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Pablo Planas

TV3, el retrato moral del independentismo

Cerrar TV3 no habría sido un acto contra la libertad de expresión sino de justicia.

Cerrar TV3 no habría sido un acto contra la libertad de expresión sino de justicia.
TV3

TV3 es una de las llamadas "estructuras de Estado" más eficaces y consolidadas de las que dispone el nacionalismo. La televisión autonómica catalana es un éxito en términos políticos para sus promotores, una engrasada maquinaria para difundir bulos y odio contra los no independentistas, un instrumento propagandístico fenomenal con un público enganchado a los mensajes supremacistas que transitan por la parrilla, de los deportes al entretenimiento, de los informativos a los magacines.

En líneas generales se trata de una televisión insoportable, aldeana, aburrida y con ínfulas, pero que cumple perfectamente su función adoctrinadora y de banderín de enganche para la causa del separatismo. Y además se trata de un negocio extraordinario que ha hecho ricos a personajes como Jaume Roures, Toni Soler o Andreu Buenafuente, gracias al pago vía impuestos de los sectores masacrados por esa televisión, es decir, los votantes de los partidos no nacionalistas, las personas que no hablan catalán, los ciudadanos nacidos o venidos de otras partes de España.

De modo que las víctimas de las burlas, los insultos, las invectivas, las caricaturas y los tópicos contribuyen con su dinero al bienestar material de quienes les insultan, se ríen de ellos y les ridiculizan para solaz de una audiencia limitada pero fiel y adicta a las consignas, que no sólo se transmiten a través de los informativos sino en todos los espacios, y con especial contumacia en los supuestamente humorísticos.

Hubo un tiempo en el que críticos y expertos en televisión aludían a la impecable factura técnica, la modernidad visual y las innovaciones de TV3, y hasta se llegó a comparar con la BBC, tal como contaba Albert de Paco en un artículo publicado en este mismo espacio. Semejante disparate no es más que otro ejemplo de la inclinación separatista por el supremacismo y el narcisismo. TV3 es la BBC, sí, pero de bodas, bautizos y comuniones.

Los ejemplos de ataques y burlas contra la población no asimilada por el nacionalismo o por el resto de los españoles son incontables. El último, el sketch blasfemo en el que la aparición de una humedad en una pared con la cara de Jesucristo da pie entre mecagos en lo más sagrado a arremeter contra los andaluces y los votantes del PP y de Vox. Eso mismo, pero aplicado a los nacionalistas, habría causado un tsunami de victimismo, así como serias consecuencias para sus autores. En el caso contrario, es lo normal, como reírse de la Guardia Civil, de los españoles, que son ladrones y hay perros que los huelen. O hablar de la princesa y el sexo oral como si la aludida no fuera una menor de edad con los derechos propios de los menores.

La ventaja de todo esto es que permite atisbar el retrato moral del independentismo, de Pere Aragonès, Oriol Junqueras, Carles Puigdemont y sus portavoces. En la medida en que consienten esos insultos, quedan definidos como personajes sin escrúpulos.

Cuando se aplicó el artículo 155 de la Constitución, TV3 y el resto de medios públicos de Cataluña quedaron fuera de la intervención. Según el PP, fue el PSC quien puso como condición sine qua non que la televisión autonómica estuviera al margen de la providencia. Había que salvaguardar las libertades de expresión y de información, se adujo. Lo que en realidad se preservó fue el agitprop separatista y la capacidad de esos medios para insultar y cosificar a quienes son diferentes y no piensan como ellos. Cerrar TV3 (o dedicar sus múltiples canales a emitir westerns) no habría sido un acto contra la libertad de expresión sino de justicia con quienes han sido sistemáticamente vejados por esa caja del odio.

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