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José T. Raga

No me cuadra

¿Creen ustedes que con todos esos temas sobre la mesa, sin reacción positiva alguna por parte de nuestro Gobierno, la profesora Merkel puede conceder un aprobado a su alumno Rodríguez Zapatero?

Y como no me cuadra, tampoco tengo imaginación para entenderlo. De todas formas, ya advertí en algún momento de la semana que termina que mi verdadera apetencia sería asistir a las reuniones más privadas entre nuestro flamante presidente Zapatero y la canciller alemana Angela Merkel, porque estoy francamente harto de declaraciones conjuntas, en las que la primera regla de cortesía diplomática y de educación, cuando se ocupa la condición de invitado, es no atacar al anfitrión y manejar con soltura y sin mesura el incensario para que, al menos por un momento, el dueño de la casa se sienta como uno de los inquilinos del Olimpo, viviendo los placeres de la gloria.

Es evidente que eso no iba a ser posible, por lo que me he tenido que conformar con las referencias, españolas y alemanas, de lo que se ha transmitido públicamente por parte de los propios protagonistas del encuentro. Y ahí está lo que no entiendo; un aprobado, según se dice, para nuestro presidente, en el examen realizado ante la severidad de una juzgadora como la señora canciller, cuando al aprobado se le contraponen una serie de advertencias de gran calado, el recuerdo de unos objetivos que se suponían cumplidos y que ni siquiera están en la mente del Gobierno, y una imagen de la Nación, a la vista de la delegación española, muy lejos de lo que en Alemania se llamaría un país moderno y dinámico, capaz de afrontar retos elevados.

La contradicción entre la calificación presuntamente obtenida y las observaciones y advertencias realizadas por la juzgadora no parecen propias de una persona como la señora Merkel que, en su momento, habrá pasado con éxito el famoso Abitur [con mayor precisión, la superación del Allgemeine Hochschulreife], prueba rigurosa, de extrema dureza, que se precisa para poder acceder a los estudios universitarios. Y como no puedo aceptar fácilmente el hecho de la contradicción, tengo que suponer que algo más tiene que haber, que yo no conozco, que despejaría la incógnita en la que me hallo inmerso.

Tres son las advertencias o los puntos de conflicto que se pusieron sobre la mesa; éstos son de tal entidad que, aunque no hubiera otros, ya pondrían en tela de juicio el aprobado, a no ser que los exámenes de este año se enmarquen en el conocido aprobado general, impropio de una persona con rigor y objetividad que, además, cumple con su obligación haciendo los deberes más que suficientemente.

Las tres advertencias o aspectos de discrepancia a que me vengo refiriendo, son: a) el canto alusivo al "ahorro, ahorro, ahorro" de la señora Merkel al presidente español; b) la alusión sacra al principio de independencia sindical, por vivir de las cuotas de los asociados y no de las subvenciones, hecha por el representante del sindicalismo alemán, Sr. Michael Sommer, a los señores Méndez (UGT) y Toxo (CCOO) que, en condiciones de mínima dignidad, debería haber producido la vergüenza personal de la parte española y, su manifestación pública de que el sindicalismo español no es homologable con el europeo, como no era homologable el sindicalismo franquista y que, en última instancia, la cuestión social importa muy poco a estas dos organizaciones, de ahí que no importe vivir de la sopa boba; c) la tercera y última cuestión conflictiva que tengo en mente es la que se produjo con el señor ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, ante su negativa a aceptar un principio tan inapelable en Economía, como conveniente en una política social seria y responsable. La propuesta alemana se concretaba en no ligar la evolución de los salarios al IPC sino a la productividad del trabajador, a lo que el ministro de Trabajo contestó con la negativa más radical e intolerante, típica de la izquierda trasnochada y del sindicalismo acomodado, pues no en balde esas son las dos referencias más destacables de su curriculum vitae.

Algún día, ausente de repersecuciones políticas, en un clima de libertad cierta, se escribirá sin temor a represalias acerca del número de parados debidos a la intolerancia sindical, al atrincheramiento en las cláusulas de revisión en función del IPC, al monopolio de la negociación colectiva, y a la corrupción generalizada de la financiación, a través de los agentes sociales, de los cursos de formación para los desempleados. Esperemos que la historia juzgue con el rigor merecido a quienes sembraron la desgracia y el desánimo en tantas personas y familias.

Mientras tanto, el Ministerio de Trabajo sigue manipulando los datos para encubrir una realidad dramática para quien la sufre. Frente al arrepentimiento y a la enmienda de una política errónea, el Gobierno prefiere el encubrimiento de las realidades, como si convenciendo de lo que no es, lo que sí que es dejara de serlo. Pero, por desgracia, los cinco millones de parados están ahí, pasando precariedad y, lo que es peor aún, engañados hasta en su situación por un Gobierno que pretende el adormecimiento de la sociedad y, con él, la elusión de su responsabilidad. Es una forma de que el parado y sus problemas se conviertan en marginados y, al tiempo, en excluidos. Cuando eso se consiga, cuando el encefalograma social sea plano, el problema habrá desaparecido; es lo que siempre han pensado los dictadores.

Y para terminar, pregunto yo: ¿creen ustedes que con todos esos temas sobre la mesa, sin reacción positiva alguna por parte de nuestro Gobierno, la profesora Merkel puede conceder un aprobado a su alumno Rodríguez Zapatero? Yo no puedo creérmelo. Vamos, que me gustaría ver aquella papeleta de examen que, antes de la LRU, era el documento fehaciente del resultado del mismo. Mientras tanto, la presunción de suspenso estará presente en mi mente como el resultado más justo.

Les dejo a ustedes, respetuosamente, con su propio y recto juicio.

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