos recuerde que la ley merece un respeto si no se hace nada cuando se conculca, cuando se hacen mangas y capirotes con las sentencias judiciales o con el derecho de los ciudadanos a hablar en la lengua de su predilección? Más allá de la forzada alegría tras la victoria parlamentaria, la vida sigue igual, Mas sigue en sus trece y el referéndum, ilegal, por supuesto, camina hacia su consumación en medio de una nube de papeles que analizan la nula base jurídica en que se sustenta y otras circunstancias igualmente irrelevantes desde el punto de vista político.

El Congreso de los Diputados parecía discutir sobre el sexo de los ángeles cuando los que se avienen a plantearle tan exquisitas cuestiones ya han dejado claro que les importan una higa sus conclusiones metafísicas. Si el Congreso representase en verdad la soberanía nacional, habría que concluir que esta anda muy decaída; pero el Congreso funciona en la práctica como una escenificación levemente barroca de lo que deciden no mucho más de la mitad de media docena de personas, y esta exquisita minoría anda perdida entre papeles y sin saber muy bien cómo se sale del maldito embrollo. Lo dijo Rajoy al subir al coche: "Aquí continuamos", la vida sigue igual.

Un débil rayo de incierta luz se asomó también en uno de los tramos de la lección de oposiciones que recitó el jefe del Gobierno, cosa que todo el mundo reconoce que hace bien. Habló de que el fondo de la pretensión de los embajadores ocasionales del Parlamento catalán no cabía en la Constitución, y añadió, seductor: "Al menos en esta Constitución". Luego los medios han hablado de la puerta abierta, siempre las metáforas ocultando las intenciones, pero cuando se admite y se sugiere que se reforme la Constitución para dejar contentos a los que difícilmente se contentarán se está diciendo: "Habéis perdido, pero queremos que ganéis". Produce auténtico bochorno que este triste trámite concesivo y desmoralizado se produzca el mismo día en que un catalán de estirpe que ejerce de primer ministro de Francia diga, en medio de aplausos generales e inteligentes, que va a reducir a la mitad las regiones de Francia, y también el día en que la líder de los independentistas de Quebec ha tenido que marcharse a casa tras su fracaso en convocar un tercer referéndum. Pero ni en Francia ni en Canadá tienen idea de lo que es un Estado moderno y de las múltiples facilidades que somos capaces de ingeniar a fin de que cambie todo lo que haya que cambiar para continuar haciendo lo mismo.

Por esto creo que no ha habido un debate en el Congreso, al menos el debate que debiera haber. Simplemente se han recordado los reglamentos, las pólizas y poco más, para prometer sotto voce a los desleales que España no olvida pagar a sus traidores. ¿Qué harán los que debieran conformarse? Es fácil de adivinar, porque lo sucedido ayer confirma la eficacia de la fórmula, a saber, cualquiera que plantee una batalla frontal a la democracia española puede estar seguro de ganarla. Todo aquel que se burle de la democracia, que asesine o se salte la ley con un mínimo de garbo no tendrá nada que temer, lo peor que puede pasarle es que tarde en cobrar su botín, pero la renta siempre será segura. Lástima que Bolinaga no haya tenido el gusto de desplazarse hasta el Congreso para ver en primera fila el comienzo de una nueva cesión, como siempre amparada en lo más alto. El Congreso que votó a favor de la negociación con ETA, y que no se ha desdicho, ya ha explicado con luz y taquígrafos lo que hay que hacer para que cada uno de los escogidos pueda continuar con lo suyo.

Alguno dirá que eso exige reformar la Constitución, pero ¿quién le va a negar a Rajoy y a Rubalcaba la capacidad de concertarse por el bien de todos? Siempre hay un forense dispuesto a facilitar el trámite, o un equipo de juristas capaces de aseverar que ya cabe lo que no cabía o que la soberanía troceada puede acabar demostrando la cuadratura del círculo, si fuere conveniente. Desde 1977, los españoles se han acostumbrado a que sus representantes se rindan una y otra vez a la fuerza, a que se olviden de representar lo que sienten y quieren, a cambio de afanarse en la perfecta continuidad de un sistema que es lo único importante. Ese sistema ha salido ayer fortalecido, con el aplauso de una amplia mayoría de sus beneficiarios, pura lógica.

¿Qué pasará de aquí al 9 de noviembre? No es difícil imaginarlo. El Houdini catalán encontrará la llave de nuestra despensa y recuperará todo lo que le hemos robado, que ya se sabe es mucho. Tal vez haya que ceder y dejarle instalar alguna urna, pero eso son detalles sin importancia. Lo que se ha visto este martes es que los separatistas son muy educados y cordiales, y que no vamos a ser tan bárbaros de obligarles a pasar un mal rato.

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