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Luis Herrero

Chantaje afectivo

El de Ifema no ha sido un cónclave intelectual,  sino un chantaje afectivo.

El de Ifema no ha sido un cónclave intelectual,  sino un chantaje afectivo.
Los viejos y nuevos 'susanistas'

El acto de exaltación de Susana Díaz como archipámpana del PSOE ante siete mil almas ha puesto de manifiesto lo poco que ha avanzado su partido en cuatro años. Que la apabullante demostración de fuerza desplegada por el aparato en el Ifema no acabe con la incertidumbre del resultado de las primarias es la prueba evidente de que los socialistas aún no saben muy bien ni quiénes son ni lo que quieren.

Ese diagnóstico, expresado casi con las mismas palabras, vertebró el vibrante discurso que catapultó a Susana Díaz al estrellato emergente de su partido durante la convención política de noviembre de 2013. Lo que dijo entonces fue esto: "El PSOE debe cambiar de actitud y convertirse en un partido reconocible, con ideas claras. Hemos de saber quiénes somos y qué queremos".

La propuesta de Díaz pasaba entonces por acabar con las ambigüedades en tres materias fundamentales: la idea de España (unidad frente a plurinacionalidad), el modelo de partido (democracia representativa frente a democracia asamblearia) y la concepción de la izquierda (socialdemocracia frente a leninismo). Respecto a las tres hizo propuestas inequívocas.

De España dijo: "Tenemos un proyecto común y ese proyecto se llama España. Ahí tenemos que estar todos los socialistas, todos. Que los ciudadanos no se desconcierten, que cuando nos miren sepan que hay un partido que defiende a España y su unidad. No podemos permitir que el PSOE cree desconcierto e inseguridad entre los ciudadanos." El auditorio se puso de pie y le brindó una ovación atronadora. Era el momento en que el PSC, capitaneado por Pere Navarro, defendía el "derecho a decidir" y en el que un sector del partido clamaba con un PSOE con marca propia en Cataluña.

En el Ifema, sin embargo, el discurso de Díaz ha sido más ambiguo. Que estaba dispuesta a darle árnica al PSC para buscar su respaldo en las primarias quedó patente con la elección de dos de sus teloneros: Antonio Balmón, miembro de la ejecutiva de los socialistas catalanes, y Eduardo Madina, coordinador de la propuesta política que se debatirá en el 39 Congreso. Los vítores a la unidad de España, en consecuencia, fueron sustituidos por la propuesta de "restaurar mediante reformas legislativas y otras medidas que no contradigan la reforma constitucional, todos aquellos elementos de autogobierno que hayan resultado dañados desde la sentencia del Estatut". ¡Menudo cambio!

También ha habido cambios, aunque menores, a la hora de reivindicar el modelo de partido. Díaz no ha rendido pleitesía al populismo asambleario de las consultas permanentes a la militancia que Sánchez impulsó durante el último tramo de su mandato, desde luego, pero sí ha permitido que se deslicen algunas ideas, como las del derecho de la ciudadanía a participar en deliberaciones con sus representantes y la de incrementar la proporcionalidad y la participación de los ciudadanos en la elección de los diputados, que modulan su apuesta por una democracia representativa a la vieja usanza.

Respecto a la tercera cuestión, la más ideológica, la lideresa andaluza también se ha quedado más corta que de costumbre. A todo lo que ha llegado es a decir que "más allá del PSOE no hay una izquierda transformadora". Poca cosa. En vez de combatir la radicalidad de Pablo Iglesias -tal vez porque sabe que sus bases no le hacen ascos-, ha preferido marcar con él diferencias estratégicas. "Una cosa es pactar -ha dicho- y otra cosa distinta entregarse a otro partido". El objetivo es ganar "para gobernar desde la victoria". Como si los demás no quisieran lo mismo.

El saldo final es bastante magro. Cabía esperar es que la candidata que se postula como mejor opción para liderar el PSOE desgranara las ideas que la distinguen de sus adversarios. Llevábamos tanto tiempo oyéndole decir eso de "primero las ideas y después las personas" que algunos esperábamos que actuara en consecuencia. Pero no. Espera equivocada. El de Ifema no ha sido un cónclave intelectual, sino un chantaje afectivo.

En el ambiente flotaba el propósito de salvar a una institución centenaria, exhibir el amor a unos colores, a un escudo, a una historia, a un himno, a unos ídolos -algunos de ellos de cuerpo presente en la primera fila del auditorio-, exactamente igual que hubiera ocurrido en el homenaje a un club de fútbol amenazado de enajenación. Si Pedro Sánchez ganara las primarias, parecían prevenir los discursos, se perderán las señas de identidad del auténtico PSOE y su espíritu fundacional saltará por los aires.

Y para evitarlo, ahí estaban los guardianes de las esencias, los sumos sacerdotes que han mantenido viva la llama sagrada del partido desde 1977. Felipe González y Alfonso Guerra, Pérez Rubalcaba y Carmen Chacón, Rodríguez Zapatero y Pepe Bono. No importa que fueran amores reñidos. De lo que se trataba era de salvar el legado en peligro y ponerlo en manos de la única persona capaz de garantizar la continuidad de un proyecto prístino. No había cabida para el desamor en este salvamento de emergencia.

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