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Luis Herrero

La gran duda

Las cosas son como son. Hay que elegir entre un Podemos que se coligue con el separatismo u otro que mantenga la distancia de un tango con él.

Las cosas son como son. Hay que elegir entre un Podemos que se coligue con el separatismo u otro que mantenga la distancia de un tango con él.
Ada Colau y Ernest Maragall durante un debate electoral. | EFE

El otro día me preguntaron si me parecía una buena noticia que Ada Colau fuera a repetir como alcaldesa de Barcelona y confieso que la respuesta se me quedó atragantada en el gaznate. Siempre me he resistido a calificar como bueno lo menos malo. Lo de Colau no es bueno, pero lo de Maragall hubiera sido peor. Así que confieso mi adhesión a la postura de Valls. No hay decisión más infalible que la que no admite una alternativa mejor. Maragall había impuesto como eje central de su programa de gobierno la lucha por la libertad de los presos y el referéndum de autodeterminación. Si Colau se hubiera subido al carro, la matraca independentista hubiera sonado en estéreo en la plaza de Sant Jaume. Un bafle en el edificio del Ayuntamiento y otro en el Palau de la Generalitat.

La lectura, a escala nacional, hubiera sido clarificadora. Podemos, escolta del procés, cómplice del desafío al Estado, habría hecho suyo el programa de Maragall y ahora sabríamos sin ambages lo que significaría el Gobierno de coalición que reclama Pablo Iglesias a cambio de su apoyo a la investidura de Pedro Sánchez. Podemos sería el caballo de Troya del independentismo en el Consejo de Ministros. Y teniendo en cuenta que el PNV y Compromís —los apoyos externos de la mayoría parlamentaria que necesita el PSOE para darle estabilidad a la legislatura— también son partidarios del derecho a decidir y del indulto de los políticos presos, la imagen de Sánchez como rehén de los dinamiteros de la Constitución hubiera quedado nítidamente reflejada ante los ojos de la ciudadanía.

Ya sé que las calabazas de Colau a Maragall no significan en absoluto que el peligro haya pasado. La alcaldesa de Barcelona, durante los cuatro años que ha ejercido como tal, ha estado mucho más cerca de los golpistas que del orden constitucional. Y el contrapeso del PSC, el partido que le proporciona el acceso al sillón consistorial, no reúne las suficientes garantías. No hace tanto que Iceta abrió el melón de un referéndum cuando haya una mayoría social que lo demande. También se ha declarado partidario de los indultos. Además, ni el PNV ni Compromís dejarán de ser lo que son por mucho que Iglesias se quede fuera del banco azul. El peligro de que los simpatizantes del independentismo se conjuren para arrastrar a Sánchez a un nuevo Pedralbes no desaparece por el hecho de que ERC pierda el bastón de mando de la ciudad condal.

Pero las cosas son como son, no como nos gustarían. Hay que elegir entre un Podemos que se coaligue con el separatismo u otro que mantenga cierta distancia con él, a pesar de que la distancia sea tan próxima que se confunda con la del tango. Guatemala o Guatepeor. La primera opción, sobre todo si Pablo Iglesias entra en el Gobierno, consumaría la certeza de que habrá una nueva ofensiva secesionista —y esta vez en comandita con todos los socios que están dispuestos a apoyar la investidura— tan pronto como Junts sustituya en el Congreso a los tres diputados suspendidos y la mayoría parlamentaria vuelva a los guarismos que convierten a los partidos del procés en árbitros de la legislatura. La segunda opción nos deja en manos de lo que Sánchez aguante atado al palo mayor resistiendo los cantos de sirena.

Que el jueves pasado el candidato a la presidencia del Gobierno no citara entre sus cuatro prioridades (cambio climático, digitalización, desigualdad y Europa) el llamado problema territorial no significa que éste no siga siendo el primero y el más grave de todos los que tiene la España de ahora mismo. Lo es. Y la actitud del PSN con Bildu demuestra que el socialismo es proclive a supeditarlo a su conveniencia particular. El hecho de que Ferraz haya desautorizado a María Chivite en Navarra y se haya negado a explorar la oferta de Colau de un gobierno tripartito —ERC, Podemos, PSC— en Barcelona parece indicar que Sánchez apuesta por una partitura distinta a la del último año. ¿Pero cuánto tiempo podrá aguantar sin desviarse de la nueva línea? Esa el la cuestión, el gran arcano de la legislatura. Hasta que peligre su pellejo, me temo. La propia supervivencia es su medida del interés nacional.

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