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Pío Moa

El falso humanitarismo

Allá por el 65, con diecisiete años, estuve trabajando ilegalmente en una fábrica de Inglaterra. Fue poco, cosa de dos meses, pero me sirvió para hacerme una idea bastante clara de lo que significa esa situación, y entendí muy bien que ante la necesidad el respeto a la ley se desvanece. Pero también debe tenerse en cuenta el punto de vista contrario, oscurecido por una falta de lógica, sistematizada en demagogia, que no distingue entre el caso individual y el de las masas. En una manifestación en Barcelona, un inmigrante decía en una pancarta: "Yo soy humano. ¿Y tú?". Buena frase. Pero humanos como él hay decenas o cientos de millones en África y Asia, con los mismos derechos a emigrar que él, y que vendrían si les dieran alguna facilidad o no fueran tan pobres que ni pueden pagarse el abusivo viaje en patera. ¿Por qué esos muchos millones no han de tener el mismo "derecho humano" a venir aquí? ¿No pasan tanta necesidad como aquel emigrante, o, probablemente, más?

La respuesta es obvia: porque si vienen destruyen no solo la riqueza, sino la propia cultura y vida social y política españolas, y los españoles tenemos el derecho elementalísimo (y el deber) de proteger todo ello. Hoy es ya evidente que la emigración, sobre todo la africana, está formando grandes bolsas de miseria y delincuencia, y produciendo inestabilidad social y roces de todo tipo. En Canarias existe una auténtica invasión –fomentada por el régimen marroquí, aspirante a ocupar algún día las islas–, y hace algún tiempo hubo un escándalo porque autoridades canarias remitían a Madrid a grupos de esos inmigrantes. Pero si Madrid no cumple con su obligación de aplicar la ley, los más damnificados acabarán por defenderse como puedan, y las tensiones entre nosotros mismos se envenenarán..

Cuando la inmigración alcanza estas cotas invasivas, lo peor es guiarse por la demagogia sentimental defendida sobre todo –y no es casualidad– por quienes, dentro de España, aspiran a destruir la cultura y el sistema económico que nos permite convivir con bastante libertad y desahogo. La única medida lógica es devolver de inmediato a Marruecos a quienes entran imponiéndose ya de entrada a nuestras leyes, sin más dilación que la que imponga, por unas horas o pocos días, la necesidad de reponer físicamente a algunos que llegan medio destrozados. Sólo así se desanimarán las falsas esperanzas que les impulsan a venir en masa. Todos los idiotas clamarán contra tal proceder "inhumano". El comportamiento inhumano es justamente el de ellos, pues son ellos quienes, despreciando la ley y alentando tales esperanzas en los inmigrantes, alientan de paso el negocio de las mafias, la política marroquí, la explotación de esas gentes y los cientos de muertos por causa de ese tráfico. A esos demagogos debe hacerse responsables de este cúmulo de desgracias para los inmigrantes y perjuicios para nosotros, sin prestar atención a sus llorosas o agresivas exhibiciones de buenas intenciones, como si ellos monopolizaran la bondad. Los políticos, y la sociedad en conjunto están siendo rehenes de ese gratuito e hipócrita humanitarismo, que es necesario desenmascarar, porque sus consecuencias pueden resultar, están resultando ya, en extremo peligrosas. Habrá que hablar más de eso


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