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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Ehrenburg & Grossman: libro negro

Hace unos días murió Ronald Fraser, ilustre autor de Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, un historia oral de la Guerra Civil. Un libro de entrevistas con gente corriente, que eso es la historia oral, bordeando la antropología.  


	Hace unos días murió Ronald Fraser, ilustre autor de Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, un historia oral de la Guerra Civil. Un libro de entrevistas con gente corriente, que eso es la historia oral, bordeando la antropología.  

Fraser, sin embargo, no fue adoptado ni promovido por los próceres de la memoria histórica: porque la historia oral no es en modo alguno simple memoria, no es la acumulación de los recuerdos de cualquiera, sino un relato organizado con textos de otros. Eso es lo que hace que la historia no sea obra de los vencedores ni de los vencidos, sino, sobre todo, de los supervivientes. He escrito sobre esto en estas mismas páginas: aquí y aquí.

No otra cosa que el testimonio de los supervivientes es el Libro negro que nos llega firmado por Ilyá Ehrenburg y Vasili Grossman, dos de los mayores narradores que produjo la Rusia soviética —el tercero es Pasternak—. Es el testimonio de judíos y combatientes por la libertad de los territorios de la URSS conquistados por los alemanes durante la primera parte de la Segunda Guerra Mundial, en los que perpetraron tantas barbaridades como en cualquier otra parte. Barbaridades ligadas al intento de aniquilación de la población judía allí donde fueren.

Ni Pasternak ni Grossman eran tan conocidos en la Rusia de los primeros años cuarenta como Ilyá Ehrenburg, el escritor soviético por antonomasia, que logró sobrevivir, pese a su condición de judío, hasta 1967. Hay una escena de Vida y destino de Grossman en que se reproduce una situación que corresponde tanto a Ehrenburg como a Mijaíl Bulgákov, si bien se atribuye a un personaje: el matemático judío que es acosado por su dedicación a las matemáticas puras hasta que recibe una llamada de Stalin. En el momento más bajo de su carrera teatral, Bulgákov, que ha dado rienda suelta a su razonable paranoia y dice a quien le quiere oír que está siendo perseguido y apartado del trabajo dramático, recibe una llamada de Stalin en la que el dictador le ofrece la dirección del Teatro de Arte de Moscú: Bulgákov comprobará que una cosa no impide la otra, y que el disponer de un empleo no le hace menos víctima.

Ehrenburg, por su parte, recibe una noche la indeseada visita de los esbirros de Beria. No les abre la puerta: llama por teléfono a Stalin, haciendo uso por única vez de un privilegio concedido a muy pocos, y es inmediatamente rescatado. Todo, lo mejor y lo peor, se ha dicho de Ehrenburg: sobrevivir en un régimen totalitario como aquél, ser además un escritor que viaja, el paradigma de los autores del socialismo real que gozan de libertad para recorrer el mundo, tiene un precio en pérdida de prestigio y de confianza. Hasta se dio el lujo, después del XX Congreso del PCUS, de ponerle nombre, al titular una novela, a la etapa de Kruschev: El deshielo.

El interés demostrado por los comunistas rusos en impedir la edición del Libro negro me hizo pensar durante años que trataba del antisemitismo soviético. Hubiera sido un acto de heroísmo de Ehrenburg, que hubiera quedado asociado para siempre a Grossman en un asunto de rebeldía. Era una estupidez por mi parte creer eso. Ehrenburg hizo lo que pudo, pero a su manera sibilina, nadando y guardando la ropa. Por otra parte, él mismo era una prueba, al ser un autor oficial del sistema y judío, de que el antisemitismo no era una tara estructural del estalinismo.

Lo que sucedió fue que mucha gente que había presenciado monstruosidades en el curso de la ocupación alemana de diversas regiones occidentales del territorio soviético empezó a escribirle al escritor más popular del país, contándole lo que había visto, para que él lo diera a conocer. Formaba parte de la imagen del escritor socialista ser el portavoz de los pobres, de los castigados, de los heridos. Ehrenburg decidió que todo aquel material merecía la publicación. Se vio alentado a promover su edición por la voz autorizada de Albert Einstein, que en los Estados Unidos tenía el apoyo de los judíos y de los luchadores antinazis de América.

Pero el asunto planteaba problemas políticos, y muy graves. Las peripecias por las que atravesó el libro antes de ver la luz, por fin, casi medio siglo después de su composición, están narradas en el prólogo de Ilyá Altman a la edición que acaba de aparecer en español. En la preparación de los originales, Ehrenburg y, más tarde, Grossman contaron con la ayuda del Comité Judío Antifascista de la URSS, cuyos dirigentes fueron condenados por traición y asesinados en 1952. Pero tanto los autores/editores del material como el CJA se vieron en su momento apremiados por los censores, que por encima de la verdad narrada en los documentos pretendían disimular el apoyo recibido por los alemanes, en su labor de exterminio de los judíos, por parte de la población local, sobre todo en Ucrania, donde encontraron una entusiasta colaboración. Nadie debería sorprenderse por ello, ya que el antisemitismo fue un fenómeno más difundido, y durante más tiempo, en Rusia y Polonia que en Alemania: baste con recordar que durante la Gran Guerra muchos judíos estuvieron de parte de las Potencias Centrales porque en Alemania habían sido bien tratados después de trágicas experiencias vividas en el Imperio de los Zares.

Yo les invito a leer esta obra, digno complemento de La destrucción de los judíos de Europa de Raúl Hillberg. Es imprescindible en el camino del esclarecimiento del proceso del antisemitismo en Rusia y otros países del Este europeo, previo al comunismo, pero al parecer integrado con naturalidad en éste.

 

VASILI GROSSMAN e ILYÁ EHRENBURG: EL LIBRO NEGRO. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores (Madrid), 2012, 1.226 páginas. Traducción de Jorge Ferrer. 

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