Pontifica ahora el jefe parlamentario de los camisas negras que la política únicamente es asunto de “los vivos”. Quizá tenga razón. Pero si así fuera, habríamos de concluir que toda ella debiera ser jurisdicción exclusiva de este Puigcercós: no hay otro más vivo en el hemiciclo. Aunque algunos escépticos sostienen que, más que vivo, es cuco. Tan cuco –dicen– ha salido el cuate de Rubalcaba que sólo con dos pases de manos –nada por aquí, nada por allá… ¡alehop!– habría alumbrado de su chistera madrileña al Hombre sin Pasado.
Tal es su destreza en el arte de birle birloque –insisten– que ya nadie será capaz de recordar al Joan Puigcercós de hace apenas un cuarto de hora. Ése no tan locuaz cuando los de Terra Lliure mataban a pensionistas de setenta años que pasaban por allí (con la Goma-2 no eran tan eficaces como apedreando la sintaxis). Y es que, hasta hace un rato, los fans del alter ego de Carod seguían convencidísimos de que la política era, por encima de todo, un asunto de los muertos; de muchos, muchos muertos; cuantos más, mejor.
Eso pregonaban en los no tan viejos tiempos, aquellos contemporáneos del Hombre sin Pasado. Fue en ese entonces cuando los vivos de Terra Lliure montaron una joint venture con los cucos de la Eta. Juntos y revueltos en alegre camaradería, organizarían excursiones a la armería del cuartel de Berga. Iban allí en busca de “guitarras” que tocar a cuatro manos. Porque –conviene repetirlo– hasta hace nada, apenas un momentito, la partitura de nuestros independentistas pata negra era idéntica, pero la música sonaba algo distinta: a ráfagas.