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VERNIER/ROLANDO

El ocaso aletea

Tres libros escritos por el mismo autor con nombres distintos es asunto que requiere una mínima explicación. El primero, Cartas andaluzas, está firmado con pseudónimo; los otros dos, Esperando a los bárbaros y Haikus para mi hija, responden al nombre de pila del autor: Emilio Díaz Rolando. Hirtio Vernier, el padre de la primera criatura, es un pseudónimo obligado por dos razones, según un día me contó el bueno de Díaz Rolando. Una, la exigencia de la ficción; la otra, el apego que el autor le tiene a su integridad psíquica y física en esa bendita tierra donde le ha tocado vivir, Andalucía.

Tres libros escritos por el mismo autor con nombres distintos es asunto que requiere una mínima explicación. El primero, Cartas andaluzas, está firmado con pseudónimo; los otros dos, Esperando a los bárbaros y Haikus para mi hija, responden al nombre de pila del autor: Emilio Díaz Rolando. Hirtio Vernier, el padre de la primera criatura, es un pseudónimo obligado por dos razones, según un día me contó el bueno de Díaz Rolando. Una, la exigencia de la ficción; la otra, el apego que el autor le tiene a su integridad psíquica y física en esa bendita tierra donde le ha tocado vivir, Andalucía.
Lejos de mí cuestionar el criterio literario para firmar con pseudónimo un libro. Tampoco tengo nada contra el prudente argumento político –entre otras razones, porque he sufrido en mis propias carnes lo denunciado por el autor– de escribir tapándose en el burladero del pseudónimo en una región donde los individuos cultos y los intelectuales sensatos están sometidos, en los últimos treinta años, a las presiones más tiránicas del socialismo andaluz en general, y de la Junta de Andalucía en particular. De todos modos, creo que en España, y esto es lo más dramático, el tópico es verdad: "Quien escribe se proscribe".
 
Les exhorto a que salgan corriendo a comprar Cartas andaluzas. He aquí 35 cartas andaluzas contra Andalucía. No me extrañaría que la edición se agotara rápidamente. No tanto porque haya lectores suficientes en Andalucía que estén dispuestos a leer, es decir, a comprar libros hasta agotar rápidamente la edición, sino porque los jefes de la Junta de Andalucía no permitirán que se lea este libro; no me extrañaría que los burócratas de la Junta, imitando la conducta de algún capo de la Generalidad de Cataluña, compren toda la edición, naturalmente, para quemarla o reciclarla. Los políticos no salen bien parados, pero tampoco la sociedad andaluza, menos aún su historia y sus tópicos. El aceite de oliva y la siesta, tan alabados por el autor, no creo que consigan aplacar la desazón que provoca este texto, que es todo un concierto en vivo de rock and roll, o sea, duro y rollizo, sobre la actual Andalucía.
 
Es un laberinto de espejos para que los andaluces se vean tal cual como son: feos, maleducados, ruidosos, analfabetos, pancistas, falsos hedonistas, en fin, nihilistas sin solución. Un infierno. Cualquier cosa haríamos por no escuchar determinadas conversaciones a voces, mientras aspiramos a tomarnos tranquilamente un café en cualquier bar de Andalucía. ¿Conversaciones? Sí, sí, diálogos cotidianos como al que asistió nuestro anónimo espectador:
Primera clienta: ¿Cómo estás, chocho?
Segunda clienta: ¡Estás más gorda, cabrona!
Dependienta: ¿No ves? Culo y tetas. Cada vez tengo más culo y más tetas.
Abuela: ¡Kevin, cabrón, ven aquí a tomarte el cola-cao!
Me ahorro, sigue escribiendo el autor, la continuación de la escena. Salí de aquel lugar y no he vuelto ni pienso volver. El problema, sin embargo, es que no todo el mundo puede salir corriendo. Ni todo el mundo tiene la energía que muestra el autor de este libro para ponerse el mundo por montera y enfrentarse a tanta miseria y falta de pudor.
 
Este libro es una joyita, un panfleto excelente, para comprender qué pasa en Andalucía. Excepto la pizca de fobia a los toros y el anticlericalismo injustificado de algunas de sus páginas, este panfleto está lleno de poesía, ironía y vida digna de ser vivida, o sea, vida de un hombre libre. Escribe tan libremente que tengo la sensación de que ha buscado un recurso literario primigenio, el pseudónimo, para no cortarse ni un pelo, o sea, para escribir a tumba abierta contra lo divino y lo humano. La obra es desigual, muy desigual, como todos los grandes panfletos, libros sintéticos de lo peor y lo mejor de los humanos, de lo más prosaico y lírico del mundo, de la miseria y la grandeza moral, del tópico del hombre-masa y de la creación exquisita del poeta. Estamos ante un genuino panfleto contra Andalucía escrito por una persona, sin duda alguna, de Andalucía, que espera con esta obra, dicho sea irónicamente, acumular un capitalito para asentarse en un rincón de Finlandia y exiliarse de esta bendita tierra andaluza.
 
Estas Cartas andaluzas, género muy español que tanto recuerdan las de Cadalso y Blanco White, le devuelven a Andalucía, con educación y arbitrariedad, la perversa realidad que arruina la vida cotidiana de seres humanos excelentes, que en otras latitudes serían arquetipos morales y políticos. Hirtio Vernier, el pseudónimo del autor, es un guiri ilustrado y cosmopolita, pero sobre todo liberal que le escribe unas cartitas a unos paisanos suyos, británicos, para que se enteren bien de qué va Andalucía, en realidad, qué cosa es hoy España. Esta joyita sobre Andalucía no es un libro más de pseudo-literatura romántica. Es un ensayo poético que nos hace vivir, y a veces revivir, la Andalucía real, esa que impone a todos los andaluces la Junta de Andalucía.
 
De paso, como quien no quiere la cosa, nos regala unos relatos impagables, que tienen como fondo el pasado y el presente de Andalucía. El dedicado al coronel Zarralegui, militar carlista al mando del Regimiento de Caballería nº 13, Dragones de Olite, que después de llegar a Andalucía dispuesto a conquistarla para su rey Carlos, en la guerra contra su sobrina Isabel, fue conquistado por esta tierra sin poder combatir contra nadie. Zarralegui no fue vencido por arma alguna sino arrebatado a su misión por el nihilismo andaluz:
Sus soldados fueron quedándose por el camino. No muertos, ni heridos, sino seducidos lentamente, aquí por una buena mesa, allí, por una hermosa andaluza, acullá por un paraje de relajada tranquilidad y clima bonancible. Hasta que el coronel (…) decidió quedarse en Sevilla porque nadie echaría en falta a un pamplonés que ya sólo aspiraba a no pasar demasiado frío en invierno.
Pues eso mismo digo yo, que para eso ha quedado hoy Andalucía, sí, para que los ancianos europeos no pasen frío en invierno.
 
El segundo libro, Esperando a los bárbaros, continúa y profundiza, a veces, con un estilo más breve y depurado, esos relatos tan vitales como filosóficos sobre todo lo divino y lo humano. Este periódico, el pasado mes de junio, ya dio muestra de la maestría y gracia de algunos de ellos. Hay, además, en los relatos de Díaz Rolando algo que los hace verosímiles y cercanos. No sé si la palabra frescura recoge de modo exacto ese algo que los hace tan vitales; desde luego, esa frescura la sentí un día viendo una corrida de toros. Les cuento la experiencia. El pasado mes de agosto fui a El Puerto de Santa María a ver un mano a mano entre Morante de la Puebla y José Tomás. La corrida fue mala. No importa. Lo decisivo es que tuve cientos de vivencias dignas de ser contadas. Una me llegó en forma de cante. Era una sutileza surgida de un tendido de sol. Durante la lidia del cuarto toro, un espontáneo, en el silencio de un coso taurino fetén, se arrancó tan intempestiva como bellamente a cantarle al torero de la Puebla para gozo de todos los asistentes. Fueron unos minutos eternos de fruición. Fantástico. Mi vecino de asiento, un nuevo rico socialista, exclamó al final de la copla: "¡Hemos oído una saeta en los toros!". El bárbaro fue corregido al instante por un ser civilizado: ¡por favor, señor, no diga barbaridades! Era un fandango. No cometa sacrilegio.
 
Fueron dos sutilezas surgidas del público aficionado, el otro factor esencial del espectáculo taurino, que el nuevo rico no captó ni jamás llegará a entender. Los tendidos de las plazas están repletos con este tipo de gentes. Es el bárbaro de toda la vida. Habla y opina de todo, pero no sabe de nada, tampoco le preocupa su incultura. Viaja por la vida como una maleta. Asiste a los toros porque están de moda. Y vive extrañamente feliz en su barbarie. Nos acosa por todas partes y ocupa con voracidad los espacios públicos y nos persigue por nuestros ámbitos privados. Son una plaga.
 
Contra ellos ha escrito Díaz Rolando este libro delicioso de relatos cortos y sabios. Universales, sí; porque hace transparente la vida del bárbaro. Relatos, sí, filosóficos, porque la filosofía no tiene otra misión que hacer transparente la vida. Emilio Díaz Rolando, a sabiendas de lo que se le viene encima, ha escrito con su nombre un libro titulado Esperando a los bárbaros. Sí, sí, ha querido firmar este libro sin esconderse en ningún pseudónimo; más aún, ha querido desvelar que Cartas andaluzas, de Hirtio Vernier era un pseudónimo de su nombre. He ahí un signo de valentía. De progreso moral. Gracias a la escritura este hombre ha perdido el miedo a los bárbaros. Los combate. Los espera. Sigue escribiendo. He aquí un andaluz valiente. Sin ese punto de locura la civilización no avanzaría. Es su segundo libro de narrativa, desde que en 2004 se retirara a vivir en el campo para escribir ficción, que a mi juicio es decisiva para comprender lo real. Tengan otro ejemplo de mi vitalista amigo: cuenta que Susana Martín Fortes, una desconocida para los hijos del finado, ha heredado todos los bienes de un hombre viejo que había acudido religiosamente cada viernes por la tarde, durante los veinte años de viudez, a visitarla. Uno de los hijos del viejo, un bárbaro, le comenta por teléfono a la heredera: "No sabíamos que iba a dejarle a usted la herencia. Tampoco sabíamos de usted. Al menos mi padre nos los podía haber dicho". Entonces Susana respondió civilizadamente: "¿A alguno de vosotros le interesaba lo que pudiera decir?". El hijo le colgó el teléfono. Muestra de barbarie. Se imaginan la reacción del bárbaro si se entera de que Susana no era casta. Era una fulana. Feliz. Civilizada.
 
La narrativa fresca y realista, ingenua e irónica, de Díaz Rolando no sólo nos ayuda a ver claro lo oscuro, sino que también nos ayuda a conllevar la molicie y la cutrez de la política española. También sus versos nos ayudan a pasar de la falsa política de los detentadores de las instituciones. Sus Haikus para mi hija son una buena prueba de mi afirmación. Escribía yo una tarde de domingo de julio. Melancolía. Chaves en un congreso socialista se preguntaba que quizá, más adelante, volvería a plantearse la posibilidad de presentarse a la presidencia del PSOE para el 2012. Me quedé estupefacto. Me sentí tan asqueado como los socialistas que se mueren de vergüenza al ver su utopía hecha realidad, o sea, aplicando la muerte dulce a los ancianos. Comprendo que ante la sórdida pregunta de Chaves muchos socialistas cayeran derrumbados. La desmoralización también ha llegado a esta gente. No hay en la política española nada que compense de la desmoralización reinante. La gente se fue de vacaciones, como si fuera obligada. La crisis moral compite ya con la económica. La sordidez parecía total.
 
Por fortuna, unos versos de Emilio Díaz Rolando me sacaron de las miserias políticas de un fin de semana de zarandajas y liturgias socialistas. Nunca agradeceré lo suficiente al amigo Emilio unos haikus, que él ha escrito para su hija, y que para mí han sido la salvación de una tarde de política triste. La política española es un fracaso total. La desmoralización inunda todo. Nunca en los últimos treinta años hemos asistido a una situación de tanto desánimo democrático. Nada nos compensa de esta terrible crisis política y económica, excepto la literatura. Los argumentos se repiten. Nada es nuevo. Todo suena a falso y vacío, menos la literatura.
 
Al final de la tarde, gracias a esos versos de Díaz Rolando, conseguí sobrevivir a la miseria de la política española. ¿Miseria? Sí, estaba presente en los telediarios del domingo. Estaba en las palabras de Blanco, arquetipo del político populista español del siglo XXI, en el congreso de los socialistas andaluces. Quien escuchase el discurso de ese hombre, sin acritud e irreverencia, vería al instante la miseria de la política española. Las palabras, el talante, en fin, el estilo de Blanco es la negación de la política genuina. La clave de ese congreso socialista volvió a ser la de siempre: al adversario hay que convertirlo en enemigo. La amistad es imposible. El civismo resulta una quimera. Los discursos de los líderes, los planteamientos de las bases y las observaciones de los votantes exhalan incultura resentida, incultura de odio y enemistad, incultura ciudadana.
 
Los dos grandes íconos del congreso sintetizan la política de Zapatero: Chaves y Blanco ocupaban toda la escena. Ellos representan con exactitud la Expaña de Zapatero. El dilema andaluz, como el español, es irresoluble: o Zapatero o el vacío. ¡En esa circunstancia dramática quién recuerda ya al sonriente Arenas! Nadie. ¿Qué decir del congreso socialista que no se sepa? Nada. Todo era previsible. Todo era socialismo fetén. Miseria democrática. Miseria. El 95 por ciento o más a favor de Chaves. No hay opción para la crítica política. Sólo nos quedan los versos para cubrir nuestra melancolía: "Sol en la tarde / El ocaso aletea / Irremediable".
 
 
HIRTIO VERNIER: CARTAS ANDALUZAS. Akrón (León), 2008. EMILIO DÍAZ ROLANDO: ESPERANDO A LOS BÁRBAROS. Akrón (León), 2008. EMILIO DÍAZ ROLANDO: HAIKUS PARA MI HIJA. Labrys (Córdoba), 2007.
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