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AL RESCATE

Vocación clandestina

Los que sean de cultura afrancesada me entenderán enseguida. Un librito de apenas 115 páginas irrumpió en 1999 en el mundo editorial francés, provocando un notable golpe de efecto. Y es que Vocación: clandestina destapaba el secreto mejor guardado de la literatura contemporánea francesa.


	Los que sean de cultura afrancesada me entenderán enseguida. Un librito de apenas 115 páginas irrumpió en 1999 en el mundo editorial francés, provocando un notable golpe de efecto. Y es que Vocación: clandestina destapaba el secreto mejor guardado de la literatura contemporánea francesa.

Dominique Aury confesaba en un testimonio póstumo que había escrito, bajo el seudónimo de Pauline Réage, Historia de O, el libro erótico que Pieyre de Mandiargues y Maurice Blanchot calificaron como el más bello y refulgente de la década de los cincuenta.

Historia de O es el relato sadiano de una mujer excepcionalmente ligada al secretismo y a la tradición libertina. Dominique Aury se movió entre la simulación y la realidad, sin dejar que esa vocación clandestina se convirtiera en una patología. Y esto es, ciertamente, lo más prodigioso. Su coetáneo Henry de Montherlant, dejando fluir su proverbial malhumor, advirtió que en una revolución había que tener la suficiente habilidad para caminar "entre dos fechas" sin tropezar. De alguna forma, eso hizo Dominique Aury, caminar entre dos identidades sin traicionarlas nunca.

Sí, la clandestinidad, sí, siempre pensé que era una vocación.

La clandestinidad es una técnica que se adquiere y que se perfecciona hasta convertirse en un arte autista. El hecho clandestino bordea siempre el abismo y la fatalidad. En literatura como en política, el siglo XX se nutrió de forma excesiva de sueños clandestinos, de actos clandestinos, de apodos y seudónimos. De sombras y apariencias. Pero no nos engañemos, la apuesta por la simulación es ante todo un ejercicio cerebral. Una ascesis, una depuración, un desasimiento de sí mismo.

Es la renuncia a habitar el propio nombre.

"Historia de O es una ascesis fanática del amor". Jean Paulhan, en el prólogo de 1954.

En política, esa desapropiación de uno mismo, esa abnegación permanentemente ratificada, se vivió como una necesidad moral ineludible. En lo literario, el juego de máscaras tras el cual se agazapó la escritora revistió también la fuerza de la necesidad:

No podía firmar este libro con mi apellido, tenía familia, y... porque era mujer, ya sabe...

Pero ¿quién era Dominique Aury, que firmaba como Pauline Réage y que, con la mayor discreción del mundo, desató los nudos del integrismo sexual de la postguerra, adueñándose de un espacio caligráfico opaco, cerrado entonces para las escritoras? Fue una intelectual cultísima. Una bulímica de la lectura. Una excelente traductora de Koestler y Mishima. Una mujer de sólida formación académica que se había especializado en la poesía mística francesa de los siglos XVI. Su pasión por la tradición libertina la condujo a penetrar stricto sensu en las leyes muy codificadas de la escritura inconfesable. Se adiestró en el arte de la ocultación y de la simulación por placer y devoción.

Never explain, never complain, ésa fue su actitud. No rendir cuentas a nadie. Jamás quejarse, ni lamentarse. Dominique Aury forma parte de la raza de intelectuales que, conociendo al milímetro los textos de la pasión religiosa, se deslizan, con extremo pudor, hacia la pasión sadomasoquista.

Decencia, es la primera palabra que me viene cuando leo Historia de O.

Otra vez, Jean Paulhan.

Dominique fue durante veinticinco años la única mujer del Comité de Lectura de la editorial Gallimard. Mandaba mucho sin hacerse notar, su prestigio era incuestionable, pero no consiguió publicar Historia de O allí. El patrón Gallimard consideró que no encajaba con el sello de la casa. Aury no se enfadó. Y encontró al editor francés más extraordinario del siglo XX, Jean Jacques Pauvert.

Un día de finales de invierno del año 54, Dominique Aury detuvo la lectura que tenía entre manos al reconocer el timbre de voz, algo alterado, de Albert Camus. Éste repetía ante un corrillo de escritores un rumor insensato que circulaba por París: "¡Historia de O, escrita por una mujer! ¡Imposible, imposible!". Todos asintieron. Eran tiempos de misoginia. Y la muy discreta Dominique Aury sonrió y retornó displicentemente a su lectura.

A veces, la soberbia se disfraza de retraimiento. "Dominique vela sobre la editorial como las jóvenes de Georges de la Tour velan con sus manos cerradas sobre el candil". Thierry Maulnier.

Lo cierto es que Dominique Aury necesitaba la sombra de Pauline Réage para vivir sin ataduras. La luz necesita la sombra, para ser luz.

El secreto, la discreción permiten ser libre. Sin secreto no hay libertad absoluta. Hay compromiso, y eso es otra cosa, otra regla de vida. Y a ella no le interesaba esa zona moral y constrictiva que regía aún con fuerza en el discurso político, incluso en el de las feministas francesas. Para nuestra autora, toda confesión se convertía de facto en un acto de renuncia a su propia libertad.

Jamás he sabido domesticar mi vida.

La joven O del relato se mueve en el mundo de los cerrojos visibles, audibles y en el silencio del consentimiento. La bella O anula el choque de la carne y del intelecto, se abandona a la vejación de la sumisión.

Sade me ha hecho comprender que todos somos carceleros, y que todos estamos presos, en el sentido de que siempre hay en nuestro interior alguien a quien nosotros mismos encadenamos, encerramos y hacemos callar.

Vocación: clandestina es una autobiografía póstuma. Relata cómo, por qué y para quién escribió el relato de O. Jean Paulhan, el cerebro de Gallimard, le lanzó el guante libertino y ella lo recogió. Y escribió durante cuatro meses, tumbada en su cama, siempre de madrugada, una panoplia de ensoñaciones eróticas. Y entregaba furtivamente las hojas redactadas en la soledad de la noche a Jean Paulhan, su amigo, su amante clandestino, su alter ego intelectual.

Ellos habitaban los libros como otros el hogar familiar.

Luego, bajo la luz eléctrica de la realidad, ambos se sentaban juntos, como si nada aconteciera, y sus cabezas desaparecían tras una montaña de manuscritos.

La lectura de Historia de O no es fácil, tal vez porque el amor libertino nunca es un gozo simple. No se halla consuelo en él. Sí desazón. Por ello, el texto queda huérfano de cualquier emoción amorosa: la estrategia del libertino –de Sir Stephen– habría quedado contaminada, fallida. La prosa de Dominique Aury es clásica y limpia y en su factura perduran las advocaciones barrocas de los sermones eclesiales. El erotismo posee ciertas claves litúrgicas de lo sagrado. Tal vez por ello, Historia de O fue llevada a los tribunales; pero, como en Francia, la censura pocas veces triunfa en asuntos de sexo. La autora era consciente de ello en 1954:

El ambiente conventual en Historia de O podía ser interpretado como sacrílego.

Todo libro suele iniciarse por una sacudida largo tiempo concebida. Poco importa que la naturaleza de la conmoción sea carnal, iconoclasta, religiosa. Hay un instante previo a la osadía que aterra y modifica para siempre la trayectoria personal del escritor.

"El libertinaje no está en las ideas: está en los atrevimientos" escribió Maurice Blanchot.

Historia de O se reedita regularmente en España. Tiene sus lectores. Tiene sus detractores. Lo cierto es que cada individuo traza, en su interior, su propia cartografía erótica.

Vocación: clandestina no está traducido al español. Sin embargo, merece serlo. Es la confesión de la última escritora libertina, en el sentido académico del término.

Dominique Aury advirtió a Jean Paulhan y a Jean-Jacques Pauvert:

O vamos a la cárcel, ustedes y yo, o la novela acabará publicándose en libro de bolsillo.

Y, evidentemente, acabó siendo un clásico universal. 

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