Lo que Casado vende entre susurros es que la operación de refundición con Ciudadanos está muy avanzada y que no es impensable que haya cuajado antes de que se celebren las próximas elecciones generales. No es cierto. En esa afirmación hay más voluntarismo que franqueza. El líder del PP, desde luego, trabaja a destajo para que convertir en realidad ese deseo, que anida en él como un anhelo profundo, pero las cosas aún no están tan maduras como él dice. Primero, porque la premisa de la que parte —que la debilidad electoral del partido de Arrimadas es irreversible— aún no está debidamente contrastada, y segundo porque en su partido no todo el mundo ha querido remar en la misma dirección. Entiéndase por "todo el mundo", a efectos criptográficos, el PP de Galicia.
Casado trató de convencer a Feijóo de la necesidad de abrirse a una coalición con Ciudadanos porque lo que estaba en juego —le dijo— era el bien mayor del reagrupamiento de dos de las tres siglas que han fraccionado el voto en el bloque de la derecha. Feijóo, sin embargo, no se dejó convencer —porque en su cálculo la sopa de siglas le trae sin cuidado— y le propinó a Casado un doble revés de dolorosas consecuencias: menoscabó su liderazgo, negándose a aceptar su criterio, y arruinó el plan de extender la colación a los tres territorios llamados a las urnas a corto plazo. Génova lleva trabajando desde entonces para restañar los daños.
La crisis de liderazgo del presidente nacional del PP, patentizada por la insubordinación del barón gallego, se agravó tras la decapitación del vasco, Alfonso Alonso, que trató de emular al primero protagonizando otro acto de desobediencia. Casado, que venía con el rabo entre las piernas después de haberse tenido que tragar el sapo de Galicia, no podía permitirse que otro barón territorial se le subiera a las barbas y descargó contra él un hachazo fulminante que le segó el cuello en un pispás de ejemplaridad sobreactuada. Había sido débil con el fuerte y ahora era fuerte con el débil, la peor combinación posible para que el liderazgo de un político se asiente sobre la potestas de la escuela romana. Sin ella, la auctoritas se convierte en una simple exhibición de testosterona.
Para rehabilitar la imagen mancillada del líder del PP, sus sobresalientes de espadas, con un desparpajo demasiado murciano —lo que viene a significar poco sutil—, propalan la idea de que las relaciones de Casado y Rajoy están mejor que nunca, y que el presidente de la Xunta se ha comprometido a colaborar para hacer posible que la coalición con Ciudadanos llegue a buen fin a corto plazo. Para sustentar con hechos esa doble afirmación —la de la cercanía personal y la de la colaboración política—, señalan que Feijóo se ha comprometido a incorporar a personas próximas al partido de Arrimadas en su próximo Gobierno, a no enredar en el lío que se ha abierto en el PP vasco tras la destitución de Alfonso Alonso (el líder gallego era uno de sus principales valedores), y a dejar que Casado se implique en su campaña. De hecho los dos han participado en el mitin de de este domingo en Orense. ¿Es toda la verdad? Hacer verosímil lo conveniente es una de las reglas doradas de la política.
Más cierto que todo eso es que el portazo de Feijóo a la coalición con Ciudadanos en Galicia ha sentado las bases para que el acuerdo en Cataluña —pieza angular de la operación de convergencia— se convierta en un embrollo de solución complicada. Arrimadas invocará el desaire gallego para imponer sus condiciones en un territorio donde se cree más fuerte que el PP. Y, probablemente, esas condiciones serán difíciles de tragar en Génova. A la hora de repartir las porciones de la tarta, los centristas querrán hacer valer los resultados que arrojaron las urnas en diciembre de 2017. Ciudadanos, en aquella ocasión, superó al PP por veinte puntos y obtuvo 32 escaños más. Sobre esa base de cálculo, a los conservadores les correspondería una participación prácticamente testimonial en el consorcio de nuevo cuño.
Las encuestas, sin embargo, hablan ahora de cosechas electorales que nada tienen que ver con las de hace dos años y medio. Este lunes conoceremos una —en ABC— que predice una caída centrista de más de 16 puntos y 24 diputados. El PP, en cambio, mejora 3 puntos y obtiene cinco escaños más de los que tenía. La foto finish, si el pronóstico demoscópico se confirma, colocará a los de Arrimadas (8,9 % y 12 escaños) muy cerca de los de Casado (7,2 % y 9 escaños). Con esa previsión tan ajustada, las negociaciones se prevén a cara de perro. Cuando llegue ese momento veremos con toda claridad que el desaire de Feijoo al presidente de su partido era un proyectil de espoleta retardada.