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José T. Raga

El cansancio y la pata

Por nada del mundo me gustaría desempeñar el papel de portavoz de nadie.

Por nada del mundo me gustaría desempeñar el papel de portavoz de nadie, menos aún si tuviera que serlo de un partido o de su líder, con independencia de lo bien remunerado que pudiera estar; desde fuera es como poner precio a tu propia dignidad humana y estima personal. Por ello, el ministro Ábalos goza, anticipadamente, de mi máximo respeto y admiración.

Es verdad que el genuino significado de voz no pasa de ser el de sonido, es decir, el ruido que forma el impulso de aire al pasar por las cuerdas vocales, por lo que poco más que eso se le puede pedir al más elocuente y concienzudo portavoz.

Otra cosa sería si, en lugar de portavoz, como ocurre en otras lenguas hermanas, se confiara la función a un porta-palabras –en la bella lengua italiana se atribuye función semejante al portaparole–. La palabra, frente a la voz, implica la existencia de una idea que se transmite por ella.

Es verdad, y no había yo reparado en ello, que, si no existe idea, quizá es mejor ser portador del sonido –voz– que de la palabra, que siempre carecería de contenido.

Así las cosas, lo que no debe de intentar el portavoz es explicar la idea subyacente de su representado, pues carece de ella, y menos aún abundar en la razón por la cual el pueblo no ha interpretado correctamente lo que el protagonista de la escena tenía la intención de expresar.

Lo que el señor Ábalos ha tratado de construir es una teoría sobre la relación causal entre el cansancio y la falta de fortuna a la hora de expresar correctamente una idea; como si cuando alguien se cansase iniciara una letanía de improperios, en ocasiones, perseguibles de oficio.

Quien así se expresa debería tener en cuenta que, en esta España, el saber popular –que eso sí que es saber y no lo de un presidente de Gobierno– tiene establecido que para conocer lo que alguien piensa sobre algo, o sobre alguien, hay que preguntar a un niño, a un ebrio o a un trastornado mental. Es decir, a aquellos que no condicionan la respuesta al efecto que pueda tener en quien la escucha.

Se trata de buscar a quien se encuentra en un estado, por edad o por condición mental, incapaz de adaptarse a las exigencias de lo social o políticamente correcto.

El cansancio, tal como explica el señor Ábalos que afectaba al presidente, puede ser una causa suficiente por la que se pierda esa capacidad para discernir en la respuesta, entre lo que creo y lo que debo de decir para que piensen que creo.

Pero es precisamente en esos momentos cuando hay más sinceridad, más transparencia y mayor coherencia entre la creencia interior y la manifestación externa de la misma.

Aflora en esos casos lo que llamaríamos la personalidad subyacente, acrisolada desde antiguo en el ser humano, y que se oscurece cuando objetivos e intereses espurios dominan su ser, su decir y su hacer.

Sinceramente, me cuesta mucho pensar que el presidente, como usted dice, metiera la pata. Seguramente, su pata –perdone que siga con su vocablo– estaba donde tenía que estar, porque de lo contrario, en estado de agotamiento, no habría imaginado una respuesta que nunca antes estuvo en su mente.

En España

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