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Pablo Planas

El odio y las vacunas

Es el nuevo Trapero, el último héroe separatista, el individuo a sueldo de la Generalidad que ha dado pie al último gran titular independentista.

Es el nuevo Trapero, el último héroe separatista, el individuo a sueldo de la Generalidad que ha dado pie al último gran titular independentista.
Josep Maria Argimon. | Europa Press

Era de esperar que el fugado Carles Puigdemont arremetiera contra la orden del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) dirigida a la Consejería de Salud de la Generalidad para que se digne a vacunar a los agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional. También era previsible que, ya de paso, excretara su bilis contra los guardias y policías que han sido burdamente discriminados por las autoridades separatistas.

"Quienes agredieron a los ciudadanos al grito de '¡a por ellos!' continúan privilegiados y protegidos por el sistema español. Los vacunarán pasando por delante de personas indefensas y pacíficas a las que golpearon de forma salvaje el día 1 de octubre de 2017", ha dicho el expresidente de la Generalidad en un mensaje de Twitter que muestra su percepción alternativa de la realidad y de lo que ocurrió durante el golpe de Estado.

Hasta aquí, todo correcto. El odio habitual y la manipulación típica del discurso separatista, una proclama para consumo interno de la grey indepe, soma para los adictos al universo paralelo de la república catalana.

Otra cosa muy diferente ha sido la reacción al mandato judicial del doctor Josep Maria Argimon, el secretario de la Consejería de Salud y aspirante a consejero del ramo si Junts per Catalunya (JxCat) le trinca el departamento a ERC. Argimon es la versión catalana y bastante mejorada, hay que reconocerlo, de Fernando Simón. Hablamos de un profesional de 63 años y aspecto atildado, buen comunicador, natural, didáctico y cercano. El hombre es ahora mismo uno de los tipos más populares en Cataluña y tal vez el que más horas de radio y televisión llena en el sistema separatista de medios.

Nadie lo había visto enfadado en público hasta este martes, cuando salió en tromba contra la decisión del TSJC de obligar a la Generalidad a vacunar a guardias y policías. Fumaba en pipa, se subía por las paredes, estaba hecho un basilisco. De entrada, dijo que él no discrimina a nadie, que su formación científica, el juramento hipocrático y su humanidad le obligan a tratar a todo el mundo por igual, que él no distingue entre un guardia y un mosso y que tal y pascual. Una soflama de manual para acto seguido destilar la especie de que el cumplimiento de la orden obligará a retrasar la vacunación de personas de entre 70 y 80 años, gente a la que le va la vida en la vacuna y podría morir por culpa de que hay que vacunar a esos guardias y policías del Estado opresor.

Porque, claro, Argimón no distingue un guardia de un mosso, pero aunque casi todos los mossos están vacunados, sólo un 15% de los agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil destinados en Cataluña han recibido la primera dosis. Argimon, el buen doctor, qué listo, un sabio despistado que a la pregunta sobre qué vacuna administrará a los guardias, ya que AstraZeneca no está recomendada a los menores de sesenta años, respondió mordaz que se lo preguntaría al juez. Y ahí van dos pájaros de un tiro, la madera y la judicatura.

El tipo se está ganando el puesto de consejero a pulso. No hay dudas. Es el nuevo Trapero, el último héroe separatista, el individuo a sueldo de la Generalidad que ha dado pie al último gran titular independentista: los jueces españoles obligan a vacunar antes a guardias civiles y policías nacionales que a la población de riesgo catalana.

Y así es como el buen doctor que no distingue a un guardia de un mosso inocula el odio, porque vacunar a los mossos no puso en riesgo la vida de nadie y, en cambio, vacunar a los agentes del Estado pone en riesgo miles de vidas. ¿Verdad?

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