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'THE NEW QUISLINGS'

Lo que va de Bawer a Breivik

La mañana del pasado 22 de julio, el neoyorquino Bruce Bawer la pasó mal: las imágenes que emitía la televisión esbozaban un nuevo 11-S en su otra ciudad, Oslo, donde vive desde 1999. No lo pasó mejor después, todo lo contrario, cuando se desvaneció el espectro de Mohamed Atta y se abrió paso literalmente a tiros la figura eufórica de Anders Behring Breivik, pavorosamente sólida.


	La mañana del pasado 22 de julio, el neoyorquino Bruce Bawer la pasó mal: las imágenes que emitía la televisión esbozaban un nuevo 11-S en su otra ciudad, Oslo, donde vive desde 1999. No lo pasó mejor después, todo lo contrario, cuando se desvaneció el espectro de Mohamed Atta y se abrió paso literalmente a tiros la figura eufórica de Anders Behring Breivik, pavorosamente sólida.

Finalmente Noruega no asociará el Espanto al apocalipsis visual del centro de Oslo, ocho muertos, sino a la paradisíaca isla de Utoya: 68. Y no lo vinculará al 11-S sino a los enemigos del islam, lamenta, se teme, denuncia Bawer, a quien los neoquislings han tenido la desfachatez infame de ligar con el abominable, patético, fanático asesino ABB (un inciso; para recomendar la lectura reflexiva de esta columna que le ha dedicado Arcadi Espada).

Bawer no es Breivik. Los dos ven en el islam una amenaza. Hasta ahí las semejanzas. Bawer no ha perpetrado una matanza como la del 22-J. Bawer no incita a nadie a perpetrarla. Bawer no se tiene por un templario 2.0 ni aboga por salvar a Occidente aniquilándolo. Bawer es un librepensador, un polemista certero y brillante que considera a la religión mahometana incompatible con las sociedades abiertas.

Criticar al islam, y esto debe resaltarse, no tiene que ver con descalificar a los musulmanes como individuos, sino con reconocer en el islam una ideología dura y totalizante de la que los musulmanes son las primeras y principales víctimas. Tiene que ver con reconocer que los imanes saludados como "moderados" por los multiculturalistas son en realidad defensores de los matrimonios forzosos, la mutilación genital femenina, la ejecución de los homosexuales y la subordinación sistemática de la mujer. Sí, hay musulmanes liberales y de buen corazón, pero lo son precisamente en la medida en que rechazan los consejos de los teólogos islámicos de referencia, como Yusuf al Qaradaui, y en su lugar eligen abrazar la imagen de una deidad pacífica y amable.

Bawer dejará de tener problemas con el islam cuando considere que el islam realmente existente deja de tenerlos con las democracias liberales, fundadas en la libertad y la dignidad de todos y cada uno de los hombres (y de las mujeres, conviene aquí precisar, y no precisamente como deferencia a la deletérea corrección política). En los derechos humanos, pues. Mientras, lo combatirá, así como a los tontos útiles, los indiferentes, los cobardes; y a los liberticidas que, por aquello de compartir odios, se alían con los que quieren convertir el mundo en un alminado erial. Por eso le tienen tanta rabia los neoquislings, que aprovecharon la matanza de Oslo-Utoya para tratar de silenciarlo. Es obvio que no lo consiguieron: Bawer, a diferencia de tantos de ellos, no se deja chulear por el miedo.

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En estas páginas Bawer relata cómo el establishment noruego, buenista, paternalista, multiculturalista, estupendo (somos taaan buenos), aprovechó el 22-J para machacar y silenciar a las voces discordantes, por entonces cada vez más potentes, más contundentes, más escuchadas por la ciudadanía. Voces como la del propio Bawer y las de los dirigentes del vilipendiado Partido del Progreso, pese al nombre una formación adscrita al liberalismo clásico ("a la izquierda del centro del Partido Republicano" estadounidense, la encuadra Bawer) que pretende acabar con la tiranía del statu quo (¡los socialistas de todos los partidos!) y, muy especialmente, con unas políticas de inmigración e integración que juzgan (este PP, Bawer, tantos noruegos) suicidas, demenciales. 

Ver la televisión noruega y leer los periódicos noruegos en los primeros días y semanas posteriores a los acontecimientos del 22 de julio era una experiencia espeluznante para cualquiera que amara la libertad de expresión. Escritores, políticos y editores de la oposición eran retratados por los medios como cómplices en los asesinatos de Oslo y Utoya, y las entrevistas con ellos no lo eran en modo alguno. Esa gente era requerida para que asumiera su responsabilidad, para que mostrara su contrición y se comprometiera a reformarse. Era algo como sacado de la Rusia stalinista, lo cual no ha de sorprender, habida cuenta de que muchos de los inquisidores eran de hecho comunistas. (...) muchas gentes sometidas al escrutinio público se sintieron presionadas para que hicieran una gran escenificación, o, como se repetía de continuo, para que "miraran en sus corazones" y "examinaran sus almas", para que admitieran haber cometido lo que George Orwell hubiera denominado crímenes de pensamiento.

"Islamofobia" fue el espantajo, la mordaza que utilizó la banda de la porra quislinguiana para acallar a los que, como Bawer, desde hacía años venían criticando, por ejemplo, la vida de mierda que llevan los gays (Bawer lo es), las mujeres, los ateos, los apóstatas, los infieles en las casas, las calles, los barrios islamizados. Las incendiarias soflamas terroristas de sujetos como el mulá Krekar. El multiculturalismo repugnante de gentuza como la antropóloga Unni Wikan, que ha venido a sugerir que si los musulmanes violan a las noruegas étnicas es porque visten como putas. El silencio ominoso de los corderos apaciguadores que temen hurgarse la pelambre, no vayan a encontrarse un monstruo (nazi, vikingo fiero) en los adentros.

El rechazo de Bawer al islam no es de orden fóbico sino racional y empírico: a su marido, un hijo de Alá lo ha llegado a agredir, en pleno Oslo, al grito furioso de "¡Maricón!" (Soper!); ha visto a muchos musulmanes festejar el 11-S y el asesinato de Theo Van Gogh; sabe de sobra cómo son los regímenes impresentables del chií Irán y la sunita Arabia Saudí, y que los países de la Conferencia Islámica no se sienten concernidos por la Declaración de los Derechos Humanos sino por un sucedáneo que pergeñaron en 1990 en El Cairo. Lo suyo, pues, no es fobia, temor irracional compulsivo. Ni lo de tantos que, como él, ven en el credo de Mahoma un enemigo formidable de la Libertad. ¿Islamofobia? A otro perro con ese hueso que es un bozal. "Ellos", los islamistas, los neoquislings, "equiparan islamofobia y homofobia", escribe Bawer; pero

se trata de una falsa equivalencia. La homosexualidad es una orientación; el islam es una ideología. No hay razón alguna para temer la homosexualidad, en cambio las hay muy buenas para temer la ideología islámica. (...) [Islamofobia] Es el término favorito de los nuevos Quisling porque sirve para poner punto final a la discusión en cuestiones donde los hechos y las pruebas no sostienen sus puntos de vista.

¿No se puede criticar al islam porque el maldito ABB lo critica? Qué barbaridad. ¿Dejamos de leer a Orwell, a Stuart Mill, a Burke, a Adam Smith por haber escrito algunas de las obras preferidas del asesino (1984, Sobre la libertad, Reflexiones sobre la Revolución Francesa, La riqueza de las naciones....)? Qué disparate. ¿Tampoco se podrá entonces criticar a los laboristas noruegos, al fin y al cabo las víctimas físicas y metafísicas de esa basura humana? Por Dios bendito y sin perdón. "Libertad de expresión: su final y el nuestro". No me cansaré de insistir.

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¿Por qué llama Bawer a sus inquisidores "los nuevos Quisling"? Por equipararlos a Vidkun Quisling, primer ministro de la Noruega títere de la Alemania nazi, paradigma del colaboracionismo, el apaciguamiento estéril, la traición. "Los nuevos Quisling (...) dan la bienvenida a una nueva variedad de ocupantes totalitarios", acusa Bawer, "y buscan imponer su propio régimen de ortodoxia ideológica, empleando despiadadamente para ello cualquier herramienta a su alcance que les permita silenciar a los críticos". Quisling era nacionalista y sus herederos no, ellos de hecho abominan de su herencia cultural y son compañeros de viaje del islamismo como antes, en plena Guerra Fría, lo fueron del comunismo; pero comparten con él la veneración por la autocracia, la estatolatría y el desdén por la libertad individual; la de los otros, esa chusma informe y pagana (de pagano, "1. m. coloq., persona que paga, generalmente por abuso, las cuentas o las culpas ajenas").

Bawer se emplea con dureza en la comparación, pero es que resulta que lo han acusado de ser uno de los autores intelectuales de la peor matanza que haya registrado jamás Noruega en tiempos de paz. Así que si le muerden, muerde:

Estos nuevos Quisling han estado años esperando una oportunidad para destruir completamente a sus enemigos, y ahora han dado con ella. Han sido brutales en su intento de sofocar la verdad y silenciar a los que la dicen, así que yo también seré brutal en mi franqueza: Breivik es lo mejor que les ha podido pasar.

Llevarían años esperando una oportunidad para "destruir" a sus enemigos y finalmente se les habría presentado en la forma de este despreciable asesino que les odia literalmente a muerte. A ellos y a sus cachorros, que aprendían a emularlos en la apacible isla de Utoya. Tremebunda paradoja.

 

BRUCE BAWER: THE NEW QUISLINGS. HOW THE INTERNATIONAL LEFT USED THE OSLO MASSACRE TO SILENCE DEBATE ABOUT ISLAM. Harper Collins (Nueva York), 2012, 105 páginas.

marionoya.com

twitter.com/MarioNoyaM

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