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José García Domínguez

Instrucciones para aprender a sumar

A los cuatro cándidos que aún seguimos pensando que una nación ha de ser algo más que una comunidad de propietarios sólo nos restará un único camino: apoyar con entusiasmo todos los dislates del resto de los micronacionalistas de campanario.

Recuerdo que lo que más me impactó de las Confesiones de Rousseau fue descubrir que, meses antes de redactar El contrato social, había escrito un tratado sobre química inorgánica de más de mil doscientas páginas. Algo que, por lo demás, nada tenía de extraño entre los ilustrados. Así, D´Alembert ayudaría a dinamitar la legitimación divina del absolutismo, al tiempo que ideaba el método con que resolver las ecuaciones diferenciales. Y Diderot igual se defendía componiendo los artículos de física de la Encyclopédie, que pergeñando una novela pornográfica, muy notable por cierto. No saben, pues, Arenas y Chaves la suerte que tuvieron cuando Napoleón forzó el actual analfabetismo numérico de las gentes de letras, exportándonos su modelo de facultades universitarias.

Y es que ese cuento que nos han venido recitando los dos compadres al alimón –que el Estatuto andaluz ni en broma se parece al catalán– no aguanta la prueba de una Hewlett-Packard de bolsillo. Sin ir más lejos, resulta que es intolerable, insolidaria, mezquina, disgregadora y rastrera la disposición del Estatut que fuerza al Estado a invertir en Cataluña el equivalente a nuestra aportación al PIB español. Sin embargo, hemos de creer muy razonable, ajustada a los principios constitucionales, digna de aplauso y modelo a imitar esa otra que se acaba de refrendar en Andalucía; la que obligará a ese mismo Estado a desembuchar allí por un monto ajustado al peso de la población andaluza sobre el total español. Pues ocurre que los catalanes, incluidos los que votamos en contra del Estatut, generamos anualmente el 18 por ciento del valor final de la producción nacional. Razón de que, a partir de ahora, vayamos a acaparar por ley el 18 por ciento de la inversión pública. Muy bien. ¿Adivina el lector qué porcentaje representan a estas horas los andaluces –y andaluzas– en la demografía patria? Pues, exactamente, el 18 por ciento. Mira por dónde, clavadito el 18 por ciento. Justo nuestro intolerable, insolidario, mezquino y disgregador 18 por ciento.

Visto lo visto, a los cuatro cándidos que aún seguimos pensando que una nación ha de ser algo más que una comunidad de propietarios sólo nos restará un único camino: apoyar con entusiasmo todos los dislates del resto de los micronacionalistas de campanario. Sépanlo los independentistas baleares: desde ya cuentan con mi complicidad activa y militante. Exijamos juntos y en unión que Madrit regurgite allí en milimétrica proporción al número de turistas alemanes. Y que, al tiempo, el nuevo Estatutiño ordene equiparar el trinque estatal a los litros de lluvia anual en la provincia de Orense. Y que el de Murcia recoja el ratio de kilos de pimientos exportados por pensionista pelirrojo como norma financiera suprema. Y que... Zapatero sume el total. Si sabe.

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