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Pablo Molina

Los indignados tardíos del TC

La soberanía de la nación reside en el pueblo español pero tal exigencia constitucional no parece extenderse a los máximos órganos jurisdiccionales, cuya composición depende de lo que opinen al respecto las cúpulas de los principales partidos políticos.

A los tres magistrados dimisionarios del Tribunal Constitucional les ocurre como a los ex acampados en la Puerta del Sol: la decisión que han tomado está justificada pero llega con muchos meses de retraso, lo que desvirtúa esa pretendida intención de regenerar las instituciones de unos y otros si es que alguna vez fue sincera.

Está bien que los tres indignados del TC dimitan de sus puestos con su mandato más que agotado y bloqueado el mecanismo de renovación, pero exactamente los mismos motivos concurrían antes de la sentencia sobre el nuevo Estatuto de Cataluña y, de forma más evidente aún, en el dictamen que ha permitido a la franquicia terrorista de la ETA alzarse con el poder en muchas instituciones locales del País Vasco. En ninguno de los dos casos los ahora dimisionarios renunciaron a entender de asuntos para los que carecían de la legitimidad que debería exigir la pertenencia al más alto tribunal de una nación, así que sus apelaciones a la pulcritud en su composición y funcionamiento llegan demasiado tarde.

Fruto de esa decisión extemporánea, que evita a los tres protagonistas la vergüenza de seguir perteneciendo a un órgano completamente desprestigiado, comienza ahora el no menos degradante proceso en virtud del cual socialistas y populares, con el aditamento nacionalista exigiendo también su alícuota representación, se disponen a repartirse los cargos que habrán de ser renovados por orden de José Bono antes del último día de este mes.

La soberanía de la nación reside en el pueblo español pero tal exigencia constitucional no parece extenderse a los máximos órganos jurisdiccionales, cuya composición depende de lo que opinen al respecto las cúpulas de los principales partidos políticos y los acuerdos que lleguen en cenáculos extraparlamentarios. El espectáculo es tan infamante que, abandonada la legitimidad de ejercicio con sentencias contrarias al derecho como las últimas que hemos padecido, el Tribunal Constitucional se despoja una vez más de la legitimidad de origen para que la corrupción en el organismo sea completa.

Ahí tienen los paladines de la regeneración democrática evacuados de las acampadas callejeras un motivo excelente para manifestarse a las puertas de las sedes de PP y PSOE. Si fueran sinceros ya estarían allí aporreando perolas de grandes dimensiones. A ver si terminan de acosar a los alcaldes del PP y encuentran un hueco.

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