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Mario Noya

A propósito del Líbano

Los cristianos siguen siendo importantes, pero tienen que creérselo.

Los cristianos siguen siendo importantes, pero tienen que creérselo.

El Líbano ya no es lo que pretendiera, un work in progress para la modernización del Medio Oriente, un referente para los cristianos de la zona, hasta una suerte de Estados Unidos para sus habitantes, (casi) todos árabes (aunque muchos no se consideran tales sino fenicios) pero chiíes, suníes, cristianos de una u otra confesión (hay hasta 18 credos oficialmente reconocidos): E pluribus unum. De muchos, uno.

El Líbano ya no es lo que pudiera. El Líbano es un simulacro de Estado, el patio trasero de Siria, la costa mediterránea de Irán, una guerra civil latente y otra candente. El Líbano, se lamenta y denuncia Nadine Elali, "no es un Estado soberano y los libaneses no son un pueblo libre".

¿Es esa denuncia una sentencia? ¿Está el Líbano condenado? No, sostiene rotunda Elali. El Líbano puede ser otra cosa, puede llegar a ser lo que potencialmente era, un Estado laico de todos y para todos, donde rijan la libertad, la igualdad y –dándole tiempo al tiempo– la fraternidad.

"Sólo los cristianos pueden hacerlo", afirma Elali. ¿Sólo los cristianos? ¿Pueden? ¿Querrán?

El Líbano fue una idea cristiana, un proyecto, la gran apuesta de los cristianos; en ese pasado en el que eran mayoría y como tal se comportaban, con seguridad, confianza y visión a largo plazo. Pero ya no lo son, desde hace mucho aunque muchos no lo reconozcan y no lo reconozca el propio Estado, que jamás ha hecho un censo de población: el que rige data de 1932 (la independencia no llegó hasta el año 43), y sobre él se pusieron las bases del sistema: presidente maronita (la confesión cristiana mayoritaria), primer ministro suní, presidente del Parlamento chií, dominio cristiano del Parlamento en proporción de 6 a 5… A raíz de la terrible guerra civil de 1975-1990, el sistema fue corregido en detrimento de los cristianos y en beneficio de los musulmanes: el presidente sigue siendo maronita, pero ha perdido funciones que han ganado el presidente del Parlamento, que sigue siendo chií, y el primer ministro, que sigue siendo suní. Y en el Legislativo ya no rige aquel 6/5 sino que hay paridad cristianos-musulmanes; lo que no deja de ser una concesión de los musulmanes, mayoritarios en el país en proporción de 2 a 1, aproximadamente.

Los cristianos han perdido la batalla de la demografía, ya son sólo un tercio de la población (otro tercio es suní, y el tercio restante chií; si afináramos más el tiro sacaríamos porcentaje –en torno al 5%– para los pocos pero cruciales drusos); y con ello la seguridad, la confianza y la visión a largo plazo. De hecho, tienen pánico a que se cumpla su sueño de un Líbano desconfesionalizado, pues ya no lo gestionarían/supervisarían/controlarían ellos sino los que iban a desempeñar el papel de tolerados: los suníes, cuyo panarabismo palestinófilo desencadenó la terrible guerra civil de 1975-1990, y los chiíes, tradicionalmente marginados y hoy poderosísimos por obra y gracia de Hezbolá, Partido de Dios y de la República Islámica de Irán.

Para empeorar las cosas, los cristianos, a diferencia de los suníes y los chiíes, lucen divididos. (Otra paradoja: ellos, que abogan por una República digna de tal nombre, por un "Estado civil y laico" donde imperen las asociaciones voluntarias por sobre las filiaciones religiosas, serían las principales víctimas de una sociedad abierta… de mala manera). De ahí que unos –el legendario Samir Geagea– estén alineados con el Movimiento Futuro del suní Saad Hariri –hijo del premier Rafik Hariri, asesinado por Hezbolá– y otros –el célebre general Aoun, exjefe del Ejército– hayan preferido aliarse con la organización terrorista chií de obediencia iraní que domina el sur del territorio nacional: con ello se garantizan cobertura política, pero no dejan de asumir y revelar su posición subordinada. Quién los ha visto y quién los ve.

Los cristianos siguen siendo importantes, pero tienen que creérselo, escribía hace cuatro años el imprescindible Michael Young. Sigue valiendo el aserto, aseguraría Elali. Pero no, Nadine, ellos solos no pueden, no está en sus solas manos que se cumpla su/tu sueño de "un Estado civil y laico, en el que los libaneses de todos los credos sean tratados por igual". Porque ya no son mayoritarios… y cada vez son menos. Tienen que reinventarse, redefinirse (Young); luchar por conservar la relevancia. Trabajarse el porvenir. Que desde luego no está en Hezbolá, la Siria de Asad y el Irán de los ayatolás, tremendo eje del mal que sólo ha llevado devastación al país del Cedro, sino en el referido Movimiento Futuro de Saad, hijo de Rafik el Reconstructor, que tanto hizo por que el Líbano volviera a ser conocido como la Suiza del Mediterráneo Oriental. Por eso lo asesinaron.

Fue entonces, febrero de 2005, en Beirut, que dio comienzo la Primavera Árabe. Con la Revolución del Cedro que desbarataron Irán y sus lacayos del Partido de Dios, Bashar al Asad mediante.

E pluribus unum. Un Líbano de todos y para todos. Es posible, se dicen y dan ánimos cada vez más suníes y cristianos. ¿Y los chiíes? Con Hezbolá –su Estado dentro del Estado con Ejército incorporado, que además les procura representación política y servicios sociales–, Siria y, sobre todo, Irán de su lado, se saben poderosos, y de ninguna de las maneras están dispuestos a volver a la marginación y el sometimiento del pasado. Ni a asumir una identidad nacional en la que se sientan extraños.

Esa es, pues, la pregunta del millón, el gran desafío, la clave para la supervivencia del país que nos ocupa y debería preocuparnos. Que entonces sí se convertiría en un referente, por supuesto que no sólo para los cristianos del Medio Oriente.

© elmed.io

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