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UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

El fracaso de la Restauración y sus consecuencias

Si el carácter mesiánico de los partidos obreristas y abiertamente revolucionarios, como el PSOE y la CNT, volvía muy improbable su integración en una democracia liberal, no ocurría nada mejor con los republicanos y los nacionalistas vascos y catalanes. Los primeros no habían mejorado mucho desde la I República.

Si el carácter mesiánico de los partidos obreristas y abiertamente revolucionarios, como el PSOE y la CNT, volvía muy improbable su integración en una democracia liberal, no ocurría nada mejor con los republicanos y los nacionalistas vascos y catalanes. Los primeros no habían mejorado mucho desde la I República.
La dictadura de Miguel Primo de Rivera puso fin a la Restauración.
Entre los republicanos, siempre amigos de los pronunciamientos militares, un sector había adoptado un humanitarismo ficticio y sin base, mientras que la fracción dominante se inclinaba por una demagogia desenfrenada, muy próxima al anarquismo y ligada al terrorismo. Lerroux fue su mejor representante hasta que empezó a cambiar, sobre todo después de la Semana Trágica.
 
En cuanto a los nacionalismos vasco y catalán, el primero se fundaba en una especie de catolicismo racista, y pretendía la total separación de España, vista como el compendio de todos los vicios y abusos propios del liberalismo. El segundo propugnaba un imperialismo vago y contradictorio, algo así como una independencia sin separación: Cataluña debía configurarse como una nación con su Estado correspondiente, pero manteniendo con el resto de España unos lazos políticos muy laxos, aunque suficientes para aprovechar su mercado y dirigirlo, sin reciprocidad, claro está.
 
El nacionalismo vasco pareció evolucionar hacia el autonomismo, tras algunos éxitos electorales menores, pero terminó por imponerse un separatismo cada vez más belicoso. El nacionalismo catalán, en apariencia más razonable, obró desde el principio de manera oportunista y semirrevolucionaria, aliándose con los partidos antisistema para llevar al régimen a varias crisis. Su propia experiencia y participación en algunos gobiernos nacionales volvió cada vez más españolistas a algunos de sus líderes, en especial a Cambó, a costa de sufrir escisiones izquierdistas y más radicales.
 
Abd el Krim.De un modo u otro, los dos nacionalismos resultaron inasimilables, y al comenzar los años 20 su tono se volvía muy agresivo. En la declaración de Barcelona de 1923, los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos, conjuntados, anunciaban ya una ofensiva armada para disgregar España, en concomitancia con la de Abd el Krim en Marruecos, explotada de forma absolutamente demagógica por socialistas y republicanos, y con el apogeo del terrorismo ácrata.
 
La situación anunciaba una crisis revolucionaria de vasto alcance, al combinarse tales ataques con la extrema flojera y falta de sentido del estado por parte de los políticos del régimen. Sin embargo, no hubo revolución, sino la dictadura de Primo de Rivera, recibida con inmenso alivio por casi todo el país. Y así acabó la Restauración en 1923, al menos como régimen liberal. Las consecuencias del hundimiento de aquel sistema de convivencia en libertad, esencialmente beneficioso para el país a pesar de sus muchos defectos, se prolongarían hasta 1939, en tres etapas: dictadura, república y guerra civil.
 
Para entender el fracaso de la Restauración no debemos olvidar otra clave, analizada magistralmente por José María Marco en su ensayo La libertad traicionada: la renuncia a las libertades por gran parte de la intelectualidad, y precisamente la más influyente de entonces, desde Ortega o Azaña a Joaquín Costa o Unamuno. Ocurrió, en buena medida, como reacción a la derrota de 1898 frente a Usa. Todos se revolvieron contra los principios políticos imperantes, propugnando una especie de nuevo nacionalismo español muy similar al vasco y al catalán.
 
Estos últimos trataban la historia de sus respectivas regiones como un relato de opresión y vergüenza, pues, en el colmo de la abyección, vascos y catalanes se consideraban también españoles, es decir, se habían asimilado a sus supuestos opresores: urgía sacarlos de su error para redimirlos. Y el nuevo, si bien difuso, nacionalismo español renegaba a su vez del pasado de España, rechazado como desastroso, y aspiraba a corregirlo, a regenerar el país por medios drásticos. Para ellos, al igual que para los socialistas o anarquistas, la ignominia se concretaba en la Restauración y sus menospreciadas libertades… de las cuales se beneficiaban, no obstante, sin ningún escrúpulo, como si cayeran del cielo.
 
Antonio Maura.Tales actitudes convirtieron en enemigos del régimen liberal a quienes hubieran podido y debido defenderlo intelectualmente. Frente al acoso de las propagandas contrarias, el sistema quedó prácticamente sin defensores. Contra él todos parecían tener la razón, y de poco le valían el progreso económico o las reformas sociales o políticas. Precisamente contra una de las reformas más prometedoras, la de Antonio Maura, aunaron sus fuerzas no sólo las oposiciones externas, sino parte de los políticos del propio régimen, con ceguera muy típica. También solían unirse contra los intentos de poner coto al terrorismo.
 
La historiografía no suele conceder la debida atención al desamparo ideológico en que dejó al liberalismo esta suerte de traición de los intelectuales. Pero ese desamparo propició, a su vez, la mediocridad de la mayoría de los políticos del régimen, su flaqueza y oportunismo ante los retos de la época y la descomposición progresiva de sus partidos.
 
El primer resultado de ese fracaso fue, pues, la dictadura de Primo de Rivera, una dictadura muy suave, que curó algunos de los tumores de la Restauración: el de Marruecos, el del pistolerismo anarquista y el de los separatismos. Facilitó de paso un progreso económico sin precedentes, que por primera vez empezó a cerrar la brecha económica entre España y la Europa rica.
 
Primo llegó pensando en una dictadura breve para resolver los problemas más urgentes, pero, consciente de la debilidad de los partidos de la Restauración, y de la demagogia inclemente de los contrarios, intentó poner en pie un nuevo régimen de "democracia orgánica", es decir, no liberal, basado en el juego de dos partidos, Unión Patriótica y el PSOE. Los socialistas colaboraban con la dictadura a través de la UGT, como especifica José Andrés Gallego, pero rechazaron esa solución, y la institucionalización pensada por el dictador fracasó a su vez.
 
Alfonso XIII.Entonces surgió la alternativa entre una vuelta a un sistema constitucional parecido al anterior a Primo o un sistema nuevo, republicano. La pugna entre las dos tendencias duró un año y cuarto, en 1930-31, y la primera se mostró inviable, no tanto por falta de apoyo popular como por la descomposición de los viejos partidos monárquicos, el descrédito de sus políticos y el desánimo o algo peor del círculo próximo al rey Alfonso XIII. Ganó la segunda opción después de muchas maniobras, incluyendo un fallido pronunciamiento militar republicano.
 
Muy significativamente, fueron dos políticos conservadores y monárquicos hasta la fecha, Niceto Alcalá-Zamora y Miguel Maura, quienes realmente organizaron el movimiento por la república en el Pacto de San Sebastián, y quienes aprovecharon la confusión monárquica para tomar el poder, tras unas elecciones municipales… perdidas por los republicanos. Don Niceto y Maura pretendían evitar la radicalización de las nuevas fuerzas políticas de izquierda y obreristas, pero se iban a ver muy pronto desbordados por ellas.
 
Con la República sonó la hora histórica de los enemigos de la Restauración: socialistas, republicanos, anarquistas, nacionalistas catalanes y vascos, más la flor y nata de la intelectualidad. Habían llegado al poder sin oposición, pues se lo habían entregado los propios monárquicos; y entre la alegría de una parte de la población y la reticencia, pero en casi ningún caso la hostilidad, del resto. Además, la nada sanguinaria dictadura les dejaba una herencia de prosperidad, sin terrorismo y sin acción separatista inminente, y con Marruecos pacificado con solidez. Circunstancias óptimas, sin más sombra que la de la crisis mundial comenzada en 1929, la cual repercutiría sin duda en España, pero mucho menos que en otros países más ligados al mercado internacional.
 
El problema consistía en saber cómo aprovecharían la situación y cómo obrarían aquellos partidos una vez en el poder o en sus aledaños. Dicho de otro modo: esas fuerzas antes inasimilables, ¿iban a constituir la alternativa a la Restauración e inaugurar un nuevo ciclo histórico, más democrático, más integrador, más pacífico, más culto y también más próspero una vez se superase la depresión mundial? Así lo esperaba la gran mayoría, incluso amplios sectores de la derecha, tranquilizados por la presencia de Alcalá-Zamora y Miguel Maura en posiciones clave del nuevo Gobierno: el uno como presidente del mismo, y el otro como ministro de la Gobernación.
 
El catalanista Cambó pensaba, por el contrario, que el país entraría en una nueva etapa de convulsiones, porque no podía esperarse otra cosa de los nuevos amos del poder, a quienes conocía bastante bien. Así se lo había expresado a un pletórico Ortega y Gasset. Pero por entonces muy pocos le acompañaban en sus lúgubres presagios.
 
A partir de aquí empieza propiamente nuestra historia.
 
 
UNA VISIÓN CRÍTICA SOBRE LA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL: La importancia actual del pasado Errores de detalle Los enfoques sentimentales – El enfoque moralista – El enfoque marxista – Historiografía de derecha – Los antecedentes de la guerra – Causas del fracaso de la Restauración.
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