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Pedro de Tena

El Rey y yo

Ya superada la sesentena, examino mi vida con la serenidad de los perdedores y creo, sinceramente, que Juan Carlos I ha sido un rey aceptable.

En mi familia, la monarquía no era un bien deseable desde que su desorden condujo a la II República y, por ende, a sus consecuencias. Pero esos patrimonios ideológicos se heredan sólo un tiempo. Luego, el pensamiento y la reflexión propios van abriéndose paso con los años. Por ello, puedo decir que la primera vez que pensé realmente en este rey, Juan Carlos, fue con motivo de un poema que leímos un grupo de poetas jóvenes, el grupo Génesis, en el Club Nazareth de Jerez. Eran los años 70 y mi poema, que no conservo porque se lo comió una novia para impedir que llegara a manos de la Policía, se titulaba "Qué más dará la F que la J". Aunque yo no tenía otra intención que subrayar que había cosas que daban lo mismo ante lo esencial, algunos presentes interpretaron que la F era una mención clandestina de Franco y la J una intencionada alusión al entonces príncipe, recién referendado, Juan Carlos. Luego, a unos cuantos nos llamó la Policía aunque la cosa, en aquel momento, no pasó de ahí.

Los años siguientes trajeron consigo la deformación sistemática de la historia de España perpetrada por mí mismo y por los manipuladores de la juventud. De hecho, se sustituía la lectura de las fuentes directas por la socorrida interpretación de los afines. O sea, que me fui convirtiendo en un tonto, o dos, al anteponer mis afectos y dependencias a los hechos y el esfuerzo intelectual por saber la verdad al refugio dogmático de mi secta, entonces, una de tantas. En ese momento, la II República era el mito fantástico, la expresión más acabada de la voluntad del pueblo español que, como entonces creía a pie juntillas, sólo podía ser de izquierdas porque si no lo era es que estaba alienado, fuera de sí o loco de remate. El resto de los españoles –de empresarios a policías pasando por funcionarios y profesionales–, sencillamente no eran pueblo aunque fueran millones y muchos de ellos se manifestaran mil veces a la Plaza de Oriente a aplaudir al dictador y al futuro rey. Luego vinieron la Transición, Suárez, el Rey, los Pactos de la Moncloa, el golpe de l 23-F y finalmente el PSOE. Algo en mí comenzó a cambiar. Hoy puedo reconocer que menos mal que la Transición no estuvo en mis manos. Seguramente hubiera conducido a España a una nueva guerra civil o casi.

El cambio comenzó con el examen atento de los hechos, el estudio de la filosofía y la dedicación al periodismo, primero en los medios oficiales, TVE, y luego, de investigación, en medios privados bien distantes y distintos del oficialismo. Hoy, ya superada la sesentena, examino mi vida con la serenidad de los perdedores y creo, sinceramente, que Juan Carlos I ha sido un rey aceptable. En estos años, se ha comenzado a desarrollar la democracia política –llena de defectos y vicios porque está en sus orígenes–, se ha logrado un nivel de bienestar-libertad en el seno de la Unión Europea como jamás lo hubo en la historia de España –con sus corruptelas y deformidades, claro–, y ni yo ni mis hijos hemos tenido que participar en guerra alguna, si exceptuamos algunas intervenciones menores por causa de nuestras alianzas estratégicas. Ciertamente, ha habido errores y baldones en esa Casa Real, como los ha habido en todas las instituciones y en mi vida –soy casi catedrático en equivocaciones si bien sólo me equivoco en lo que más quiero, como Luis Rosales–, pero han sido al final de una larga etapa y no tiñen del todo el legado de 39 años. El Rey y yo, pues, estamos en paz. Los dos hemos hecho lo que hemos podido, pecados inclusos, y lo que nos han dejado hacer por y en esta nación que sufre de leyenda negra en el corazón y que parece abalanzarse hacia su propia perdición. Quizás no somos mejores, pero hemos labrado menos desgracias. El Rey y yo.

¿República? Me he vuelto pragmático. Nuestra historia no la aconseja y muchos de sus partidarios actuales más activos, encallados en la de 1931 o en las populares de la Unión Soviética, Cuba, la bolivariana y más dictaduras, me dan mucho más miedo que Felipe VI y la actual Constitución, manifiestamente mejorable, eso sí. La República la dejaré para otro día, cuando los españoles perdamos la insensatez, como dejó dicho Gregorio Marañón, y, transidos por un espíritu liberal, seamos capaces de "disfrutar conversaciones, compartir conocimientos y pensar apasionadamente en España".

En España

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