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Percival Manglano

¡Que no se apague la llama liberal!

El gran desafío al que se enfrenta el liberalismo español en este año es evitar ser barrido de la escena política.

El gran desafío al que se enfrenta el liberalismo español en este año es evitar ser barrido de la escena política.

El último barómetro del CIS preguntaba a los españoles cómo se definen en política. La respuesta más común -"No sabe" aparte- es "Socialista" con un 13,4% del total.

La siguiente respuesta más habitual es "Liberal" con un 12,6% de las respuestas. Es una proporción sorprendentemente alta, superior a las demás corrientes del centro-derecha español (aún admitiendo que algún liberal se identifique más con la izquierda española del siglo XIX que con la derecha del siglo XXI); los conservadores son el 11,1% de los encuestados por el CIS y los democristianos el 4,3%.

La alta proporción es sorprendente dado el escaso apego liberal del actual Gobierno de la Nación. Ni es un Gobierno liberal, ni pretende serlo. Ejemplos de ello son los siguientes: las múltiples y desproporcionadas subidas de impuestos; una reducción escasa del tamaño del Estado (tanto nacional como autonómico); pasar de amenazar con intervenir a las comunidades autónomas díscolas a aprobar un déficit a la carta que les otorga más margen de déficit; la explosión de la deuda pública que supera ya el 90% del PIB; las limitadas iniciativas de regeneración democrática y de rendición de cuentas de los políticos ante los españoles; las escasa voluntad desreguladora y de simplificación administrativa; los miles de millones de euros de los contribuyentes utilizados para salvar a empresas privadas (sobretodo, cajas de ahorro); y la posición contraria a reducir el presupuesto europeo y, en particular, el de la política agraria común.

Por supuesto que hay excepciones como son las leyes de Unidad de Mercado o de Colegios Profesionales. Bienvenidas sean en términos liberales. Pero aún están en tramitación por lo que juzgar su impacto sería prematuro y su relevancia es menor comparada con la de los ejemplos anteriores.

A las iniciativas intervencionistas del Gobierno se ha sumado el destierro del término "liberal" de su lenguaje. Otro tanto ha ocurrido en el PP. El discurso público oficial se basa en "hacer lo que hay que hacer," evitando las etiquetas ideológicas. El pragmatismo se impone frente al supuesto dogmatismo de los "principios y valores." Ya no mola ser liberal dentro del PP. De hecho, serlo se considera un obstáculo para la promoción política.

Todo esto ha puesto a la defensiva a los liberales del PP. El perfil bajo se ha impuesto entre los más destacados, con la evidente excepción de Esperanza Aguirre. Hace unos meses, un cargo electo otrora liberal me preguntaba si podía evitar presentar en público un escrito liberal que le habían encargado.

Esta semana comienza el curso político 2013-2014. El gran desafío al que se enfrenta el liberalismo español en este año es evitar ser barrido de la escena política. El viento arrecia y la llama liberal se agita violentamente. O se cuida o se apagará.

¿Qué deben hacer los liberales en estas circunstancias? Yo no tengo ninguna duda al respecto: no callarse y seguir defendiendo sus ideas allá donde tengan ocasión de hacerlo, en particular, dentro del PP. No caigamos en el fatalismo. No pensemos que el PP ha abandonado para siempre su vertiente liberal.

El PP sigue siendo el partido político que agrupa y representa a un mayor número de ese 12,6% de españoles liberales que señala el CIS. Su bandera quizá no ondee ahora en los despachos más amplios del partido, pero las ideas no pueden rendirse ante las circunstancias pasajeras del poder. Las personas pasan; las ideas –si se lucha por ellas- permanecen.

Hagámonos escuchar; planteemos alternativas; suscitemos debates en los que salgan a relucir nuestros argumentos liberales. Luchemos por que ese 12,6% de españoles se sienta representando por el partido que mejor puede hacerlo. La convención del PP prevista para octubre de este año será una buena ocasión para hacerse escuchar, tanto en su celebración como en su preparación en las sedes locales del PP.

Defender ideas y políticas alternativas a las actuales no es ser desleal; es ofrecer opciones. La lealtad jamás debe entenderse como la capacidad para dejar de pensar por uno mismo.

El PP ha sido históricamente (aunque no sólo) un partido liberal. Si deja de serlo, dejará de ser el PP. La defensa de su esencia liberal es el mayor servicio que podamos prestar a sus 35 años de historia.

¡Que no se apague la llama liberal!

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