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Juan Carlos Girauta

Recuerdo frustrado y triste

Es absolutamente cierto que España fue desviada, por una mano que desconocemos, del recto camino para caer en un improvisador ocurrente y sectario.

Diez años han corrido desde aquello que nunca podremos olvidar. Por recordar, recuerdo –qué cosa tan rara– hasta el olor de la pizzería de la calle Santaló de Barcelona frente a la cual recibí la llamada de un amigo, antiguo responsable de la OTAN que, aun llevando un puñado de años retirado, tenía alguna razón para aconsejarme que no me pronunciara sobre la autoría de la masacre en la columna que, como bien sabía, corría yo a escribir para este medio. Porque estoy embargado por la ira, o porque no soy tan listo como para leer entre líneas en ocasiones decisivas, le doy las gracias, llego a casa, hablo por teléfono con Javier Rubio, el entonces director, y vierto en una pieza precipitada la indignación, la furia, el asco (esa palabra que Rubio me desaconsejaba en cualquier columna, ya se tratara del asunto más asqueroso).

Luego leí libros sobre aquel golpe que ya no se sostienen, y también mil preguntas que siguen sin respuesta. ¿Qué sabemos? ¿Qué sé? Sé que me equivoque cuando, almorzando en Madrid con Luis del Pino, le insistí hasta la saciedad en que Bermúdez iba a hacer justicia, en que sería inmune a las presiones, empezando por la de su ego. Era verdad mi argumento de que estábamos ante un gran jurista. Era falso que, como yo enfatizaba para Luis, ante cualquier testigo que se pasarse de listo se iba a deducir testimonio de particulares. Era verdad que el sumario se había instruido con el culo. Era mentira que luego pudiera enderezarse en un relato verosímil. Era verdad que yo creía en Bermúdez. Era mentira que Luis fuera un pesimista. Los hechos confirmaron su estricto realismo y mi lamentable ingenuidad de jurista deslumbrado por un juez al que había oído decir: este caso estará muchos años abierto. Todos los que haga falta. Que nadie crea que se puede cerrar en falso.

Es verdad lo que afirma Arcadi Espada desde siempre (y últimamente un compañero suyo): no hay pruebas de que los atentados trataran de influir sobre las elecciones. Tan cierto como que la ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Tan cierto como que los atentados sí demolieron la figura de Aznar, que, aunque no se presentaba a las elecciones, no había sabido o querido ceder el liderazgo a su elegido. Es falso que el PP gestionara bien la crisis. Es cierto que fue transparente al publicitar a tiempo real informaciones falsas de la inteligencia española. Es falso de toda falsedad que una verdad judicial baste para ahogar la necesidad social de una verdad sin adjetivos. Es absolutamente cierto que España fue desviada, por una mano que desconocemos, del recto camino para caer en un improvisador ocurrente y sectario. En este juego traidor, solo hay verdad o mentira, y nada real responde al cristal con que se mira.

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