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Xavier Reyes Matheus

Los militares y la salvación de Venezuela

La intervención de los militares en la situación de Venezuela es una incógnita que nadie podrá despejar hasta el día que la tal se produzca.

La intervención de los militares en la situación de Venezuela es una incógnita que nadie podrá despejar hasta el día que la tal se produzca.
Diosdado Cabello y Nicolás Maduro | Archivo

Resulta muy difícil valorar el intento de rebelión que ha tenido lugar en un fuerte de la Valencia venezolana. A algunos les parece que es un síntoma de la división de las Fuerzas Armadas, pero lo cierto es que no puede afirmarse propiamente que se haya tratado de un movimiento del Ejército en activo, y total es que ahí sigue la dictadura chavista, sostenida por los fusiles.

La intervención de los militares en la situación de Venezuela es una incógnita que nadie podrá despejar hasta el día que la tal se produzca. Sólo entonces se demostrará que existía la posibilidad de que ocurriese una reacción semejante, y sólo entonces se podrán conocer los efectos que de ello se derivarán. Si uno los sopesa desde la confusión de hoy, advierte que, en caso de una insurrección armada, la guerra civil es un trágico escenario abierto al futuro de Venezuela. Y eso, claro, no es como para entusiasmar a nadie.

Pero hay dos cosas que deben tenerse en cuenta, y que exigen abordar la realidad de aquel país con toda la crudeza y la gravedad de lo que sucede, sin quedarse en la declaración de intenciones inanes y, sobre todo, sin conceder nada a la hipocresía y al inconmovible cinismo de los comunistas. Lo primero es que, aunque no se pueda predecir lo que sobrevendría tras una intervención destinada a derrocar por la fuerza al régimen, hoy en cambio nadie alberga la menor duda de lo que espera a Venezuela si continúa esa tiranía, plenamente resuelta a imponer a sangre y fuego su yugo totalitario, y a suprimir cualquier derecho humano y cualquier libertad para mantener el dominio de un cártel de la droga vinculado a las peores redes mundiales del terrorismo y del crimen organizado.

De comprender eso cabalmente se deriva también la segunda cuestión que conviene no perder de vista, y es que ninguna fórmula imaginable para la salvación de Venezuela, por más civil y electoral que fuese, resultaría viable sin el apoyo de unas fuerzas armadas (nacionales o internacionales) encargadas de velar por la paz y el orden públicos, de retirar de las calles la infinita cantidad de armas repartidas o autorizadas por los chavistas para el libre ejercicio del pistolerismo y de desarticular el tremendo entramado criminal de toda laya que trabaja en Venezuela al amparo de Maduro, de Cabello y de sus secuaces. La insoslayable verdad es que, sea o no sea tarea de la MUD; de Capriles o de Leopoldo López; de una ONG o de los scouts, quienquiera que se haga cargo de restituir a Venezuela al cauce de la civilidad tendrá que tener a raya una violencia que ha sido fidelizada por el chavismo, y que hoy se cobra en las calles 28.000 vidas al año. Una violencia que, de seguir actuando libremente, no sólo frustraría cualquier intento de reconstrucción del país, sino que más temprano que tarde recuperaría el terreno perdido y aplastaría aún con mayor brutalidad la capacidad de reacción de los ciudadanos de bien.

Por supuesto, para nadie sería deseable salir del chavismo para acabar en las manos de un generalote. Pero creo que ya el mundo entero está bien enterado de que una dictadura sanguinaria y altamente peligrosa mantiene secuestrada a la nación venezolana; y ante esta toma de rehenes ¿habría algo más razonable que la irrupción de la Policía? Lo digo porque ya conocemos la dureza impenetrable del material con el que está hecha la cara de los comunistas. Y, naturalmente, nos imaginamos el clamor contra el militarismo y el terrorismo por parte de los admiradores de Chávez, esa figura franciscana que nada tuvo que ver con la vida castrense, y cuya amistad con Carlos el Chacal y con De Juana Chaos no tiene por qué significar nada.

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