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ECONOMÍA EN UNA LECCIÓN

Lo que Zapatero no quiso aprender en dos tardes

Cuando uno se enfrenta a la reedición de un clásico de este calibre, le asalta la vieja duda que ya expusieran sabiamente Les Luthiers: ¿qué podemos decir que no se haya dicho ya... o que sí se haya dicho? Peor aún se pone la cosa cuando la publicidad con que se anuncia Economía en una lección resume a la perfección qué es y para qué sirve. Porque sí, leyéndolo se puede conseguir en dos tardes entender toda la economía que necesita el ciudadano medio para evaluar el desempeño del Gobierno. O el de tu ministro de Economía, si es que andas dirigiendo el país.

Cuando uno se enfrenta a la reedición de un clásico de este calibre, le asalta la vieja duda que ya expusieran sabiamente Les Luthiers: ¿qué podemos decir que no se haya dicho ya... o que sí se haya dicho? Peor aún se pone la cosa cuando la publicidad con que se anuncia Economía en una lección resume a la perfección qué es y para qué sirve. Porque sí, leyéndolo se puede conseguir en dos tardes entender toda la economía que necesita el ciudadano medio para evaluar el desempeño del Gobierno. O el de tu ministro de Economía, si es que andas dirigiendo el país.
Henry Hazlitt explica aquí una sola lección de economía, que aparece ya en en el primer capítulo y resulta tremendamente fácil de entender: las consecuencias de cualquier medida económica no deben evaluarse teniendo en cuenta únicamente los efectos que pueda tener a corto plazo sobre un grupo específico, sino examinando también en qué puede afectar al resto de la sociedad a largo plazo. Los veinticinco capítulos restantes no son más que aplicaciones de ese principio a situaciones concretas. Algunas de las falacias así desmontadas hace mucho que no se defienden –la primera edición del libro data de 1946–, pero la mayoría siguen en pie, gracias al esfuerzo de los socialistas de todos los partidos y todas las profesiones.
 
Basta con abrir el periódico cualquier día para encontrarse con argumentos que serían imposibles de mantener si se mostraran en toda su crudeza, de modo que se exhiben bajo pretextos más o menos presentables. Esta misma semana el presidente de la Confederación Nacional de la Construcción y vicepresidente de la CEOE, Juan Lazcano, afirmó que "es mejor subsidiar a la actividad que subsidiar el desempleo". Hazlitt describe así, en el capítulo XIV, la presión que intenta ejercer, 62 años después, dicho gremio:
Los pasillos del Congreso se hallan atestados de representantes de la industria X. Esta industria está atravesando una grave situación. Está al borde de la ruina y hay que salvarla. Pero esto sólo se puede hacer mediante un arancel protector, elevando los precios o concediéndole una subvención. Si se la deja morir, pronto veremos a los obreros en la calle.
Hazlitt no niega que esto último sea cierto. Lo que dice es que, para la sociedad en su conjunto y a largo plazo, es mejor que así sea. De lo contrario, el sector que se encuentra en crisis obtendrá una subvención que saldrá directamente de los bolsillos de los contribuyentes y otras empresas se verán perjudicadas, precisamente, porque deberán soportar a aquél con sus impuestos. Además, los contribuyentes dispondrán de menos dinero con que comprar otros bienes y servicios, con lo que saldránm perjudicados igualmente los proveedores de estos últimos. En definitiva, se producirá un desplazamiento de la producción.

Si la construcción se encuentra en dificultades es porque el empleo es allí menos eficiente: produce un bien que es menos apreciado por los consumidores que otros con los mismos costes. De modo que subvencionar un sector moribundo no hace sino reducir la creación de riqueza y empobrecernos.

Debemos abandonar la idea, dice Hazlitt, de que una economía en expansión necesita que crezcan todas sus industrias. Al revés, para que un país crezca es necesario que los sectores que menos eficientemente emplean el capital y el trabajo perezcan y dejen sitio a otros que los emplearán mejor.
 
En nuestro caso particular, lo mejor que podría hacer el Gobierno es dejar que las constructoras quiebren si ése es su destino, liberalizar el mercado de trabajo para que otras compañías puedan contratar a los trabajadores que la construcción deje libres y eliminar regulaciones por doquier, pues impiden que surjan nuevos y más eficientes modos de emplear el capital y el empleo. Sólo de este modo la sociedad española, que no el Gobierno, encontrará ese nuevo "modelo de crecimiento" que todos los políticos parecen estar buscando con tanto ahínco. Pero claro, eso sólo sucedería si Zapatero hubiera leído a Hazlitt en lugar de atender las explicaciones de Jordi Sevilla. O de Miguel Sebastián.
 
Economía en una lección es el libro perfecto para regalar a aquellas amistades que no se pueden creer que un tipo tan majete como tú sea un monstruo liberal que se come a los obreros para desayunar. Es la forma más sencilla de aprender cómo debe razonar un economista, y por qué sacan éstos las conclusiones tan raras que, a veces, sacan. Evidentemente, leerlo tampoco te catapulta directamente a las páginas de opinión de los diarios económicos como experto internacionalmente reconocido, pues Hazlitt evita muchas de las complicaciones extras que tiene la disciplina, pero te coloca en la vía correcta.
 
Es de agradecer, por tanto, que Ciudadela haya reeditado este clásico con un formato atractivo y sencillo de manejar. Porque la edición tradicional, la de Unión Editorial, era más propia de libros académicos como La acción humana que de volúmenes más pensados para la divulgación y para ser leídos por personas no entendidas en la materia. Ahora no nos mirarán con cara rara cuando lo recomendemos o regalemos. Que es lo que debería hacer cualquier liberal que se precie.
 
 
HENRY HAZLITT: ECONOMÍA EN UNA LECCIÓN. Ciudadela (Madrid), 2008, 256 páginas.
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