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Rafael L. Bardají

Acuerdo nuclear con Irán: nada que celebrar

Teherán ha salido reforzada de ese pacto y ahora es aun más peligrosa que antes.

Teherán ha salido reforzada de ese pacto y ahora es aun más peligrosa que antes.
Alí Jamenei I Archivo.

Hace un año que se firmó en Viena el Plan de Acción Conjunto y Completo (PACC), el llamado acuerdo nuclear.

Los críticos adujeron entonces que era preferible que no hubiese acuerdo a que hubiese uno malo, y se opusieron al PACC basándose en la meditada convicción de que no iba a frenar las ambiciones nucleares de Irán, que daría impulso al patrocinio iraní del terrorismo y que alentaría la participación de Teherán en los conflictos regionales, creando una situación en Oriente Medio aún más peligrosa que podría acabar afectando a la seguridad de todos los países.

El P5+1, guiado por la Administración Obama, afirmó con notable rotundidad que el acuerdo vigilaría que se cancelaran las actividades nucleares iraníes, que garantizaría inspecciones más estrictas en todas las instalaciones iraníes, que detendría el desarrollo iraní de misiles balísticos y que reforzaría a los políticos iraníes moderados, liderados por el presidente Ruhaní.  

Sin embargo, el comportamiento de Irán desde entonces ha confirmado que la cautela que demandaban los críticos estaba plenamente justificada. La estrategia de la Administración Obama para normalizar las relaciones internacionales con Irán ha fracasado: Irán no se ha convertido en un Estado-nación corriente en la comunidad internacional, ha infringido el PACC y los acuerdos asociados y tampoco ha modificado su derrota en la arena internacional, ni ha dado ningún paso significativo para suavizar la represión doméstica.

Merece la pena exponer una vez más que Irán es el principal patrocinador mundial del terrorismo, algo que incluso el propio Departamento de Estado de EEUU ha venido señalando desde 2013. Las fuerzas iraníes, en particular los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica (CGRI), siguen involucradas en Irak, Siria y Yemen como parte integrante de los propósitos desestabilizadores de Teherán. La violación de los derechos humanos en Irán no ha cesado, y las esperanzas de que el régimen de los ayatolás se modere se están desvaneciendo rápidamente. Irán sigue desarrollando su programa de misiles balísticos, y sus máximos líderes siguen proclamando abiertamente su deseo de borrar a Israel del mapa.

Las infracciones iraníes de la letra y el espíritu del PACC han sido motivo de preocupación desde el principio. En octubre de 2015, tan sólo cuatro meses después de la firma del acuerdo, Irán probó nuevos misiles balísticos, vulnerando la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU, adoptada por el PACC. Algunas instalaciones nucleares, como Parchin, siguen sin ser accesibles a los inspectores y, según el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Irán ha acumulado más agua pesada de la permitida por el PACC. El pasado mes de junio, en el Día de Quds –la festividad iraní dedicada al odio contra Israel que se celebra desde el triunfo de la revolución islámica de 1979–, una indignada multitud volvió a corear “¡Muerte a Israel!” y “¡Muerte a América!”.

Si Irán se ha comportado así durante el primer año del PACC, ¿qué podemos esperar que ocurra en 2030, cuando expire el acuerdo?

El fracaso del PACC es fruto de una mala apuesta. La Administración Obama concibió un acuerdo que se suponía iba a suspender el programa nuclear de Teherán durante 15 años, a la vez que impulsaría cambios en el régimen iraní dando más poder a los políticos moderados. No se ha logrado ninguno de esos objetivos. Es más: el Gobierno de EEUU y sus aliados en esta estrategia no han sido capaces de exigir a Irán que rinda cuentas por sus infracciones del PACC, y en algunos casos incluso parecen haberlas facilitado, con la esperanza de mantener vivo este mal acuerdo.

Para empeorar las cosas, Irán está llenando el vacío de poder creado por la precipitada retirada estadounidense de Oriente Medio, convirtiéndose en uno de los actores principales de la región, generando inestabilidad y conflictos allá donde se percibe su influencia. Entre tanto, a Teherán le aguarda una luna de miel comercial con Occidente gracias al levantamiento de las sanciones y de los embargos de armas. Aunque estos beneficios se han retrasado por la mala gestión que supone que los CGRI controlen la economía, por las redes corruptas que rodean al líder supremo, y la falta de seguridad jurídica para los inversores occidentales, si empiezan a fluir el comercio y la moneda internacional Irán podría satisfacer perfectamente su ambición de convertirse en la potencia hegemónica en Oriente Medio.

Hace un año era posible alegar que se podría haber alcanzado un mejor acuerdo con Irán. Hoy se tiene la certeza de que la única manera de acabar de una vez por todas con el temor a un Irán armado nuclearmente es, o bien cambiando el actual régimen, o que como mínimo éste cambie radicalmente de actitud, pero ninguna de estas cosas se producirá bajo las dinámicas establecidas por el PACC. Este mal acuerdo no ha cambiado a Irán. Más bien al contrario: ha reforzado su poder y sus actividades expansionistas. Un año después del acuerdo nuclear, la situación resultante, lejos de representar una mejora, es peor. Peor para la seguridad internacional, peor para la no proliferación nuclear, peor para la estabilidad regional y, por encima de todo, peor para los propios ciudadanos iraníes. Ellos, y también nosotros, merecemos un camino al futuro mejor y más esperanzador, y el primer paso es hacer un balance realista.

© Revista El Medio

Nota: Este texto es una versión editada del texto que el autor ha publicado en el documento The Iran Deal a Year On, que acaban de publicar la Friends of Israel Initiative y la Henry Jackson Society.

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