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Luis Herrero

La quimera del voto

En el ambiente flota la sensación de que el hastío ha calado hondo en una sociedad cansada de políticos incapaces de resolver los problemas.

En el ambiente flota la sensación de que el hastío ha calado hondo en una sociedad cansada de políticos incapaces de resolver los problemas.
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el Congreso. | EFE

La primera encuesta tras el anuncio de que hay que repetir las elecciones confirma que los ciudadanos están hasta las cejas de la clase política. El malestar que traslucían los desahogos en las tertulias de café derivó enseguida en iniciativas reveladoras: más de cien mil personas le pidieron al INE la semana pasada que no les enviara propaganda electoral y 500.000 suscribieron en menos de 24 horas una iniciativa en las redes sociales para dejar sin indemnización a los diputados disueltos. En el ambiente flotaba la sensación de que el hastío, por decirlo suavemente, había calado hasta los tuétanos en una sociedad cansada de políticos incapaces de resolver los problemas de acuerdo al manual de instrucciones que promulgaron las urnas. Ahora, esa sensación cristaliza en datos cuantificables. Nueve de cada diez españoles, según la encuesta de El País, se siente decepcionado, enfadado o preocupado por el modo en que los partidos han gestionado los resultados electorales del 28 de abril.

No hace falta ser sociólogo para entender que ese estado de ánimo tendrá consecuencias el 10 de noviembre. La decepción o el enfado no salen gratis. Tal vez se lleven una sorpresa desagradable los aprendices de brujo que consultaron la bola de cristal en la rebotica de La Moncloa antes de forzar el regreso a las urnas. Para empezar, la solución elegida por Sánchez le parece mala o muy mala casi al 70 por ciento de los electores. Ese guarismo no augura ningún premio. Pero los datos peores vienen a continuación. Hay más enfados e indignaciones en la izquierda que en la derecha. Veinte puntos más. Y eso, en buena lógica, significa que costará más movilizar a los partidarios de Sánchez que a sus detractores. Sobre todo si añadimos al dato anterior el siguiente: siete de cada diez españoles señalan como principal responsable de que haya que repetir las elecciones al presidente del Gobierno en funciones. Otro guarismo que no augura ningún premio. Vamos camino de la participación más baja de la historia. Hasta ahora, el récord —66,4%— se estableció en junio de 2016, otras elecciones repetidas. Ahora podríamos bajar, según El País, al 62,8.

En esencia, el planteamiento que habían hecho los cabezas de huevo del sanchismo —que parecen tener más de lo segundo que de lo primero— era que el progresivo hundimiento de Podemos acarrearía a las alforjas del PSOE votos suficientes para encarar una plácida investidura después del 10 de noviembre. La brocha gorda de Tezanos, que parece haber enloquecido entre las probetas del laboratorio del CIS, abonaba la tesis de que el ansia de estabilidad de los ciudadanos se traduciría en el apoyo masivo a un Gobierno que cada vez estaba más fuerte en las encuestas. Los sociólogos le llaman a eso el "efecto bandwagon" —subirse al carro—, cuyo enunciado establece que a menudo las personas hacen y creen ciertas cosas fundándose en el hecho de que muchas otras personas hacen y creen esas mismas cosas. Pero la encuesta de El País impugna la premisa mayor del razonamiento sanchista. Podemos no se hunde. El esperado trasvase de votos puede convertirse en una quimera.

El dato concreto de la encuesta de El País señala que hay más votantes del PSOE dispuestos a votar a Podemos (7%) que a la inversa (5%). El partido de Iglesias es, tras el de Abascal, el que refleja mayor fidelidad entre sus votantes. La tesis del derrumbe podemita, por lo tanto, se derrumba. La conclusión final es que las variaciones que pueden producirse el 10-N no serán demasiado apreciables y, en todo caso, perjudicarán al PSOE. A pesar de que pueda ganar algún (no llega a la decena) seguirá necesitando a Podemos y a alguien más para alcanzar la mayoría absoluta —pésima noticia para el descanso nocturno de Sánchez— y encima perderá la posibilidad de alcanzar el vellocino de oro de los 176 escaños con la ayuda exclusiva de Ciudadanos. Rivera se pega, según parece, un tortazo monumental. Así que o Sánchez se traga sus palabras y acepta a Iglesias como copiloto del Gobierno, o convence a la derecha para que se abstenga. ¡Menudo papelón! A cambio de casi nada, los socialistas vuelven a llevarnos al corazón de las tinieblas. Bravo, Sánchez. El cálculo puede salirte Redondo.

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