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Miguel del Pino

Extremadura, tan bella como sufrida

Extremadura lleva tantas décadas en el descuido por la necedad de los políticos.

Extremadura lleva tantas décadas en el descuido por la necedad de los políticos.

Para desarrollar una reflexión sobre los tristes y recientes acontecimientos de la localidad pacense de Don Benito que dieron con algún agricultor extremeño en el hospital, me basaré en tres reflexiones: la primera cinematográfica, la segunda de tinte político y la tercera con inmersión en pura y hermosa ecología.

Comenzaremos por la cinematográfica: siento muchísimo no recordar el título, pero me refiero a una película italiana de comienzos de los años sesenta en la que una bellísima Gina Lollobrigida, en papel de sufrida "mamma", viajaba en tranvía con dos pequeños supuestos hijitos, uno rebelde, escandaloso, revoltoso y pesado; el otro angelical y apacible. Cuando la madre no podía aguantar más presión, la emprendía a tortas ¿con el malo?... no, con el bueno, dado que su desesperación le hacía confundir el diagnóstico y el tratamiento.

Cabe imaginar la hilaridad de los espectadores ante el llanto del injustamente abofeteado y la sonrisita sarcástica del impune; la situación, en la pantalla, era verdaderamente risible, pero sus extrapolaciones a la realidad no tienen ninguna gracia.

Porque Extremadura lleva doscientos años sin protestar por la forma en que los sucesivos gobernantes han mirado para otro lado ante sus justísimas reivindicaciones. Ya sabemos que no es real el establecimiento de tópicos para caracterizar a los habitantes de los diferentes pueblos de España, recurso válido para el Género Chico, pero no para su aplicación práctica, pero lo de Extremadura clama al cielo.

Es posible que la falta de la necesaria reforma agraria que se ha ido dejando de lado en España, durante al menos los dos últimos siglos, haya sido la causa principal de la mayor parte de nuestros problemas, incluso de los que nos condujeron a la Guerra Civil; pero el abandono del campo viene siendo la peor epidemia que aqueja a la política española, y Extremadura resulta siempre la gran sufridora.

A los extremeños, sea por tradición o por carácter, parece que les cuesta mucho pedir, incluso lo que en derecho les pertenece; en el "tranvía de Gina" habrían ido callados y tranquilos, como si les diera miedo protestar, por mucho que lo hicieran sus hermanos mimados: al final habrían terminado recibiendo las tortas, como los agricultores de Don Benito.

Los agentes del orden, llámense Guardias Civiles, Policías Nacionales o Mozos de Escuadra actúan cumpliendo órdenes, de manera que hay que mirar con lupa lo ocurrido en Don Benito para comprobar si ha existido agravio comparativo entre lo sufrido en Extremadura y las actuaciones policiales ante situaciones similares, o más graves aún, en recientes casos ocurridos en otras regiones de España.

Vamos con los aspectos ecológicos: sólo desde la falta de conocimientos se puede tildar de pobre a Extremadura; por el contrario, debería estar a la cabeza en prosperidad entre todos los hermanos de esta gran familia que es España, porque su tierra es la más fértil y sus valores ecológicos los más impresionantes de todo el continente europeo.

Desde el punto de vista agrícola, Extremadura, bien planificada en su desarrollo, no admitiría que nadie quisiera ponerse por delante. Ya en el pasado franquismo los tecnócratas, cuanto tuvieron constancia de sus plusmarcas de productividad ecológica miraron hacia sus tierras, bien que de forma tímida, con aquel famoso "Plan Badajoz", que trataba de establecer regadíos para una tierra tan generosa como a veces sedienta. Cabe también recordar el intento, por la misma época, de industrializar los productos agrarios estableciendo "in situ" fábricas para evitar la caducidad de su ingente producción de hortalizas.

Una vez más los extremeños no supieron exigir, y el fruto de su trabajo siguió desviándose a otras regiones. Así estamos ahora.

En cuanto al medio ambiente silvestre, ningún naturalista pondría en duda que Extremadura debería ser fundamental en la generación de recursos procedentes de fondos europeos, del turismo ecológico o de la explotación ganadera en ese incomparable régimen que constituye la dehesa. ¿Saben los gobernantes que la supervivencia de especies enteras de la fauna europea, como las grullas, depende del mantenimiento en buen estado de las dehesas de Extremadura?

Es posible que la dehesa sea en algún momento reconocida en su verdadero valor ecológico, pero entre tanto su complemento con las necesarias zonas de cultivo agrícola, en secano o regadío, sus áreas protegidas, ahora de manera insuficiente, sus especies ibéricas endémicas y sus áreas cinegéticas o de turismo rural, son uno de los mayores tesoros de España.

Esta tierra maravillosa y sufrida necesita ser mimada, ya que lleva tantas décadas en el descuido por la necedad de los políticos, y que quienes dicen ser de izquierdas y progresistas no encuentren mejor forma de demostrar su concepto del progreso que mandar agricultores desesperados al hospital, sencillamente clama al cielo.

Hasta los linces ibéricos que tratan de aclimatarse por las Sierras de Hornachos deben estar a estas horas particularmente furiosos.

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