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CIENCIA

El libro de la nada

No creo que sea capaz de escribir sobre la nada algo más rotundo que el soneto de José Hierro. Así que si lo que el lector quiere es una experiencia más cercana a la mundanidad de la ciencia, le recomendaré que siga de cerca este libro de John Barrow.

No creo que sea capaz de escribir sobre la nada algo más rotundo que el soneto de José Hierro. Así que si lo que el lector quiere es una experiencia más cercana a la mundanidad de la ciencia, le recomendaré que siga de cerca este libro de John Barrow.
Para empezar, haga un experimento mental. Imagínese encerrado en una habitación de su casa, de la que va a proceder a extraer todo rastro de materia. Empieza por los muebles, las cortinas, las ropas. Sigue por la pintura, el barniz de las maderas, la madera en sí, el yeso... Al final, logra eliminar de ella el menor resquicio material: la última molécula de aire, el último átomo. Proceda entonces a la eliminación de toda energía, la temperatura reducida al cero absoluto, la estancia libre de cualquier radiación: ni un fotón procedente del sol, ni una sola emisión infrarroja, ni una microonda.
 
Sin materia, sin energía, sin radiación... ¿qué queda? Cualquiera podría decir que queda la nada. Pero hoy la ciencia sabe, en realidad, que la estancia ha quedado repleta de vacío.
 
La diferencia no es baladí. Saber distinguir entre el vacío y la nada es un empeño de la física, como antes lo fue de la metafísica y antes de la filosofía. En realidad, es muy improbable que cuando Aristóteles definió la naturaleza como un ente que aborrece el vacío fuera consciente del grado de verdad física que su sentencia llevaba aparejada. Hoy, la nadología se ha convertido en una apasionante disciplina científica. Que se lo digan al Einstein obsesionado por la medición del "peso del vacío". El sabio alemán pensaba, en contra de lo que hoy sabemos, que el universo era estático. Pero tal inmutabilidad no se correspondía con la certeza de que las galaxias, cuanto más pesadas, más han de atraerse unas a otras. Si la fuerza de gravedad es universal, ¿por qué las galaxias le parecían quietas?
 
Einstein propuso la existencia de una Constante Cosmológica, una fuerza repulsiva de idéntica intensidad que la atracción gravitacional y que compensaba los efectos de ésta. ¿Y a qué respondía dicha fuerza? Al peso del vacío; mejor dicho, a la energía del vacío. Hoy sabemos que el cosmos no es estático: se expande (para horror de Einstein, que llegó a ser consciente de su patinazo), pero seguimos sin hallar explicación al modo en el que lo hace.
 
Una vez más, si en el cosmos sólo hubiera materia, las fuerzas gravitacionales no serían suficientes para explicar la aparentemente frenética velocidad a la que las galaxias se separan unas de otras.
 
La física moderna propone la búsqueda de una energía oscura, una especie de dimensión oculta del cosmos que dé cuenta de esta cantidad de masa extra desconocida. Es, pues, el último intento de pesar la nada o, de nuevo, la manifestación de la repulsión humana ante la perturbadora constancia del vacío.
 
La medición de la nada ha contado con gloriosos hitos. Quizás el más importante para nuestras vidas sea el descubrimiento del número cero, gracias a la valentía intelectual de los matemáticos indios de hace más de 1.400 años. Fueron ellos los primeros en dotar de contenido al esquivo número vacío, y, no contentos con ello, le dotaron del mismo valor que a cualquier otro número. Dependiendo de su posición, un 0 tiene el mismo valor que un 1 o un 9. Tamaño ejercicio de democracia matemática resultó decisivo para el desarrollo del cálculo. El nuevo sistema de numeración posicional derivado de él permite realizar operaciones complejísimas a gran velocidad. ¿Se imaginan realizar la siguiente operación con números romanos: 12.245.098 x 709.876.890?
 
El cero salvó a la matemática y dio sentido a nuestras calculadoras. Más aún, es la base del lenguaje informático, necesariamente construido a partir de ristras interminables de ceros y unidades, de vacíos y materias, de nadas y todos, en fin.
 
Atrás quedan los intentos más románticos de dar una explicación a la pavorosa vacuidad del cosmos: el éter, los invisibles hilos de los que penden las estrellas y otras bellas historias sobre la nada. Hoy la ciencia sabe que nada es, del todo, nada, aunque no acertemos siquiera a imaginar qué hubo antes de que hubiera algo.
 
 
JOHN BARROW: EL LIBRO DE LA NADA. Crítica (Barcelona), 368 páginas.
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