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Miguel del Pino

Como la Disney, pero sin gracia

La localidad madrileña de Getafe, ya mucho más ciudad que pueblo, pasa a convertirse en función de sus ordenanzas en una de las últimas ciudades "sin maltrato animal de España". Ya que los animales no hablan, los munícipes lo hacen por ellos.

Parece inobjetable y bueno por naturaleza que una ciudad se ufane de que en sus términos no haya maltrato animal, sin embargo la primera consecuencia de esta consideración es la implantación de una cadena de prohibiciones. Parece que la mejor manera de proteger a los animales es eliminarlos.

¡Prohibidas las muestras con animales, la presencia de animales en espectáculos circenses!, así que tarjeta roja a esos perrillos futbolistas que en las pistas emulaban a las grandes estrellas del futbol, fuera los caballos y todos los demás representantes de la fauna, todas al mismo lugar al que fueron mandadas sin contemplaciones las ocas que hacían las delicias de los niños en las Cabalgatas de Reyes.

El buenismo político, por no decir oportunismo, que suponen estas medidas merece un análisis profundo. Cuando ya hace unos cuantos años mi buen amigo, el prestigioso naturalista Jesús Garzón, se atrevió a hacer pasar las ovejas por la mismísima Puerta de Alcalá para reivindicar las Cañadas Reales de la Mesta, se produjo un insólito efecto secundario: los niños se asombraban porque no habían visto de cerca una oveja en su vida, y los padres los llevaban entusiasmados para que disfrutaran de este contacto.

La eliminación física de los animales para evitar que sufran maltrato es un polígono de muchas aristas, algunas cortantes, por ejemplo: ¿cuál será el destino de muchos de esos animales que, nunca mejor dicho, se ganaban la vida junto a sus amos en espectáculos tan inocentes como numerosos? ¿se puede garantizar su supervivencia o irán directamente al sacrificio?

¿Será posible convocar a niños y adolescentes a labores de protección animal cuando sólo conocerán a los animales a través de documentales, por cierto casi siempre terriblemente sangrientos?

Trato de justificar lo anterior: en la naturaleza una gacela tiene tantas posibilidades de ser abatida por un león como un ciudadano de una gran urbe de sufrir un accidente de tráfico. La presencia de predaciones en los documentales aludidos es muy superior a la media real en busca de la espectacularidad, a veces macabra. Mucho peor que ver a un león marino equilibrar una pelota sobre su nariz o a un bóxer tirar un penalti.

Pero vamos al fondo de la cuestión. Deberíamos llegar a un acuerdo basado en las claves deducidas de la ciencia de la conducta animal. Esta Ciencia se llama etología, y el etograma es el inventario de comportamiento de una especie, es decir todos aquellos actos que realiza de una manera instintiva.

Los animales que conviven con el hombre, sea en el mundo de la explotación ganadera, de las mascotas o de los espectáculos, deberían tener la oportunidad de desarrollar todo lo posible su etograma, para poder decir que están recibiendo un trato humanitario.

Las reses mantenidas en régimen de ganadería extensiva y no digamos los toros bravos, llevan en este sentido una existencia ejemplar en la libertad o semi- libertad de las dehesas. Las estabuladas, a veces encerradas en un pequeño cobertizo sin posibilidad de ejercitar sus patas distan mucho de esta situación, lo mismo que las gallinas ponedoras enjauladas sin pisar arena en su vida ni picotear una suculenta lombriz.

¿Se acuerdan de "Pumba", el facóquero (jabalí verrugosa africano) inseparable del “Rey león”, pues bien, sus congéneres mantenidos en zoológicos deben gozar de una buena piscina de barro donde revolcarse ante el horror de los visitantes ultra urbanitas que dirán que los verdaderos cochinos no son los animales, sino sus cuidadores. !Atención! si un animal se revuelca en el barro en la naturaleza, en domesticidad también deberá poder hacerlo.

Pero los argumentos que suelen dar los animalistas que prohíben la presencia de animales en su entorno nada o muy poco tienen que ver con el concepto de etograma o con el estudio de las bases de la conducta animal para intuir si son realmente mal cuidados o maltratados. El tema suele humanizarse, o mejor dicho politizarse, y se llega a afirmar que hay que evitar las "vejaciones" y “humillaciones” que estiman que sufren sus supuestamente protegidos.

Humanizar a los animales, hacerles hablar, ponerles rostro humano o hacerles protagonistas de fábulas ha sido harto frecuente en la literatura, el arte o los espectáculos, y las consecuencias sueles ser fatales para los engendros creados por la imaginación. El mundo Disney no ha resistido con el paso de los años y el avance de las Ciencias Biológicas, el juicio sobre las consecuencias educativas ambientales de estos corderitos y patitos buenos y habladores, y de los lobos malos y perversos. Cuánta persecución a los animales cazadores ha provocado este enfoque antropomórfico del mundo animal.

Pero al menos los creativos de la Disney lo hacían con gracia, o el gran Antonio Burgos cuando utiliza su magistral pluma para afirmar que una pareja de gatos permitió a Noé que les dejara viajar en su arca, y no a la inversa.

Disney y Burgos son maravillosos artistas en sus respectivos géneros. Muchos de los mandatarios que quieren evitar que los niños vean de cerca como hasta ahora a muchos animales que en absoluto sufren por ello, no sólo no tienen gracia, sino auténtica "mala sombra".

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